Se lo encontró en un mall, trabajando de robot. Era
un robot gris, que hacía de mascota para una tienda de computadores y artículos
tecnológicos. No lo reconoció, por supuesto, pero él mismo la saludó desde
abajo del disfraz. Ella no sabía de él desde hacía años y se sintió confusa,
pero el tono de él era amigable y no parecía reclamarle nada. Él le dijo que
era un trabajo de fin de semana, que debió tomar porque quedaron deudas tras la
muerte de su madre. Ella, claro está, ni siquiera sabía que había muerto su
madre. Dio el pésame de rigor y luego le preguntó por Lala, la gata que ambos
habían criado mientras vivieron juntos. Él le dijo que estaba bien. Que tras su
partida estuvo triste, pero ya se había acostumbrado, igual que él. Ella
entonces cambió el tema y le contó que tenía un buen trabajo. Que se hacía cargo
de las relaciones públicas de una empresa de transportes y que afortunadamente
eso le dejaba bastante tiempo para sus otros proyectos. Él no preguntó por esos
proyectos. Entonces apareció un niño que quería fotografiarse con el robot y
dejaron de conversar. Él le dio la mano al niño y posaron. Ella se preguntó si
él estaba sonriendo, bajo el disfraz, pues no podía verle el rostro. Luego de
la foto se cercó y se despidieron brevemente. Sin rencores. Si quieres puedes llamarme, dijo ella.
Pero él no contestó.
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