No sabe explicar por qué, pero el hecho es que C.
se roba un cuello ortopédico. Lo saca del colegio en que trabajo y lo guarda en
su mochila hasta llevarlo a su casa. C. es un alumno, por cierto. Un alumno
pequeño. Me entrevisto con la madre de C. a petición suya y es entonces que me
lo cuenta. C. se robó un cuello
ortopédico, me dice. Ella lo ha visto usarlo en varias ocasiones aunque
siempre a escondidas, cuando cree que nadie lo observa. También se ha sacado
fotos con el celular, mientras lo usa. La madre me muestra las fotos. Yo las
miro. Es C. con el cuello ortopédico. Nada más. No envía las fotos, no las sube
a internet, solo las guarda en el celular, desde donde su madre las extrae y
las lleva a la entrevista. No sé qué hacer, me dice. Yo la observo. Tengo ganas
de decirle que a mí también me sucede lo mismo, pero no lo hago. Eso de no
saber qué hacer, me refiero. Entonces C. entra de improviso por la puerta. Se
suponía que estaba en clase, pero se escapó y vino hasta la sala de
entrevistas. Sin decir nada entra y se sienta en una silla, entre su madre y la
mía. Mamá se mete en mis cosas, me
dice. Y además me duele el cuello. Lo
dice de una forma tan seria que es imposible ponerlo en duda. Entonces miro a
C. y a la madre de C. y veo que ellos también se observan. Yo soy el único al
que nadie mira, pienso entonces. Tenías
que decirme que te dolía, dice la mamá. Nadie
dice cuando le duele, contesta C. Siguen hablando. Yo, en tanto, tengo la
hoja resumen de la entrevista y no sé bien qué escribir. De hecho, la hoja
queda en blanco. Minutos después C. vuelve a su sala y yo me despido de la
madre. Mientras vuelvo a mis clases, finalmente, se me presenta un fuerte dolor
en el cuello.
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