Él me explicaba que no era tan malo sentirse
perdido. Una y otra vez, me lo explicaba. Y es que no importaba de qué habláramos,
lo cierto es que siempre lograba llevar la conversación al punto necesario para
decir aquella frase. Que no estaba mal sentirse perdido, me refiero. Por lo
general lo hacía mientras contaba sobre una oportunidad en que se extravió en
la Patagonia. Sin exagerar, debo haber escuchado esa historia al menos una
docena de veces. Por lo mismo, no me interesa repetirla ahora. Dentro de esa
narración, sin embargo, el acostumbraba hablar sobre el sentirse perdido. Y era
entonces que explicaba que aquel que se siente perdió no está realmente en ese
estado. Y claro, como uno no entendía del todo tras esa primera afirmación, él señalaba
que todo aquel que dice estar perdido ya ha reconocido al menos no estar en un
lugar correcto y puede utilizar esto como un sistema de referencias. Es decir, el
que dice estar perdido tendría al menos una meta definida y sabría que no está
en el camino que conoce, para poder alcanzarla. Estar verdaderamente perdido,
en cambio, suponía desconocer del todo en que sitio uno se encontraba, pudiendo
creer, incluso, que se está en el lugar correcto, pero sin estarlo. Y claro,
eso era lo que él explicaba aunque lo hacía a la par de aquella historia sobre
la vez que se extravió en la Patagonia y otras más, a veces, según los que
estuviéramos reunidos. No separaba la historia de los argumentos, podríamos
decir, si estamos atentos al aspecto menos importante de lo que hacía. Espero,
ciertamente, que ese no sea el caso.
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