Le dije tres veces que yo cocinaba, pero al final
cocinó ella. Un error, supongo. No tanto por el resultado sino porque le digo
tres veces y al final no me escucha. Siempre pasa lo mismo. Además mientras
ella cocina yo no hago nada. O no por los dos, al menos. Y claro, eso incomoda.
Luego me dice que no ponga la mesa. Incluso agrega que servirá por sí misma los
platos. Si quieres descorcha un vino,
me dice, como si fuera la gran cosa. Eso permite, al menos, pero no me deja poner
las copas. Entonces busco y me doy cuenta que no está el sacacorchos. Se lo
digo. El sacacorchos no está donde debe
estar, le digo. Ella entonces dice que no importa, que la deje encima y que
ella la abre en un momento. No es el punto,
le digo. Es solo que no está el
sacacorchos. Ese es un punto importante,
dice ella. Yo lo soluciono, agrega. Entonces
ella sirve los platos y yo me siento. De reojo, puedo ver como intenta abrir la
botella de vino. Y claro, la veo sacar a escondidas el sacacorchos. Es de metal
y además tiene una unta afilada para abrir latas. Ella descorcha la botella y
se sienta frente a mí. Deja el sacacorchos a un lado, sobre la mesa. Tres veces te dije que yo cocinaba, le digo. Ella dice que no
entiende de qué hablo. Yo le explico. Tres veces le explico. Nada más.
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