No es el estornudo en sí. Es más bien el momento
del estornudo. Segundos antes, incluso. La pulsión previa, me refiero. Una
especie de fuerza que llega desde fuera. Algo así como una posesión. Repentina
e inconclusa si se quiere, pero posesión al fin y al cabo. Y claro, el
estornudo bien puede entonces ser una especie de exorcismo. Funcionar de esa
forma, quiero decir. Un intento de expulsión que no me queda claro si lo
hacemos por decisión propia o porque estamos actuando ahora por voluntad de un
tercero. Es así como de pronto la cuestión parece transformarse en una pregunta
que a priori habríamos desechado por absurda: ¿Quién estornuda cuando
estornudamos? Quién está en el impulso, me refiero. Y es que no se trata aquí
de aplicar una lógica básica ni de abrir una de esas discusiones sobre asumir o
no la responsabilidad de nuestras acciones… Yo me refiero aquí a las sensaciones
que nos acompañan. A ese algo que queda siempre un poco innombrado. O al deseo aquel
de decir perdone yo no fui… ¿lo han
pensado, acaso…? ¿De dónde viene ese deseo de excusarse ante el estornudo? Porque
claro… lo intenté evitar, pero algo en mí no pudo dejar de culpar a ese impulso
que de seguro venía desde otro sitio. Por lo mismo, aclaraba en un inicio que
no se trataba del estornudo en sí. Aunque casi. Es más bien el momento del
estornudo. Yo digo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario