A veces busco soluciones. No pienso en el problema,
por supuesto, pero busco soluciones. Soluciones puras, entonces. Soluciones
espontáneas. Por ejemplo, una solución que propuse es la siguiente: La gente debería morir y revivir una vez.
Ignoro el problema, como decía, pero creo que se trata de una buena solución. Una
auténtica solución pura. La gente debe
morir y revivir una vez, escribo. Aunque claro, la idea es que la gente no
sepa que tiene esa vida extra. Asimismo,
se debe desestimar que la solución propuesta considere la muerte como un
problema, e intente, de alguna forma, resolverla. Nada hay más lejano que
aquello. Por eso es importante recordar que se trata de una solución pura.
Lamentablemente, a muchos les cuesta entender aquello. Esta misma solución, si
la comparto, supondría que algunos piensen que se trata de una situación que aclararía
lo que hay después de la vida. O en otras palabras, vendría a revelar lo que
hay en la muerte. Errores de base puesto que, como decía, una solución pura no
viene a resolver un problema dado, ni tampoco, por cierto, a generar uno. Y es
que una planta no genera raíces. O no en ese orden, al menos. Así, la solución
anterior –de morir y revivir una vez-, no es que resuelva lo que hay en la
muerte, sino que, muy por el contrario, se vuelve valiosa ya que te regresa a
lo que no hay en la muerte. La vida, digamos. Vemos así una ruta de existencia
para esta solución que se aleja de cualquier fenómeno que pueda ser considerado
como un problema. Una solución pura, entonces. Supongo que me explico.
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