Al final las cucarachas se adueñan del edificio,
pero antes los habitantes se defienden. No directamente, claro, porque son
hombres de una clase muy alta como para luchar de esa forma. Por esto, su
defensa consiste en llamar al administrador y es él quien contacta a una
compañía especializada mientras los habitantes son llevados a un hotel. Un
hotel sin cucarachas, claro. En tanto, los periodistas acechan y la compañía
exterminadora se encuentra con una serie de problemas que intentan manejar.
Entonces, pensando que el problema está resuelto, los habitantes regresan del
hotel y pasan unas cuantas horas de tranquilidad. Luego reaparecen las
cucarachas. Nadie sabe qué ocurre. Las cucarachas parecen ser inmunes al veneno
y han crecido de una forma desmesurada. Y claro, como son personas de una clase
que evita el enfrentamiento directo, los habitantes arman sus maletas, llaman a
sus abogados y se van del lugar sin atreverse siquiera a pisar algunas cucarachas
antes de salir. En cambio, amenazan al administrador y los responsables del edificio
quienes se ven prontamente sin trabajo, igual que la compañía exterminadora
quien es demandada por los constructores y administradores (antes de que fuesen
despedidos). Finalmente, el edificio, lujoso, clásico y sofisticado, queda
abandonado a su suerte en medio de una manzana con otros edificios similares,
pero en los cuáles no se sabe nada aún, de las cucarachas. En la escena final
uno de los administradores despedido pasa por fuera del edificio y se acerca a
escuchar si existe ruido en el interior. Está a punto de llover. La escena es
descrita como si alguien percibiese movimiento en el vientre de una mujer
embarazada.
Se me antoja una metáfora explícita sobre el destino de un país... el mío, por ejemplo.
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