Nos miraba a todos. Y claro, también se fijaba en
lo que estaba fuera de nosotros. Siempre serio. Como si buscase algo. Un error,
tal vez. Un desequilibrio. En el caso de nosotros era extraño, ya que sabíamos
de antemano que estábamos llenos de errores. Me refiero a que no tenía para qué
mirarnos tanto, si las fallas saltaban a la luz. Y claro, entonces él,
silencioso, venía hasta un costado y si
tenías suerte lo sentías. Muy de cerca, me refiero. Así, ocurría de ponto que
estiraba un brazo y su mano ya estaba sobre ti, o abre algo, y sentías entonces
como una situación nueva… como si hasta ese momento hubieses sido un cuadro, un
tanto ladeado, que alguien endereza. Sí, esa es exactamente la sensación: como
si hubiésemos sido un cuadro ladeado que alguien, tras mirar detenidamente,
endereza. Por lo mismo, tal vez, es que su presencia se volvió para nosotros en
algo indispensable. No en el sentido vital, digamos, ya que podíamos sobrevivir
sin ella. Pero era, de todas formas, algo indispensable… Indispensable en el
sentido que nos abría nuevas posibilidades… Posibilidades de existencia,
digamos, sin temor a exagerar. Una nueva ubicación, entonces. Ligeramente
distinta... Sutil, tal vez. Pero perfecta.
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