Ella comenta que siempre le ha pasado. En todos los
trabajos, me dice. Por ejemplo, cuando joven, trabajó lavando platos en un
restaurant de Pucón. Todo muy bien salvo que cada noche daba con el plato que
no se podía lavar. O sea, se podía lavar, pero quedaba sucio de igual forma.
Ella me cuenta que con el tiempo averiguó que entre los restaurants era cosa
común y que por lo general se opta por quebrar aquel plato, pero claro, ella
que por entonces recién comenzaba se asustó y lo escondía cada vez que aparecía
en un cajón bajo, aunque al cambiar el turno aparentemente alguien siempre lo
volvía a sacar y el asunto se repetía. Algo similar le pasó también en alguna
lavandería, donde a la prenda que no se podía limpiar se le sumaba a veces la
camisa que no se podía planchar y otras cosas de ese estilo. Siempre ocurre, me dice, el punto es ser sabio en esas ocasiones… y
claro, lo más sabio, a final de cuentas, es dejarlo así… no hacerse problemas.
El tornillo malo, la pieza que no encaja,
la papa que no se cuece… siempre es lo mismo, reitera. Usted tampoco se haga mala sangre... Y aunque fuera un dios que no responde, no le dé más vueltas. Búsquese
otro y verá que nada es tan grave… Cambie el tornillo, deje a un lado la pieza,
saque la papa mala de la olla… Ya verá que es lo mejor, con el tiempo. Eso me
dice.
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