No soy el mensaje.
Tampoco el mensajero.
Solo digo cosas, de vez en cuando.
Observo.
Mientras estoy de paso, observo.
Un tipo, por ejemplo, en una estación de tren.
Él tampoco es un mensaje, por cierto.
Por lo mismo, no lo descifro.
No lo traduzco ni menos lo comparto.
Es un tipo, simplemente.
Me limito a observarlo y ver que tiene una maleta sus pies.
Una maleta triste, diría alguien, pero yo no.
No me gusta avanzar con adjetivos.
Yo diría que tiene una maleta a sus pies, como si fuese un perro.
Luego, claro está, recordaría que no soy el mensaje.
Así, mientras dejo al tipo esperando el tren, yo subiría a otro que suele dejarme en cualquier sitio.
Esto parece terrible, a veces, pero en el fondo no es grave.
Casi nada es grave, en el fondo.
Tal vez lo sería si fuese un mensajero, pero no lo soy.
No debo llegar a un sitio en particular, quiero decir.
Yo solo estoy de paso.
Ni mensaje ni mensajero, es lo que soy.
Ni adjetivos ni trenes, es lo que necesito.
Apenas algo en el paisaje.
Cosas que nombrar y agrupar en algún sitio.
Pocas cosas, me bastan.
Les recuerdo que estoy de paso.
Es cierto.
Solo digo cosas, de vez en cuando.
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