No pensaba llorar, pero cuando vio a su padre en el
ataúd lo encontró más chico. Y eso, extrañamente, lo hizo volcarse en llanto.
Así se lo explicó a quienes se acercaron a él y trataron de consolarlo. No es pena, explicó, es que está más chico. Quienes lo
escucharon no entendieron, pero no pidieron explicaciones. Y es que era una
experiencia fuerte, comentaban, eso de perder un padre. Él en cambio pareció
molestarse con su propio llanto. O con las razones de su llanto, más bien, si
queremos ser exactos. Estoy seguro de que
está más chico, insistía. Recordó entonces una película donde unas tribus
reducían cabezas… y hasta calculaba que el cuerpo de su padre podía levantarlo
sin mayor dificultad… o hasta el ataúd completo. Como si las proporciones del
mundo estuviesen alteradas. Tal vez es un
sueño, se dijo, mientras lloraba. Tal
vez mi padre no ha muerto y puedo yo tomarlo en brazos, continuó, y entonces él se reduzca cada vez más hasta
que vuelva a despertar y mis manos estén vacías. ¿Es eso?, le preguntó a los otros. ¿Eso es lo que pasa?, insistió. Dos amigos del trabajo se acercaron
a él entonces y lo tomaron por los hombros. Todo
está bien, le dijeron. Tranquilízate.
Lo que pasa es que tu padre ha muerto.
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