lunes, 25 de abril de 2011

Sobre el intento de ocupar una cancha vacía.

.


I.

Por algún error en la implementación
de un proyecto vecinal,
ocurrió que en una villa donde viven puros ancianos
construyeron una cancha de tenis.

Los viejos pasean por fuera
y la miran,
sin atreverse a entrar,
de hecho,
de las decenas de veces que he pasado por ahí
siempre he visto a los abuelos
sentarse en los bancos
que existen en el exterior de la cancha,
y charlar sobre algo
que no me interesa averiguar.

La cancha, mientras tanto,
siempre está vacía.

Y no es que quiera que los viejos jueguen,
no alego por eso,
ni tampoco quiero que arranquen la malla
y ocupen el espacio para otra cosa,
es simplemente que la cancha ahí,
sin estrenar,
comenzará prontamente a dañarse por las lluvias,
y verla estropearse será entonces similar
a observar un símbolo perder su significado,
o mirar quietamente una ballena
varada en la costa,
mientras es picoteada por las aves.

Quizá por eso,
o contra eso,
es que me decido a ir hasta el lugar
raqueta en mano
y enfrentar a un amigo en lo que será
supongo
uno de los peores partidos de tenis
que alguien pueda presenciar.

-¿Y la quieren arrendar por una hora?
Nos pregunta la vieja de las llaves.

-Sí, una hora está bien –decimos.

-Es que lo mínimo son dos horas –improvisa.

Y bueno, para que pelear:
pagamos.


II.

Lo extraño e incómodo es que apenas
nos preparamos para jugar,
afuera empieza a llenarse de viejos,
algunos traen sus gatos
y sus chales,
y los esposos llevan del brazo a sus esposas
y hasta traen sillas.

Con mi amigo nos miramos
y comenzamos a paletear un poco,
es decir, no tiene sentido alegar
o decir algo,
después de todo, la idea fue nuestra,
y ahora sólo queda ver qué es lo que pasa.

Tras unos golpes errados
que debían servir de práctica,
comienzan los reclamos:

-¡Ya po´ cabros…!

-¡Aprovechen la juventud…!

Y hasta escuchamos unos garabatos en voz baja.

Mi amigo y yo nos miramos, entonces,
y los miramos,
y no sabemos si enojarnos o no,
sólo sabemos que no sabemos jugar
y que esta idea de salvar un símbolo
era sin duda algo que no nos correspondía
y que excedía sin duda
nuestras posibilidades.


III.

Media hora después
los insultos continúan
y se acrecientan.

Además las pelotas
caen cada vez más lejos
y el partido se vuelve además de malo
un poco más lento.

Por otro lado,
los abuelos, fuera de la cancha,
parecen cada momento más fuera de sí
y hasta levantan los bastones
y poco falta para que nos tiren las placas
entre tanto grito.

-¡Son terrible e´ pajeros
cabros culiaos!

Nos grita uno que hace rato
está al borde de la cancha,
y que parece haber estado entrenando
todas esas frases
que los otros viejos aplauden
y celebran a carcajadas.

-¡Como serán de malos,
que el más ahueonao va ganando!

Grita ahora,
y poco a poco me empiezo a cabrear
-porque además soy yo el que va ganando-
y justo cuando voy a dar mi mejor golpe
y hacer callar al viejo
resulta que me tropiezo
y caigo de bruces
y hasta me enredo en la malla
para algarabía de los viejos de mierda.

Así, mientras me desenredo
observo como los viejos caen al suelo de risa
y hasta veo una abuelita agacharse asustada
sobre su esposo
temiendo quizá un paro cardiaco.

-Me cansé de la hueá, viejos de mierda,
les grito entonces.

-¡¿No tienen acaso nada que hacer
en vez de andar mirando unos hueones malos
jugar tenis?!

-¡Pero es que son muy malos! –dice uno.

-¡Y muy hueones! –dice otro.

Y vuelta a la risa.

Yo me miro con mi amigo y él me hace un gesto
para que nos vayamos,
pero yo no voy a perder tan fácil,
me digo,
y voy a cerrar al set.

-¡Esta es por vos, viejo ahueonao! –le digo a uno,
pero por los nervios fallo el tiro,
y el viejo vuelve a la risa
y a huevearme nuevamente.

-¡Lo malo es que a esta edad…
se nos van a olvidar estos hueones…! –grita uno.

-Deberían venir mañana, cabros
así nos acordamos y hasta les hacemos una copa…!

-¡La copa naftalina! –gritan otros.

Yo hago como si no los escucho
y sigo jugando.

Mi amigo, en tanto,
responde unas cuantas,
pero resulta ser aún peor que yo,
y los viejos aplauden ante cada error
y no se cansan.

Entonces,
entre punto y punto
(entre un error y otro)
comienzo a imaginarme la situación desde fuera,
y me fijo que ya ni siquiera somos cabros
como nos llaman ellos,
sino dos profes treintones
buenos pa la cerveza
cabreados con unos viejos que se van a morir en pocos años…
y poco a poco
mientras acepto la realidad
comienzo a jugar con mayor gusto…

Me huevean claro, pienso,
y con razón,
pero yo sigo el juego concentrado
y les termino el show con gusto
y hasta gano
y lo celebro.

Los viejos no pueden más de alegría,
aplauden y gritan entre ellos
y hasta veo que se pagan apuestas
a escondidas…

Por último,
y por si faltara algo,
la señora de las llaves nos dice
que hay que costear la pintura de una puerta,
done un viejo rayó con tiza
nuestro resultado:

Ahueonao 1: 6
Ahueonao 2: 4

Y hasta salimos dibujados con caras chistosas.

Yo me miro con mi amigo y decidimos pagar,
no sin antes discutir un poco para bajar el precio.

Al final, mientras nos íbamos,
me devuelvo para borrar y escribir mi nombre
con el resultado.

-¿Se llama Vian? –me pregunta entonces la señora.

-Sí –digo yo.

-Pues puede volver cuando quiera –me dice, como entre risas,
mientras apaga las luces de la cancha,
y anota mi nombre
en una libreta.

2 comentarios:

  1. jejejeeje...pueden darse por satisfechos!...se ganaron el día!

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  2. Jajajaja que chistosa la historia!!
    Hay que puro reírse de la vida!

    Saludos!

    ResponderEliminar