Su única recomendación respecto a moda, fue que siempre
comprase ropa con la que pudiese correr. En principio pensé que lo decía por
temas de comodidad, pero luego me di cuenta que se trataba casi de una obsesión.
Si se te ve bien mejor aún, me decía.
Si combina da gracias a Dios. Pero que tu
prioridad sea que te permita correr. Yo le hice caso hasta los quince años
y luego digamos que me rebelé un poco. Me dio un tiempo por los bototos y
chaquetas largas, por ejemplo. Y eso trajo problemas. El más visible fue que me
dejó de hablar por varios meses, aunque antes de hacerlo me gritó que yo era un
traidor. Cuando llegue el momento de
correr no podrás venir conmigo, me dijo en esa oportunidad. Tú mismo lo has elegido, sentenció. Y
claro, yo había elegido los bototos y las chaquetas largas, pero no me había
detenido a pensar siquiera de qué es lo que me hablaba. Qué era eso de correr,
me refiero. Hacia dónde había que hacerlo y de qué había que huir. Recuerdo que
se lo pregunté a otras personas, como si fuese algo natural, como si lo que les
dijera fuese una anécdota o una forma de entender la pequeña manía de otro. Fue
entonces que ellos intervinieron. Primero con conversaciones y luego
simplemente llamando a los tipos de un hospital que llegaron hasta nuestra
casa. De más está decir que huyó, apenas lo vio. Corriendo gracias a sus ropas
que se lo permitían, pero yo me quedé ahí. En una casa que desde entonces ha
estado siempre prácticamente vacía. Con visitas cada cierto para comprobar que
todo está bien. Así que eso es lo que les digo.
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