A veces voy a tomar una cerveza en una especie de
bar clandestino donde se juntan varios viejos. No suelen contar mucho de sí
mismos, solo comentan algunas situaciones, juegan brisca y dominó, y a veces miran
una televisión vieja que está en una esquina del lugar. Si bien no me siento
muy aceptado entre ellos, me gusta estar ahí. Podría decirse que me
tranquiliza, incluso. De vez en cuando falta alguien y juego con ellos o
simplemente cruzamos algunas frases. Por lo general hablan de política. Supongo
que llevan décadas haciéndolo. Son conversaciones triviales, pero que poco a
poco comienzan a ganar intensidad, hasta terminar en fuertes discusiones. Dichas
discusiones, sin embargo, suelen llegar a un punto común que puede resumirse en
la misma frase: No vamos hacia ningún
sitio. Así, por lo general, es en el momento en que llega esa frase que se
calman de inmediato y parecen entrar en un modo de ahorro de energía. Entonces guardan
las cartas y el dominó y hasta se olvidan de la televisión que sigue encendida,
en el mismo rincón. No nos quieren llevar
a ningún sitio, dice entonces un viejo, transformando la frase, y pasan así
a compartir los últimos y breves comentarios. Y claro, ese es siempre el
momento que yo escojo para pagar mi cuenta y retirarme del lugar. A veces me da
la impresión que apenas salgo todo se anima y comienzan los verdadero
comentarios.
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