Yo no le creo, pero la Matilda alega que le robaron
un hijo. Treinta años atrás, claro. Dice que fue en un hospital del norte, pero
no recuerda cuál. Según ella estaba esperando mellizos y solo le pasaron uno. Una
guagua fea, flaca y gritona, dice ella, y yo no sé si está bromeando. Entonces
mamá le hace preguntas y la Matilda contesta un tanto molesta porque dice que
mi mamá no es ella y que además se trataba de otros tiempos. Cuenta entonces
que al hijo que le pasaron lo llamó Marcos y que se murió a los pocos meses
porque parece que le dio tifus. Y claro, fue ahí que la Matilda reclamó al otro
y le dijeron que no había nada más. Ni el otro niño ni las pantuflas rojas, que
se le habían quedado. Eso creo que le dijeron. Entonces la Matilda fue hasta
una comisaría y tampoco la escucharon. Y claro, como ya era vieja, no pudo
tener más y hasta se quedó sin tumba porque al cuerpo de Marcos se lo llevaron
para estudiar algo de la vacuna y ella firmó y tampoco se dio cuenta. Sin hijo, sin tumba y sin las pantuflas
rojas, ese es el resumen, dice ella. Yo sigo a la cocina a la Matilda para ver
si hay más historia, pero no hay. Ahí se acabó todo, dice ella. De todas formas
me quedo en la cocina y veo cómo ella prepara unos sándwiches para la once. Un
día de estos voy a ir al mall a ver si encuentro pantuflas rojas y se las
regalo. El martes no, eso sí, porque dicen que va a llover.
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