En el edificio donde vive la señora Tania contrataron
una empresa de aseo japonesa. Hasta con trabajadores japoneses, me refiero.
Todos relativamente bajos, muy bien vestidos y, sobre todo, silenciosos. Por si
fuera poco ellos traen sus propios elementos de limpieza y parecen estar
profundamente coordinados. Lamentablemente, la situación para la señora Tania
se ha vuelto incómoda. Y es que si bien la empresa contratada trabaja a la
perfección, parte de su política implica la no relación con los habitantes del
edificio. Puede parecer algo menor, es cierto, pero esta no relación se
manifiesta día a día de manera absoluta. Y es que podría decirse que el
personal de aseo trabaja fingiendo que no están ahí. Es decir, no hablan entre
ellos, no miran a nadie, ni siquiera parecen tener expresión en el rostro. Y
claro, estas últimas razones son las que lleva la señora Tania hasta el
administrador del edificio para pedir que haga algo respecto. Él la escucha y
le contesta diciendo que todo está limpio. De hecho, le comenta que hasta ha
recibido felicitaciones al respecto. Entonces, tras la insistencia, el administrador
le entrega a la señora Tania una carta de reclamo. Ella la lee, se sienta y la
rellena con cuidado. Mientras lo hace, observa a uno de los trabajadores
japoneses que lleva incluso zapatillas blandas, para no incomodar. Finalmente, se resigna a esperar pasar el tiempo. No sabe cuánto, pero es mejor
no desesperarse. Deja la carta de reclamo sobre la mesa del administrador y
regresa a su departamento. Aunque le cuesta, trata de pensar que todo está bien. Así es la señora Tania.
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