Leí una noticia, una vez, sobre un estudio que indicaba el porcentaje de niños que alguna vez habían comido pegamento.
Ahora no recuerdo la cifra exacta, si soy sincero, pero sé que era un número altísimo.
Más de la mitad de los niños, por lo menos.
El dato que más me sorprendió, sin embargo, no fue la cifra anterior, sino que prácticamente la totalidad de los niños que habían comido pegamento, sabían exactamente lo que hacían.
Es decir, no comieron pegamento pensando que se trataba de algún tipo de dulce o alimento, sino que sabían perfectamente de qué tipo de sustancia se trataba, y cuál era su verdadera función, cuando lo ingirieron.
Ahora, dejando de lado la idea de los niños de ir en contra de la prohibición y de probar la toxicidad y jugar con el riesgo de todo aquello, me queda la sensación de que en esas cifras debe haber algo más.
Algo más que espera a ser revelado, me refiero.
No hablo necesariamente de algo turbio, ni que venga a revelar la naturaleza oscura de los niños… pero algo debe haber, sin duda.
Una vez que conversé del tema alguien habló, por ejemplo, de la necesidad de los niños de combatir el miedo de no disgregarse o desarmarse, pegándose por dentro.
Y sí, sé que eso es algo que no suena muy cuerdo, pero tampoco lo es el hecho central que se busca interpretar.
“Tal vez la mesa está coja de tres patas”, creo que dice un dicho húngaro, que podría aplicarse a situaciones como esta.
O tal vez –quien sabe-, es solo un dicho que me he propuesto inventar.
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