Suena el celular que no tengo y me despierto del
sueño que no duermo. Son las dos. Siempre es un poco de esa forma. Entonces, apago
el reloj que no suena y miro las manecillas que no andan. Deben ser las dos, me
digo, sin decir. Los libros que no termino están sobre la cama y hasta hay un
cómic de una saga en que el héroe se queda todo el capítulo frente al espejo,
sin amarrarse la capa. Un cómic sin portada, por cierto, pero en buenas
condiciones. Afuera, los pájaros que no cantan deben de estar en algún sitio. Nadie
piensa en ellos. Sobre un mueble, en tanto, las pruebas que no reviso se apilan
junto a una serie de preguntas que yo mismo no respondo. Tareas que no realizo,
me digo, aunque sé muy bien que se trata de otra cosa. Siempre es un poco de
esa forma. Así, frente al computador y su hoja en blanco, escribo sin decir y
avanzo y retrocedo sin motivo. Algo que parece ser la luna desvía luz hacia mi
ventana. Luz de luna que no es propia, por supuesto. Son las tres. El reloj que
no anda y hasta una polilla que permanece en la sombra parecen también
comunicármelo. Busco un final de un texto que aparentemente no comienzo. Decir
no diciendo, eso intento. Siempre es un poco de esa forma.
Pese a todo, es una buena forma...
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