Haces o no un bote. Eso piensas, pero no decides. Estás
viejo, pero quedan fuerzas. Ellos dicen que no estás bien, que te detengas un
poco, que pienses las cosas. Te acercan una silla. Llaman a tus hijos para que
hablen contigo. Tú no hablas. Esos tal vez no sean tus hijos. Además el bote no
es necesariamente mala idea. Te ejercitas. Calculas. Gastas tu última fuerza. Además
nunca se sabe. No te tragas las pastillas. No renuncias a tu idea. Eso ocurre
mientras las voces siguen un mismo discurso. Dicen que son tus hijos. Uno de
ellos te lama loco. Debes reconocer que la voz se parece. Hablan de mamá.
Hablan de tus años. Mencionan a aquellos que te cuidan. Luego te dejan solo.
Haces o no un bote. Eso piensas. Si el bote es grande, caben incluso los que te piden abandonar la escena. Ojalá lo entiendan. Ojalá te dejen
explicar. A escondidas tienes el plano, además. Lo dibujaste hace unas noches. Ellos
tienen que escucharte. Tú los escuchaste, en su momento. Piensas en las tablas.
En la pintura para el revestimiento. Piensas en la muerte, incluso. Arrancar de
la tierra y quedar sobre el agua. Con los tuyos ¿Quiénes eran los tuyos?
¿Cuánta pintura bastará para el revestimiento...? Eso piensas mientras comienza la noche. Esta vez te olvidaste y tomaste las pastillas. Vas a dormirte en un
momento aunque no quieras. Tal vez construyas un bote. Tal vez vuelvas a despertar.
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