P. trabajó seis meses en un crematorio.
Todo bien hasta el último día, en el que se le olvidó encenderlo.
Debía hacerlo dos horas antes de comenzar a incinerar.
Lamentablemente, ese día estuvo pensando en otras cosas y ocurrió el descuido.
Solo se dio cuenta del olvido cuando los primeros deudos llegaron y se pusieron frente al lugar donde se veía descender el ataúd hasta las llamas.
Por lo general, cuando comenzaba a quemarse y se encendía la madera, el ataúd dejaba de estar a la vista de los deudos.
Por lo mismo, pensó que podía engañarlos y fingir que todo había ocurrido normalmente, hasta que se encendiera todo.
Además, tendría tiempo, pues la ceniza se entregaba un par de días después.
Lo pensó un poco y eso hizo.
Esperó unos minutos, salió a avisar que todo estaba listo y pidió confirmar los tipos de urnas para la entrega de cenizas.
Nadie pareció sospechar nada.
Todo, salvo el fuego, había ocurrido como siempre.
Lamentablemente, uno de los deudos intuyó algo y decidió llamar al supervisor.
El supervisor, tras hablar con P., descubrir lo ocurrido y anunciarle su despido, fue con los deudos e intentó explicarles la situación, argumentando fallas técnicas.
Les dijo que debían esperar todavía una hora si querían presenciar el inicio del procedimiento y les ofreció un descuento importante en la cafetería del recinto.
-Solo deben cancelar el IVA -les dijo-, el resto corre por cuenta de la casa.
Varios deudos se mostraron molestos, pero terminaron por aceptar la situación, y dejaron la cafetería prácticamente desabastecida.
Mientras se iba del lugar, P. observó a los deudos comiendo en la cafetería.
Tras mirarlos, le pareció que ninguno se veía demasiado triste.
Nadie ha hecho ningún mal, se dijo.
Todo siempre ha estado en orden.
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