I.
Los verdaderos arquitectos, como los del cuento de Bradbury, confiesan haber construido sobre grietas, suelos inestables y fallas sísmicas. Más aún, confiesan haber propiciado las grandes guerras. Todo con el fin, digamos, no solo de destruir sus propias creaciones, sino también para mantener vivos sus planes y dar a luz sus nuevos proyectos. Nuevas ciudades sobre las ruinas de antiguas ciudades, parecen decir, mientras curvan ellos mismos el bucle en que vivimos. Ese es el plan de los grandes arquitectos. Y esa es, por tanto, una premisa sobre la que se edifica el mundo.
II.
Grandes arquitectos. Grandes y verdaderos arquitectos. No dioses, precisamente, pero operarios eficaces tras la ausencia de Ellos. La vida es simple, parecen decirnos. Rocas sobre rocas, ciudades sobre ciudades y palabras sobre palabras. Ustedes nos dicen si enterramos o cremamos el cuerpo. Esa es la única elección. No es fértil, la tierra, como dicen. Es apta, simplemente, o no apta.
III.
Los verdaderos arquitectos, como los del cuento de Bradbury, se ocultan a simple vista. Nos hablan, incluso, desde los podios más altos que encuentran. Nada temen, en el fondo, porque todo ya está hecho. El recomienzo incluso está ya planificado. Construcción y destrucción, quiero decir. Todo ya está hecho y de igual forma, poco importa. Nacen y mueren las ciudades y el corazón es un músculo. Roma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario