No lo decía en serio. Se le notaba. Desviaba la
vista cuando las cosas que decía no iban en serio. Sin embargo, se veía linda
cuando lo hacía. Eso era extraño pues tenía algo cautivante en esos momentos. Como
si de cierta forma fuera agradable contemplar aquello que era verdadero solo en
superficie. Lo que pensaba de ciertos temas. Lo bien o mal que podía caerle una
persona. Lo que esperaba de la vida. Nada de eso lo decía en serio. Quizá por
eso resultaba cautivante. Porque uno no podía saber cuál era su verdadero
pensamiento, me refiero. Por otro lado, cuando realmente hablaba en serio, ella
perdía gracia. Y la verdad expresada de esta forma, aunque más cierta, resultaba
siempre más directa, más opaca. Así, su tono serio te llevaba a pensar: eso no más es ella. La conozco. Ella está ahí.
A veces pienso que por eso se fue acabando todo. Suena mal, lo sé, pero es lo
cierto. Y es que ella comenzó a hablar en serio. Y su seriedad resultó ser el
fondo de un abismo demasiado bajo como para caer en él. Era apenas una última
superficie bajo la superficie. Ella perdió gracia, en resumen. Por suerte ella
se agotó antes que yo pudiera decir algo. Tampoco debo haber tenido mucha
gracia, supongo. Cuando dejamos de vernos ella volvió a desviar la vista. Me
deseó que estuviera de bien de esa misma forma. No lo decía en serio, por
supuesto, pero se veía linda de esa forma. Dejó de ser ella misma y volvió a serlo,
en resumen. Yo también desvié la vista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario