Ese era mi lugar, pero ya no. Te mueves y ya no hay
más. Lo que viene es caída o ascenso, pero no es lugar. Y es que el sitio
propio en realidad siempre es uno. No uno de cantidad, en todo caso. Uno de uno
mismo, más bien. Porque el sitio del que hablo es ese. Lo otro ni siquiera lo
llamo lugar. De hecho, ni siquiera lo tomo en cuenta. Si me obligan lo llamo
decorado, pero ojalá no me obliguen. Además, mi intención es siempre hablar de
otra cosa. Algo que tiene que ver justamente con ese lugar que a veces abandonamos,
sin saber. (A veces sin saber). Dos ejemplos, entonces: 1: Salir a caminar y
dejar los pies atrás. 2: Soñar con nosotros mismos y no saber con qué soñamos. De
esas cosas tal vez me gusta hablar, eso es lo que ocurre. Hablar y no decir, en
todo caso. Me refiero a que estoy consciente del problema. Consciente del no
lugar, digamos. Y consciente del no decir. Breve descripción cursi: Allá
quedaron mis pies. Más allá mis manos. Parece que en ese mueble late mi
corazón. Y claro, decir luego de eso es siempre no decir. Caída o ascenso nada
más. Luego te das cuenta que tal vez ni eso. No lugar, como decía. Y no decir. Mi
intención, por cierto, sigue siendo hablar de otra cosa.
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