De vez en cuando viene, es cierto. Sin avisar, sin una
razón concreta, pero de alguna forma siempre sabes que va a venir nuevamente. La
última vez, por ejemplo, apareció con un pastel de cumpleaños y dijo que
debíamos celebrar. Cantó, trajo velas y hasta consiguió documentos alterados
que le daban la razón. Tuve que aceptar. Canté, soplé las velas y hasta reconocí,
como propios, los documentos alterados. Y claro, no pasó un mes antes que
llegara con otro pastel y nuevas velas y documentos que tuve que aceptar,
nuevamente, pues no me gusta discutir y además la idea de ser otro no es algo
que me desagrade, mayormente. Con todo, el problema mayor radica en una especie
de aburrimiento. No de ser otro, como ya dije, pues esa es una cuestión que
tangencialmente acepto, pero lo lamentable es que a veces te olvidas del juego
y terminas guardando los documentos falsos en la billetera y hasta confundes tu
verdadero cumpleaños y se te olvida cuál de todas aquellas fotos era realmente
la que te representaba… ¡Cuántas molestias innecesarias…! Y es que ese no es un
juego que uno haya propuesto, después de todo. Y eso debiese bastar. Así, quemo
finalmente documentos falsos y verdaderos y quedan simplemente cuatro letras
intactas, entre la ceniza. Con eso debiese bastar, me digo entonces. Este no es
un juego.
Debe ser muy complicado andar equilibrando la verdad entre tantas mentiras
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