M. va a comprar pintura para renovar la casa.
Y es que el siquiatra le ha recomendado que lo haga
como parte de su terapia.
Me refiero a pintar su casa, por supuesto, no solo
comprar pintura.
La idea es
mantenerse a flote, le dijeron. Y eso
ayuda.
Entonces, M. junta un poco de dinero y va a comprar
pintura.
La idea es comenzar con el interior, igual que en
la terapia.
Tras pensarlo unos días se decide por un tono que
encontró en un catálogo.
Es un color impreciso, ni siquiera tiene nombre.
Por esto, debe solicitarlo a través de una cifra
que designa el tono.
Lamentablemente, anota mal el código y llegan a su
casa, días después, tarros de pintura de un color que tampoco tiene nombre, y
que además le desagrada.
A pesar de esto, M. quiere asumir su error y,
durante el último fin de semana, pinta su cuarto con la pintura comprada.
Tras terminar y ventilar la habitación, M. se
dedica a contemplar lo realizado.
Al día siguiente adelanta la sesión con el
siquiatra.
Entonces M., un poco descontrolado, le dice al
doctor que todo está peor, mientras le muestra el cuarto a partir de unas fotos
sacadas con su celular.
-Es color mierda –dice M.
-¿Usted defeca de ese color? –pregunta el
siquiatra.
M. vuelve a mirar las fotos.
-No –dice entonces-. Lo que pasa es que ni siquiera
es mierda mía… Está pintado con la mierda de algún otro…
-¿Sabe de quién? –pregunta el doctor.
M. no responde.
Minutos después se acaba la sesión y M. vuelve a
casa.
Eso es más o menos lo que ocurre.