Tú compras el boleto. Tú decides. Vas o no vas.
Avanzas o te quedas. Casi siempre es así. El funeral o el circo. El abrazo o el
rencor. Tú rellenas tu maleta. Dos ejemplos. Una vez, en invierno, fui hasta
Praga sin parka. Otra vez, fui a casarme sin iglesia. No te mueres, por
supuesto. Solo pasas frío y no te casas. Hay cosas peores. Por ejemplo: gente
que nace sin piernas.
De niño –otro ejemplo-, llenaba un carro en el
supermercado. Es decir, iba junto a mi madre que compraba lo indispensable. Mi
carro quedaba, en cambio, abandonado junto a las cajas. Siempre me pregunté por
qué alguien no lo tomaba y se lo llevaba, si tenía solo cosas ricas. Pues bien,
igualito pasa con la vida. No es que filosofe ni nada. No da para tanto. A veces pienso que en el
espacio, ocurre lo mismo con la Tierra.
Y es que tal como decía en un inicio: tú compras el
boleto. Tú decides dónde y con qué rellenas tu maleta. Nada de itinerarios.
Nada de turismo. Deja la parka si vas a Praga y si buscas ver a Dios, no vayas a la iglesia. Nada de comodidades innecesarias. Deja el dinero. Deja el
pasaporte. Casi siempre es así de sencillo. Tú compras el boleto, ese es el resumen. El corazón se
llena o no se llena.
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