-Yo no hablo de una religión de esas -me dijo,
mientras me sujetaba de un brazo-. Yo le vengo a ofrecer una religión distinta.
Una que prepara para la nada… para la muerte… para el cero.
-¿Y no todas hacen eso? –pregunté.
-No –me contestó-. Las religiones que usted conoce
lo preparan para la vida, finalmente… No para esta vida, tal vez, pero sí para
una después de la muerte…
-¿Y usted está seguro que yo no conozco una
religión de las que usted ofrece?
-Yo no ofrezco una de un grupo o un tipo… -intentó
aclarar-. Lo que yo le ofrezco es algo único… singular…
-Singularmente oscuro, querrá decir –le corregí-.
Usted me ofrece en el fondo una forma de morir… una manera singular de cerrar
los ojos…
-Una razón más para creer en no lo que le ofrezco –insistió-.
Acaso no ha escuchado… la visión más oscura es siempre la correcta…
-…
-Por otro lado –continuó-, no creo que nadie pueda
ofrecerle una forma de morir, como usted dice, esas son cosas que no se eligen…
yo simplemente le ofrezco poder prepararlo para la nada… una religión cuyo
único dios es la ausencia final de todo…
-¿El gran cero? –pregunté.
-Sí –me dijo-. El gran cero. Veo que usted nos
conoce.