I.
Sin la piel la carne se desparrama.
Uno se imagina que se queda quieta, adherida al hueso, pero no es así.
No hablo de trozos de piel, hablo de la totalidad, por cierto.
Y cuando hablo de la piel hablo también de un nombre, y hasta de la ilusión de saber quiénes somos.
O qué.
II.
No está tan mal, desparramarse.
Sacar las cosas de la bolsa, simplemente… o dejar caer las cartas.
No es lo que esperamos, es cierto, pero también es cierto que esperamos sin saber.
Y es que la esperanza nos confunde, como la sangre en uno cuando no es nuestra.
Es normal que pase, en el fondo, quiero decir.
Después de todo, la piel no está ahí para quedarse y desparramarse no es tan malo.
Es solo una forma nueva, al fin y al cabo.
Otra forma, entonces.
Y otra voz.
III.
Sin la piel la carne se desparrama.
Y sin la carne, luego, los huesos se dejan caer.
Es algo así como el ciclo natural que nos lleva a vernos.
A hacernos conscientes, me refiero, de lo que somos y dejamos de ser.
Todo sobre la tierra, como las ropas de una maleta que se ha abierto de golpe.
No hay palabras dentro, descubrimos entonces.
Aunque rebusquemos no hay palabras.
Y de la sangre no hablo, decido, para no tener que sangrar.
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