Yo no alcancé ni a preguntar y ya ellos intentaban
explicármelo. Sin grandes teorías. Sin necesidad de cuidadas demostraciones. Se
trataba más bien de una serie de revelaciones que debían aclarar nuestras
inquietudes. Como si estuviésemos contra el tiempo, me daba la impresión. O
como si cada pregunta hablara mal de lo que ellos podían llegar a explicar, sin
necesidad de ellas. Me refiero por ejemplo al asunto de las cajas. Aunque todo
en el fondo vino a revelársenos de la misma forma. ¿Preguntamos por el porqué
de esas once cajas cerradas y en hileras? Muy bien, nos dijeron. Ahí están cada
una de esas cajas abiertas y ahora dispuestas de otra forma. No sé si logro expresarlo
de buena forma. Pero en el fondo era posible que sintiésemos que más allá de
una explicación lo que se nos entregaba era una forma de castigo para cada una
de nuestras preguntas. ¿Un niño pregunta por qué es un animal? Pues entonces
ustedes lo capturan y lo abren frente a dicho niño. ¿Una persona pregunta por
el sentido de la vida o el centro de su significado? Y ustedes le entregan la
muerte, sin más, como experiencia reveladora.
¿Alguien pregunta sobre el amor? Ustedes se lo arrebatan y demuestran la
inutilidad de preguntar por aquello de lo que carecemos. Es decir, no puedo
sino sentir que ustedes fomentaban nuestra falta de preguntas. Nuestra
aceptación silenciosa. Nuestro vivir en definitiva, con esas once cajas,
dispuestas en hileras, sin efectuar pregunta alguna. ¿No creen acaso que se
trata de un amedrentamiento injusto? ¿No pueden ustedes mismos acabar siendo víctimas
de aquel procedimiento? Y es que yo no alcancé ni a preguntar, como les decía,
y ya intentaban explicármelo. Esta es la
autopsia del mundo, parecían decirme. Y
solo desde ese punto, podemos ahora explicarle.
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