Estaba con insomnio. En la cama. Contando. No contando
ovejas, por cierto, ni nada en particular. Solo números. Aunque no sé realmente
si se puedan contar números. El punto es que tras mucho contar supe que había
llegado al número final. Sé que no es lógico decirlo así, pero ese es el
recuerdo que tengo. Llegué al número final, estoy seguro. Es decir, ni siquiera
sabía si los números podían contarse a sí mismos y de pronto descubro que no
hay más. Que todo eso del infinito de lo que siempre sospechaste, era un
cuento, simplemente. Esa noche, debo haber renunciado a dormir luego de ese
descubrimiento. De hecho, recuerdo haber encendido luces y buscar un cuaderno
donde anotar aquello que me había sucedido. Y es que el final así, de pronto, venía
a acabar con una serie de cosas que hasta ese entonces creía ciertas. Era una
sensación extraña, sin duda. Ilógica incluso, si se quiere, pero profundamente cierta.
Tengo memoria, por ejemplo, de haber escrito el número final en una hoja y
haber intentado sumarle algún número… pero cualquier intento resultaba infructuoso.
Y es que había llegado al número final. De eso estaba seguro. Todo de
casualidad y gracias al insomnio, pero lo había hecho. Fue así como intenté explicárselo
a todos durante las próximas semanas, sin ningún resultado. En cambio, me intentaron
convencer respecto a mi propia experiencia. Dijeron que era imposible. Que debo
haber estado soñando, o somnoliento. Que el número aquel al que llegué y he
olvidado, en realidad no existe. Y claro, yo les dije que sí… que debían tener
razón… que era cierto. No quise insistir. No volví, de hecho, a hablar de aquel
tema. Mentí, por supuesto, si es que quieren saberlo. Todos lo hacen.
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