No estoy loco. Simplemente ocurre que encontré
aquello en venta, y lo compré. Un set de cucharas de palo. Doce cucharas. Doce
tamaños distintos. Hechas en China, por supuesto. Lo compré y lo traje a casa.
No es que saliese pensando en buscar cucharas de palo sino que me encontré con
aquello. No es tan raro. Ves un set en oferta y lo compras. No es una locura. Y
claro, tampoco tiene que serlo el pintarlas en casa si recuerdas de pronto que
tienes unos frascos de pintura para madera, echándose a perder en algún
sitio. Y claro, como son doce cucharas
distintas –tamaños distintos básicamente-, lo lógico es pintarlas también de
forma diferente. Al principio pensé simplemente en colores, pero luego me
decidí por rostros. Por darle cierta personalidad y una expresión a cada una.
No creo que haya nada malo en eso. Además la forma de la cuchara llama un poco a
eso. Son un tanto antropomórficas, después de todo. Cabeza y cuerpo, digamos. No
creo que haya señal de locura en todo eso. Y claro, llegué así a las doce
cucharas, que ahora eran doce individuos de palo. Irrepetibles y con ciertas
expresiones que intentaban marcar sus diferencias. Todo había seguido un camino
lógico y me pareció lógico también darles un nombre. Eso fue todo. Luego las
ordené en una mesa y hasta ahí llegan mis acciones. Lo de representar, con
ellas, una última cena o que me encontraron hablándoles, ya es invento puro.
Mala voluntad, incluso, si se quiere. Nadie gana nada con eso. Ni ellas, ni yo,
ni nadie, si se detienen a pensarlo. Sé que no estoy loco y por eso les comento
mis acciones e intento aclararlas. Nunca miento, después de todo, aunque a
veces lo parezca. Pueden comprobarlo, si quieren. Y es que nunca he olvidado que son
cucharas, digamos. Y nunca he olvidado que estoy solo. Esa es mi versión.
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