sábado, 30 de noviembre de 2024

Como el poema ese, de Browning...


I.

Todo es un poco como el poema ese de Browning.

Sordello, creo que se llamaba.

Antes de morir, debieses leerlo, por cierto.

Justo antes de morir, me refiero, debieses leerlo.

Siempre y cuando no tengas, para ese entonces, otra cosa importante que hacer.


II.

Browning.

Browning…

¡Browning…!

Como a Beetlejuice, pero en este caso a Browning.

Un día lo visité cuando era niño y le robé un par de libros.

Eran de su padre, en todo caso, y nunca lo notó.

Entonces pasó el tiempo.

No vi a Browning hasta que me lo encontré en un burdel muchos años después.

Entonces recordé lo de los libros robados y le regalé uno de Elizabeth Barret.

Sí, fui yo quien se lo regalé.

Mis disculpas a Elizabeth.


III.

Un poco para corregir y a modo de advertencia le envié por correo a Elkizabeth el Sordello, de Browning.

Ella me lo devolvió, aparentemente sin leerlo, aunque pasado a opio.

Debió haberlo leído, la pobre.

No creo que haya tenido mucho más que hacer, pero el caso es que decidió no hacerlo.

Y bueno… lo que ocurrió después, ya es historia.

No hay enseñanza, es cierto, pero ya ven:

Todo es un poco como el poema ese de Browning.

Casi absolutamente todo.

viernes, 29 de noviembre de 2024

Abrir la tumba de Lovecraft.


I.

Hace años leí que unos fanáticos habían abierto la tumba de Lovecraft.

Fueron en total seis tipos: tres australianos, un estadounidense, un mexicano y un checo.

Cavaron de noche, luego de maniatar al cuidador, quien no comprendió muy bien qué querían hacer.

No le hicieron daño en todo caso, pero lo dejaron encerrado en una especie de cabina, donde lo encontraron al día siguiente.

Entonces revisaron el lugar y descubrieron la tierra removida y el ataúd fuera.

Dentro del ataúd, por cierto, estaban los restos de Lovecraft.

No se llevaron nada.


II.

Todo esto lo leí en un reportaje que publicaron luego de detener, en las cercanías del lugar, a dos de los fanáticos.

Ellos confesaron que hicieron eso pues querían comprobar algo, que no quisieron explicar.

De todas formas, si bien fracasaron, repetían que se trataba en principio de algo serio.

Según se decía en el reportaje, fueron juzgados y deportados, poco tiempo después.

Pagaron multas, debieron disculparse y se fueron repitiendo que no habían encontrado nada interesante.

Solo Lovecraft, al fin y al cabo.

Nada más.


III.

Nunca volví a leer sobre aquel asunto, aunque sí volví a leer a Lovecraft.

Digamos que esa fe mi forma de abrir su tumba, luego de leer sobre aquello.

En principio pensaba detenerme a contarles qué encontré, pero voy a hacer mejor como los dos australianos.

Sin multas ni disculpas eso sí, aunque acepto gustoso la deportación.

Después de todo, siempre es bueno volver a casa.

jueves, 28 de noviembre de 2024

Un tren que no parte.


¿Ubicas a la señora Hilda…? Sí, esa, la de la casa verde casi al llegar a la otra esquina. Pues no sé si sabías, pero yo hace poco me enteré que salió segunda en un concurso de rancheras... Sí, de rancheras… Me lo contó don Pedro el otro día cuando fui a comprar... Claro, si hasta me mostró hasta una noticia y unos videos de la premiación, donde salía recibiendo una especie de galvano y un gorro de charro muy bonito… No, no había video de la canción, pero don Pedro dijo que era de su autoría... O sea, de la autoría de doña Hilda, quiero decir. Sí, lo que pasa es que era concurso para cantautoras, me dijo, parece que de la embajada… De la de México, claro ¿de cuál otra va a ser? ¿Qué…? Sí, algo me dijo, pero no estaba seguro. Creo que hablaba de un tren o algo así. Sí, era eso, se tratada de un tren que no partía. Yo creo que la señora Hilda le contó a don Pedro, porque él sabía eso, al menos. Sí, yo molesté a don Pedro también, pero él se anduvo molestando. Ya sabes que es medio enojón y le gusta eso de estar solo y la señora Hilda pues… Pues eso, además de componer y cantar rancheras no sé qué otra cosa haga de valor. No, no digo que tenga nada, solo que no sé. Capaz que hasta tenga un primer premio en otra cosa y uno ni sepa. Sí, claro, si por eso te digo… Es que uno sabe siempre tan poco. Sí, con ella o con todos, da igual. Mejor otro día hablamos.

miércoles, 27 de noviembre de 2024

Un dedo en la puerta del auto.


Se le atrapó un dedo con la puerta del auto. O sea, no se lo atrapó, sino se lo apretó, más bien. O en realidad no sé cómo se dice. Lo cierto es que le quedó colgando, hinchado y con un corte profundo… casi partido en dos, en realidad, así que tuvimos que llevarlo al hospital.

Lo llevamos en el mismo auto, por cierto. La víctima al interior del victimario, pensé, mientras conducía. Aunque claro, luego lo analicé mejor y entendí que no. Qué él mismo cerró la puerta con una mano y se apretó un dedo de la otra.

Mientras manejaba intentaba imaginar el movimiento exacto, pero no podía. El movimiento que provocó el accidente, por supuesto. Pensé en preguntarle los detalles, pero él iba medio torcido y se estaba terminando de amarrar un cordón de zapato en la base del dedo dañado, para detener un poco el sangrado. Además, se quejaba fuertemente y lanzaba improperios, no sé contra quién.

A pesar de sus gritos en la urgencia del hospital nos hicieron esperar bastante. Tanto que él no aguantó y se metió por un pasillo para que lo atendieran. Una vez ahí lo contuvieron unos guardias, quienes lo obligaron a sentarse en una camilla y lo increparon durante varios minutos, hasta que finalmente fue atendido.

Esto ocurrió hace años, por cierto, pero siempre que nos topamos en algún grupo él vuelve a recordar esa historia y me pide complementar con algún detalle. Supongo que porque fui testigo. A veces me resulta molesto escucharla tantas veces y entonces me pregunto si no habrá otra cosa más importante que deba ser recordada.

Me refiero a que es, a fin de cuentas, una historia banal, sin héroes ni motivos ni mucho menos enseñanza. Víctima y victimario en uno, además.

Un poco como Dostoievski.

martes, 26 de noviembre de 2024

Vomitó en el bote.


I.
Se burlaron de él porque vomitó en el bote. No por el vómito en sí, en todo caso, sino más bien porque vomitó en el interior. Todo un mar allá afuera y él elige vomitar dentro, reclamaban algunos. Él no respondía pues seguía mareado y mientras los otros seguían burlándose él optó por poner la cabeza entre sus piernas e intentó no escuchar. Se mantuvo así prácticamente todo el viaje. Tres horas después, habían regresado.

II.
Él mismo baldeó el bote después que los otros bajaron. También había restos de pescado y lo cierto es que su vómito ni siquiera se distinguía, pero decidió hacerlo de igual modo. Más tarde, en casa, se duchó para recuperarse del todo y se preparó algo de comer. Mientras lo hacía pensó en la necesidad del cuerpo de devolver lo que tiene dentro. Como si al hacerlo uno pudiese aliviarse de un factor cuyo origen es externo.

III.
Purgarse, se dijo. Ni siquiera sé si está bien dicho, pero supongo que en el fondo es eso. Purgarse y luego lavar para que no quede huella de aquello que expulsamos. Para eso, digamos, y para no preguntarnos si quedó algo todavía que debíamos expulsar. Lavar el bote, pensaba, pero también lavarse uno mismo. El bote que cargamos siempre, concluyó. El bote que además de ser el bote, es también el sitio al que llegamos y desde el cuál partimos.

Sí, no puede expresarse de otra forma.

lunes, 25 de noviembre de 2024

Polígono.


Como no sé bien cómo explicarlo le digo que soy de cierta forma un polígono. Sí, un polígono, le digo. Aunque claro, no sé exactamente de cuántos lados. Podría contarlos, es cierto, pero cuando intento hacerlo siempre cambian. Los lados, quiero decir.... Los lados son los que cambian.

Ella me mira extrañada.

Lo que sí sé, digo ahora, es que soy un polígono y no un poliedro. Eso al menos puedo asegurarlo. Y es que la comprensión que me brindan mis dos dimensiones me alcanza al menos para eso.

Ella sonríe y yo me quedo en silencio unos segundos, observándola.

Pues si eres un polígono, dice ella, ahora, probablemente tengas dos lados de Hamlet, dos de un imbécil cualquiera y los otros… bueno, los otros quién sabe.

La tercera dimensión es un engaño, agrego ahora, en tono serio. Me refiero a que la profundidad o la proyección en el espacio nos convierte en otros.

Ella asiente.

Sí, continúo, reflexivo. De ahí es de dónde nacen los problemas... Pero el polígono, al menos, es puro. Me refiero a que no aspira a ser más que sus propios lados.

Pero cambia de lados, interrumpe ella.

Claro, cambia, le digo, o cambiamos, más bien… Pero lo hacemos como una especie de reflejo natural, nada más. Cambiamos porque el corazón late…

¿Porque el corazón late…?, repite ella.

Así es, le digo. Porque el corazón late. Un lado más y poco después uno menos. Sístole y diástole, si te fijas… Y así hasta que olvidas que tienes corazón. O que tienes uno plano, sin profundidad alguna.

Ya, dice ella.

Yo asiento, conforme.

Así nos comprendemos.

domingo, 24 de noviembre de 2024

Nacen de la niebla esos colores.


Nacen de la niebla esos colores.

Ya ves, cuando te acercas.

Como si la tierra abriese la boca y de ella emanase vapor.

Y del vapor, más tarde, la niebla.

Nos acercamos a ella entonces mientras amanece, al parecer.

Y puede ser que lo que oímos sea agua, que fluye en algún lado.

Y es que no sabemos bien, pero intuimos.

Y el agua que se intuye, extrañamente, igual refresca.


Así, resulta que avanzamos con cuidado.

Poco a poco por el borde de un sendero.

La tierra es blanda, y también resulta húmeda.

Y nosotros, apoyamos los pies uno a uno, evitando el daño.


¿Qué flor será?, nos decimos, cuando la vemos.

Es decir, cuando notamos que el color a tomado forma y no es un pájaro.

La tratamos bien entonces, no nos juzguen.

La miramos sin prejuicios, antes de acercarnos.


Y sí, es cierto… no buscamos nombres a pesar de todo.

De hecho, hasta de cierta forma los borramos.

Habrá quien nos critique, pero no saben lo que hacemos.

Somos lámparas pequeñas simplemente, caminando entre la niebla.


A veces es triste, no lo niego.

Y es que se gasta la luz como un jabón entre las manos.

De todas formas, me digo, al menos las manos quedan limpias.

Y solo entonces te deshojas

(si hay suerte te despides)

y te apagas.

sábado, 23 de noviembre de 2024

Tan ingenuo.


I.

-Y a veces uno es tan ingenuo -me dijo-, que piensas que puedes coser una vida puntada a puntada, centavo a centavo, con los pequeños músculos de los dedos empujando diestramente la aguja de metal…

-¿Y no es así? -pregunté.

-Por supuesto que no -me contestó, tajante-. No existe opción alguna de hacerlo de esa forma.


II.

Probablemente fue a raíz de esa conversación que, horas después, me acordé de algo.

De lo que me acordé fue que, de pequeño, yo pensaba que teníamos costuras.

Puede parecer mentira, pero es cierto. Pensé que todos teníamos costuras. E incluso me las busqué.

Primero me las busqué por fuera, pero no las encontraba en ningún sitio.

Luego, pensé que las costuras estaban dentro.

Resultaba más lógico de esa forma, pues ahí estaba lo más difícil de unir.

El corazón, el hígado, los pulmones… todo eso debía de tener costuras, pensé entonces.

Cuando intenté explicarlo a los demás, sin embargo, se rieron de mí.

Y yo, por supuesto, me avergoncé de haber pensado aquello.


III.

Horas después, esa misma noche, soñé que alguien me retaba por haber firmado un documento, que no alcanzaba a leer.

Yo, en tanto, me defendía diciendo que todo el documento estaba en letra chica y que era imposible leer lo que decía.

Era una situación absurda, por cierto, pero me limito a señalar lo que soñé.

Entonces, poco antes de finalizar el sueño, descubrí que tenía el extremo de un hilo sujeto en una mano.

Y simplemente yo lo tiré.

-Destejer no es desdecirse -dijo entonces una voz, como increpándome.

Y yo, tan ingenuo, desperté.

viernes, 22 de noviembre de 2024

En silla.


I.

-Como la mujer esa que se convierte en silla en una película de Gondry -dijo V.

-¿Qué cosa es como esa mujer? -preguntó J.

-Todo -dijo V.- Todo un poco, de cierta forma.

J. guardó silencio unos segundos, pero luego volvió a preguntar.

-¿Dices que todo va a volverse una silla?

-No una silla, necesariamente -dijo V.-. Pero sí.


II.

La conversación siguió, apenas.

V. y J. parecían concentrados, uno frente al otro, pensando en algo no tan similar.

-Casi nunca dice algo, Gondry -dijo uno.

-Es cierto, casi nunca dice algo -dijo el otro.

Ambos parecieron meditar un rato en sus palabras.

-Igual todos somos Gondry, casi siempre -dijo uno de los dos.

El otro asintió, con un movimiento de cabeza.


III.

-¿Crees que son tristes las sillas? -preguntó J.

-¿Especialmente tristes? -preguntó V., a su vez.

-No -dijo J-. No especialmente. Solo tristes.

V. demoró un tanto en contestar.

-Sí -dijo entonces-. Probablemente sean tristes, pero no más tristes que las demás cosas.

-¿Qué cosas? -preguntó J.

-Las otras cosas -dijo V., señalando el entorno.

J. se dedicó entonces a observar lo que los rodeaba.

Pasaron uno o dos minutos.

-No sé si estar de acuerdo -dijo luego de observar.

V., justo entonces, ya no pudo contestar.

jueves, 21 de noviembre de 2024

Las caídas de la abuela al pozo.


Seis fueron las caídas de la abuela al pozo.

De más está decir que sobrevivió a todas menos a la última.

De la primera, incluso, salió sin que nadie la ayudara.

Se lesionó un hombro en la segunda, la cadera en la tercera y en la cuarta se dañó parcialmente la columna.

Esa vez, según recuerdo, la entrevistaron de una radio y salió también una nota en un periódico.

Junto a la nota, por cierto, iba una foto de la abuela, sentada junto al pozo.

Tras ella aparecían también tres nietos y los dos bomberos que la lograron rescatar.

Por otro lado, en la entrevista de la radio, la abuela insistía en que no recordaba las caídas, pero todos suponían que se trataba de accidentes a raíz de sus mareos y alteraciones de presión.

La quinta caída vino poco después de aquello.

Esa vez se golpeó tan fuerte la cabeza que tuvo graves alucinaciones.

Por ejemplo, la abuela comentó esa vez que en el fondo del pozo se encontró con varias versiones de sí misma.

Una por cada caída que tuvo anteriormente, para ser exactos.

La que sale nunca he sido yo, comentó esa vez.

Y eso también, por cierto, apareció en el diario.

Así, el asunto se propagó por todo el pueblo.

Y de las caídas de la abuela hicieron incluso una canción.

La tocaron para su entierro, luego de la sexta caída.

Era una especie de ranchera.

Tal vez era demasiado alegre para un funeral, pero nadie reclamó.

Es decir, el único que reclamó fue el bombero que bajó a buscar el cuerpo al pozo.

Pero no lo hizo por la música.

Simplemente se quejaba de cosas extrañas e inconexas, que aparentemente se debían a un estado de shock.

Eso mismo, por cierto, fue lo que le provocó su muerte una semana más tarde.

Para el, sin embargo, no hubo canción.

miércoles, 20 de noviembre de 2024

A veces pienso que todo es lo mismo, me dijo.


A veces pienso que todo es lo mismo, me dijo, mientras bebíamos unas cervezas. No sé bien cómo explicarlo, pero supongo que no creo en las categorías. Sí, supongo que eso… Para mí todo es lo mismo y probablemente Aristóteles nunca existió. Ya sabes a lo que me refiero, por supuesto. Y es que hasta hablarte, te lo juro, es como hablarme a mí mismo. O como hablarle a todos, en el fondo. El otro día lo pensaba así e intentaba explicarlo. De pequeño, por ejemplo, una vez vi un documental sobre la muerte de Bruce Lee. Pero no sé… El punto es que para mí, incluso entonces, la muerte de Bruce Lee era simplemente la muerte. Igual a la muerte de Walt Disney, me refiero o al suicidio de la abuelita de la esquina. Y claro, como no hay categorías tampoco deberían afectarte esas muertes de distinta manera. Igual he intentado racionalizarlo y hasta me he convencido de que tengo razón. Así, si debiese argumentar mi postura, podría hablar durante horas de lo que todo tiene en común. De hecho, estoy seguro que podría convencer a cualquiera. Y es que si lo piensas, convencer a uno sería como convencer a todos, a fin de cuentas. Solo falta una caja grande donde a todos nos metan dentro. O sea, ya debe existir esa caja, pero como estamos dentro no la vemos y jugamos entonces a las categorías para sentirnos especiales. Para que la muerte de los otros no nos mate y dejemos de nacer cada vez que nacen los otros. Sí, así es… Bruce Lee o Walt Disney, no importa, acuérdate que da lo mismo. Y claro, también da igual quien paga las cervezas así que paga tú que al final es como si pagara yo, según mi teoría. Y ni siquiera es teoría, te digo. Ya verás cuando comprendas que todo es verdad. O sea, que todo es verdad y que todo es lo mismo, me dijo. Luego se marchó.

martes, 19 de noviembre de 2024

Mientras no termine el día, poco sabes.


Mientras no termine el día, poco sabes.

E incluso cuando termine, probablemente, no sabrás.

Así y todo, tendrás derecho a creer en tus observaciones.

A llamar tormenta, por ejemplo, a aquello que ha acontecido.

O a marcar en un mapa el trayecto de lo que has creído recorrer.


Todo, sin embargo -déjame decirte-, ha ocurrido simplemente en un papel.

Piensa en el mapa, por ejemplo.

O piensa si prefieres en la idea de tormenta que te has atrevido a nombrar.

Tú mismo, incluso, podrías venirte abajo de un borrón, o de un simple tachado.

Y es que poco sabes, a fin de cuentas, mientras no termine el día.


¿No se entiende?

¿Esperas acaso que en la noche se ilumine de mejor forma el camino?

Puedes hacerlo, ciertamente, pero sabes que aquello no ocurrirá.

Y es que la oscuridad, como la nieve, caerá entonces sobre las cosas.

Y no habrá tiempo ya para aprender, lo que antes no has aprendido.


Cuesta pensarlo de esa forma, pero es cierto.

Palpamos el vacío a oscuras y solo entonces comprendemos el error.

Sentimos la tierra en las manos y hasta en los ojos la sentimos.

Así y todo, por entre la tierra logramos oír una voz:

Mientras no termine el día, poco sabes, nos dice.


Y luego calla.

lunes, 18 de noviembre de 2024

No sé si se mueven las rocas bajo el río.


I.

No sé si se mueven las rocas bajo el río.

Aseguran que no, es cierto, pero en realidad no sé.

El río es claro, pero igualmente el fondo queda a oscuras.

Desde la superficie, me refiero, queda a oscuras.

Solo ves que el agua que se mueve, sin saber bien a dónde ir.


II.

Es extraño, pero cuando escribo debo suponer cosas.

Cosas que no sé, a ciencia cierta, pero aparento que sí.

Y es entonces cuando esas cosas que supongo, flotan sobre mí como agua en movimiento.

Y yo no sé si me muevo o no me muevo, bajo ellas.

Y mis pies se vuelven piedras o raíces o no sé.


III.

Esta vez, en cambio, soy el río.

O supongamos que lo soy, al menos, esta vez.

Me muevo, es cierto, pero no dejo de ser yo mismo.

Si cierro los ojos, por ejemplo, siento en mí flotar los signos.

Como muertos -dirá alguien-, sobre el agua.


IV.

Lo repito: No sé si se mueven las rocas bajo el río.

Pero acepto la posibilidad que sean ellas las que se muevan, bajo él.

¿Son ellas entonces las que agitan el agua y nos confunden?

¡Quién podría saberlo…!

Solo ves que el agua que se mueve, sin saber bien a dónde ir.

domingo, 17 de noviembre de 2024

Ella pensaba que llorar estaba bien.


I.

Ella pensaba que llorar estaba bien.

No le importaba si era en público o en privado, pues lo tomaba simplemente como algo natural.

No sabía de los reparos a esta acción ni había oído nunca hablar mal de aquello.

Desconocía, por ejemplo, que era cursi.

Y por lo mismo, no se hacía cuestionamiento alguno.

De haberlo sabido -pienso yo-, probablemente lo habría evitado.

O habría intentado hacerlo, por lo menos.


II.

De todas formas, no es que ella pasara el día llorando.

Para ser justos, bastaría decir que no evitaba comenzar a hacerlo.

Un día, para que se hagan una idea, mientras los demás reíamos ella comenzó a llorar.

Luego, como dejamos de reírnos y nos preocupamos, ella pareció sorprenderse y comenzó a reír, un tanto confundida.

No lo hablamos esa vez, ni profundizamos sobre aquello.

No sé si fue un error, pero eso fue lo que hicimos.

Años más tarde, recién, ella nos reconvendría.


III.

Y es que cuando volvimos a verla ella parecía ser otra.

Se veía más seria, en principio, y todo cuanto decía parecía dictado por otra.

Fue entonces que se quejó de que la dejáramos llorar sin nunca decirle nada.

Debieron advertirme…, nos reclamó.

Tanto fue su enojo que comenzó a llorar mientras nos criticaba.

Horas después, todavía angustiada, la observé dormirse tendida en un sillón.

Las lágrimas secas, en su rostro, tenían olor a jengibre.

sábado, 16 de noviembre de 2024

Un Dios frugal.


Su Dios era un Dios frugal.

No entregaba ni pedía mucho.

Ni el diezmo del diezmo, les pedía.

Ni culto ni adoración.

Ni siquiera saber su nombre era una exigencia.

Si le ofendían, jamás entraba en cólera.

No lanzaba grandez diluvios ni sequías.

Si mataban a su hijo decía que así debía ser.

Tampoco se molestaba si jurabas por él, en vano.

No daba consejos, es cierto, pero su indiferencia era casi un bálsamo.


Sí… su Dios era un Dios frugal.

Pero dudaron de él por esa única característica.

Se indignaron incluso diciendo que un Dios debía de ser otra cosa.

Y el bálsamo que era la indiferencia de Dios fue absolutamente rechazado.

Olvidaron, en resumen, lo que ese Dios era y para qué.

Y confundieron su rostro, con otros rostros ya olvidados.


Es cierto.

Pueden indignarse, pero es cierto.

Era sencillo ser un Dios y ellos lo complicaron.

Hicieron cálculos.

Llenaron de nombres y números lo que debía ser sencillo

Prefirieron los signos al contacto.

La explicación a la sabiduría.

Es cierto:

Una montaña y mil espejos, bastan para hacer una cordillera.

Y poco más se necesita para aquello que llamamos mundo.

Dios era un dios frugal y esa debió ser la única enseñanza.

El eco en el corazón.

La vida.

viernes, 15 de noviembre de 2024

Hierbas para el olvido.


I.

Sé que una de estas hierbas era para el olvido.

Lo malo es que ya se me olvidó cuál.

Tengo la impresión que es la del frasco de la izquierda, en todo caso.

Una impresión sin argumentos, por cierto.

De todas formas, como no tengo más que esa impresión, decido creer en ella y abro el frasco.

El aroma de las hierbas no me trae recuerdo alguno.

Entonces debe ser este, me digo.

Luego me preparo una infusión y la bebo lentamente mientras leo un libro de Mo Yan.

Es un poco amarga, pero está bien.

No recuerdo qué libro.


II.

Las hierbas que busco, aclaro, no son para recordar.

Son para el olvido, como probablemente ya he dicho, y no para la memoria.

Después de todo, la memoria está sobrevalorada, y no tiene ya utilidad alguna.

Bueno, salvo la de recordar cuál era el frasco de las hierbas para el olvido.

Eso, sin duda, aunque podría aceptar un par de nombres más.

O hasta un solo nombre repetido un par de veces.

Si reencarno, pienso ahora, me gustaría hacerlo en algo que ya he sido, pero olvidarlo por completo.

Me da lo mismo si es un ciempiés, una marmota o hasta un clavo.

La amargura de las hierbas tiene sabor a óxido, por cierto.

Duelen los ojos, a veces, cuando miras esos frascos.

jueves, 14 de noviembre de 2024

No contestar de inmediato.


Decidió no contestar de inmediato y decir que tenía que pensarlo. Lo dijo cortésmente, con una voz llena de tranquilidad, por lo que no daba espacio para que la apremiaran exigiéndole una respuesta inmediata o alguna resolución similar.

No se trató de una estrategia, por cierto, sino que le era natural actuar así, desde pequeña. Había sido criada por sus abuelos -paternos y maternos, por turnos de dos semanas-, y ellos acordaron reforzar lo que los otros le enseñaban. Así, hasta la más pequeñas de las decisiones se asoció siempre a un momento previo a la resolución, para que ella sopesara sus opciones.

-Piénsalo un poco y dinos qué vas a querer de postre -le decían, por ejemplo. Y así también ocurría con todas sus demás decisiones, por pequeñas que fueran.

Una vez, en plena adolescencia, ella decidió vivir únicamente con sus abuelos paternos. Les advirtió previamente a los cuatro y dijo que lo pensaría durante un mes, luego de lo cual entregó su decisión en una reunión que sostuvieron, días antes de navidad.

Hubo tristeza, por supuesto, en los abuelos no elegidos, pero comprendieron las razones y se conformaron con las visitas que ella misma había organizado, para asegurar que siguieran en contacto y mantuvieran una relación sana.

-Me gusta que decida, ¿pero no crees que esto la ha vuelto un poco fría? -preguntó la abuela no elegida, a su esposo.

-¿Fría? -dijo él.

-Sí, un poco fría, como si tuviese que decidir incluso qué sentir… y luego todo se volviese poco natural, para ella…

-Dices eso solo porque no nos eligió -le dijo él-. Ella siempre fue así desde que quedó sola.

Cuando decían sola, por cierto, se referían a cuando comenzó a vivir alternadamente con ellos, luego del accidente que preferían no recordar.

Nadie hablaba, por cierto, de ese accidente.

Yo mismo, sin saber que era un tema prohibido, se lo pregunté una vez, poco después de conocerla. Entonces ella, como siempre, se tomó una pausa para pensar si debía contármelo o no.

-Si decido contártelo -me dijo esa vez, muy seria-, voy a tener que decidir también qué versión contarte y eso puede afectar otras decisiones que me han llevado por años a decidir incluso quién soy.

-¿Eso también lo decides tú? -le pregunté entonces.

Ella permaneció en silencio, mínimamente contrariada. Mientras la observaba pensé que se debía a un problema lógico. Me refiero a que si era ella quien decidía quién era ella, se producía algo así como un bucle. Un absurdo del que sería difícil salir. Como si se tratase de una de esas narraciones que parecen devolvernos siempre, hacia el final, al lugar de inicio.

Sí, exactamente como esta.

miércoles, 13 de noviembre de 2024

Monos llorando en la montaña.


Compro un dibujo antiguo hecho con tinta china.

Lo tenían colgado en una librería a la que iba de pequeña y que está cerrando por estos días.

Por lo mismo, venden absolutamente todo lo que hay en el lugar.

Entre estas cosas, el dibujo.

Pregunté por él porque siempre me había llamado la atención, aunque en realidad nunca comprendí muy bien qué representaba.

De hecho, solo al comprarlo me entero que el dibujo tenía un nombre:

Monos llorando en la montaña.

Había sido pintado en una especia de papel de arroz y estaba enmarcado con una madera delgada, pintada de un tono rojizo, que alguna vez debió de ser chillón.

Una vez que supe el nombre, comencé a interpretar las manchas, que poco a poco se revelaron como figuras.

Esos deben ser árboles, me dije, mientras lo observaba.

Esos deben ser árboles, esas otras líneas deben ser ramas… y esos que están ahí abajo, entre uno y otro árbol, deben ser los monos que están llorando.

Conté seis.

Luego estuve un largo rato así, observando aquellas manchas, y reconocí en ellas no solo a los monos, sino también la tristeza que tenía cada uno de ellos, a los pies de esos árboles.

Finalmente -teniendo en cuenta el título-, solo me quedó por identificar la montaña, pero supongo que ese era el contexto en el que estaba inmerso todo lo demás.

Claro, todo lo demás.

martes, 12 de noviembre de 2024

(Des)vertebrado.


Vas en el metro, distraído, cuando unas palabras llaman tu atención.

En principio no sabes si lo escuchas bien, pero lo que oyes, según tú, es que algo (o alguien) se habría desvertebrado.

La voz que lo dice tiene un ligero tono a sarcasmo, por lo que sospechas que la palabra esa fue dicha en sentido figurado.

Entonces, sin entender del todo, comienzas a jugar con esa palabra, y hasta intentas hacer una especie de trabalenguas, utilizando posibles variaciones.

Lamentablemente, no resulta muy bien lo del trabalenguas y todo ese juego de palabras pasa a provocarte una sensación incómoda, bastante cercana al miedo.

Este miedo, por cierto, no surge derechamente de que puedas tú mismo digamos, desverterbrarte (o terminar siendo desvertebrado), sino más bien del imaginar lo opuesto a esta posibilidad, es decir, un proceso de vertebración.

No la vertebración tuya, claro está (pues vertebras ya tienes), sino más bien la vertebración de aquello que te rodea.

No solo los seres vivos carentes de hueso, digamos, sino derechamente los objetos…

¿No sería esa una maldición para las cosas?, te preguntas.

La vertebración del agua o del aire, por ejemplo, ¿no sería más bien una reducción de lo que eran en principio o hasta un castigo?

O el metro mismo en el que viajas, para no ir más lejos, y que vino de cierta forma a vertebrar a la ciudad.

Y claro, ya en este punto vuelves otra ves a cambiar de perspectiva y la desvertebración se presenta ahora como una liberación… o un acto que viene a separarte del castigo.

¡Bienaventurados los desvertebrados…!, decides entonces que podría ser la máxima que resuma aquello que has descubierto o que crees haber descubierto, mientras viajas distraído.

Así es, te repites, ¡bienaventurados los desvertebrados…!, y sonríes.

Y es entonces cuando te vienes abajo, sonriendo aún, sin más.

lunes, 11 de noviembre de 2024

¿Salir de dónde?


Apenas me vio se acercó rápido a donde estaba.

-¿Salir de dónde? -me preguntó, mientras me saludaba.

Como no entendía a qué se refería me limité a mirarlo, confundido.

-Ya sabes -siguió-, te escuché ayer… hablabas de salir de algún sitio, según recuerdo…

Dudé por un momento.

Tenía un recuerdo vago, pero sinceramente no sabía a qué se refería.

-Supongo que uno aspira a salir del lugar en el que está -improvisé, luego de un rato.

Hubo un breve silencio.

Él asintió mientras parecía reflexionar sobre mis palabras.

-No es necesario que le des tantas vueltas -le dije.

Él me miró extrañado.

-Después de todo no soy un genio -mentí.

Entonces dijo algo más, pero de esas frases que se dicen solo por cumplir.

Por lo mismo, no le presté atención.

Solo me fijé en que parecía decepcionado.

Entonces, pensé en decirle que era un error decepcionarnos de cualquiera que no sea uno mismo, pero luego decidí que era una frase demasiado pretenciosa, y me la guardé.

En cambio, le dije otras palabras que, si bien en apariencia eran igual de pretenciosas, me parecían lo suficientemente honestas como para ser dichas.

-No nos escondemos para no ser encontrados -le dije-. No sé si te das cuenta, pero en el fondo, aunque nos ocultemos, siempre dejamos un pie fuera… Ya sabes, algo de nosotros para que se siga viendo y alguien nos descubra.

-¿Y en tu caso qué sería? -preguntó.

-Un nombre -le dije-. No debiese decir nada, pero te adelanto que es un nombre.

Por un rato nos quedamos en silencio.

-¿Vian…? -preguntó.

-¿Qué pasa? -contesté.

Pero el pareció desistir de su pregunta, y se marchó.

domingo, 10 de noviembre de 2024

Algo que tenía en mis bolsillos.


I.

Sueño que busco algo que tenía en mis bolsillos.

Primero tranquilamente y luego con un poco de desesperación.

Ni siquiera recuerdo qué era, pero la situación comienza a angustiarme.

No sé cuánto tiempo pasa de esta forma, y no logro encontrar nada.

Son hondos los bolsillos, en el sueño, y mis brazos caben casi enteros cuando llego a sus costuras.

No los tengo, me digo, y mientras me agacho a buscar lo perdido, escucho una voz abriéndose paso por la tierra.

“Fue Charlie el mafioso”, dice la voz.

No dice nada más.



II.

Más adelante en el sueño avanzó por algo que bien podrían ser túneles.

Entonces, en medio de la oscuridad, descubro que hay un animal bloqueando el camino.

Lo miro desde unos metros, en silencio, para no inquietarlo.

En principio me parece que es un caballo, pero luego recuerdo algo más.

Lo mencionan en una novela de Upton Sinclair, me digo.

Es una mula que mastica tabaco y que roba de los bolsillos de los mineros.

Por eso la llamaban Charlie el mafioso.

Entonces la mula voltea en mi dirección, y me observa.



III.

Tiene ojos extraños aquella mula.

Eso pienso, en medio del sueño.

Mientras me mira noto que en su hocico tiene algo que me pertenece.

Acerco mi mano y tomo de entre sus dientes.

Es una especie de documento de identidad, con un nombre que creía haber perdido.

Vian, dice el documento, con letras grises.

Si sales de esta no puedes olvidarlo, dice entonces Charlie el mafioso.

Lloro un poquito, mientras camino por el lugar.

Se me debe haber metido carbón en los ojos.

sábado, 9 de noviembre de 2024

Al revés las ropas de dormir.


I.

Se puso al revés las ropas de dormir.

Me dijo para qué, pero no le presté atención.

Yo estaba en el dormitorio y ella en el baño, mojándose el rostro.

Creo que comentó que no quería dormirse aún.

Cuando me lo dijo, recuerdo, ella se secaba con una pequeña toalla blanca.


II.

A veces hacía eso, antes de dormir.

No me refiero a lo de voltear la ropa, sino a intentar quedarse despierta.

Contaba que lo hacía desde niña, cuando vivía en un pueblo pequeño, en el sur.

En ese entonces, se ponía frente a la ventana e imaginaba que observaba algo, que en realidad no veía.

La lluvia, por ejemplo, en medio de la oscuridad, hasta que de pronto se detenía.

Y el silencio, entonces, llegaba con el amanecer.


III.

La noche de las ropas al revés también se quedó despierta.

No sé si toda la noche, pero al menos hasta que me dormí.

En ese instante, ella tenía clavada la mirada en un libro sobre insectos, que estaba sobre una mesa.

No es que lo estuviera revisando, en ese instante, pero en medio de la oscuridad su vista se dirigía a él.

Durante el día, las luciérnagas son simples bichos, había comentado esa tarde, mientras lo leía.

Y yo reí con su observación, que entonces no comprendí.

viernes, 8 de noviembre de 2024

No era del todo un buen lugar.


No era del todo un buen lugar. O sea, era bonito, es cierto, y puede que a primera vista hasta pareciese perfecto. Pero a pesar de lo que piensen, eso no lo vuelve, por sí solo, un buen lugar. Hoy me toca decirlo a mí, y lo asumo, pero no soy el único que lo piensa de esta forma. Digo esto responsablemente, pues crucé impresiones con varios de los que hoy han preferido guardar silencio, aunque en un primer momento reconocieron haber tenido esa misma sensación. Y es que no parecía natural, a fin de cuentas. Ustedes lo saben, incluso, pero prefieren callar. Escuché a muchos decir, por ejemplo, que hasta el agua del lugar parecía fabricada. Y no lo decían, ciertamente, como un halago. Algo era sospechoso e incómodo, sin duda, y asumiendo eso, lo que hice, no creo que fuese un acto que se pueda condenar. Sinceramente no los entiendo. Y en este sentido, por lo menos, me parece exagerada su reacción. No es un templo lo dañado, me refiero. Y aunque lo fuese, dañar un templo no es, como creen algunos, lo mismo que dañar un dios. No lo digo para pedir clemencia ni para motivar su compasión ni menos aún para atenuar su juicio, sino más bien para permitir la comprensión de aquellos que estén dispuestos a reconocer lo que en el fondo saben: No era del todo un buen lugar. Puedo asegurarles, incluso, que me lo agradecerán un día.

jueves, 7 de noviembre de 2024

Un muerto en el fondo de un pozo.


Siempre hay un muerto en el fondo de un pozo.

Uno al menos, por lo bajo.

De hecho, entre los que saben de pozos, esto es algo así como una máxima.

Todos lo saben, me refiero, pero igualmente si encuentran al muerto fingen sorpresa.

Luego vienen estudios, entrevistas, testimonios y gente que comienza a sacar cuentas.

Así, por lo general, cuando se descubre quién era el muerto ya poco importa a nadie.

Tal vez un bisnieto contacte un abogado, para averiguar si puede conseguir algo.

Pero poco es lo que se consigue, a fin de cuentas, cuando se encuentra un muerto en un pozo.

O sea, se consigue el muerto, por supuesto, pero poco más.

De hecho, a veces hasta hay que pagar a aquellos que vaciaron el pozo.

Y de paso, también a los que removieron el fondo y descubrieron (por lo general bajo piedras) los restos del cadáver.

Luego de esto, por si fuese poco, viene todo el asunto legal.

Las pericias, los costos de traslado, las muestras de adn…

Y hasta hay que mostrarse triste en el proceso, pues sino te califican de insensible y hablan mal de ti, a tus espaldas.

¡A quién se la habrá ocurrido comenzar a sacar los muertos de los pozos!

¿No se detuvieron a pensar que por algo están ahí?

Después de todo, eso de bajar, excavar y remover no es cuestión que haga un hombre sano.

Si me preguntan a mí, incluso, diría que es mejor cegar el pozo cuando aquellos que indaguen estén dentro.

Puede parecer excesivo, para algunos, pero sinceramente no encuentro una opción mejor.

Así, cada cual, termina teniendo lo que merece.

E incluso, algunos, probablemente un poco más.

miércoles, 6 de noviembre de 2024

Preguntarle a Murks.


“Por un momento pensó en preguntarle a Murks
en qué estado se encontraban,
pero luego decidió que no le importaba”.
P. A.

Decidir que no te importa. No sé si puede, pero al menos suena bien. En principio, me refiero, suena bien. Además, está el asunto ese de adelantarse a la información que te entregan. No preguntarla, digo yo, sino simplemente adelantarte. Algo así como ir probando las opciones a ver qué pasa. Las posibles informaciones, más bien. O “las variantes”, si prefieres. Elegir esto, a fin de cuentas, y hacerlo de a poco para ver qué sientes. Para ver qué cambia cuando recibes cada variable distinta. O para darte cuenta que nada, tal vez, que cambia demasiado. Y entonces, por supuesto, pero recién entonces: decidir que no te importa. Porque es cierto, si lo piensas… Si poco cambia, me refiero, poco importa. O poco debiese importar, al menos, si somos sensatos. Puede que ese tal Murks no lo sepa, pero tú, al menos, lo habrás aprendido de antemano. Porque habrás puesto una a una las rocas y habrás descubierto que poco importa la forma que estas adopten. Que no importa si construyes un muro o un castillo, a fin de cuentas. Y Murks, no sabrá esto, claro, y confiará. Porque su ingenuidad es su gracia y no su fuerza. Decidirás que no importa y eso será todo. Todo para comenzar, me refiero. Y para acelerar. Luego, lo que ocurra, ya no estará en tus manos.

martes, 5 de noviembre de 2024

Las troyanas.


Vivían en esa casa tres chicas a las que llamaban “las troyanas”.

Yo, por supuesto, pensé en los vínculos griegos o derechamente en la obra de Eurípides.

Aunque me equivoqué, claro está.

Y es que al final descubrí que las llamaban las troyanas porque decían que eran algo así como un virus.

Porque las conocías y pensabas que eran otra cosa y luego ya no podías deshacerte de ellas, nunca más.

Lo decían bromeando unos tipos que habían tenido romances con dos de aquellas chicas.

Lo hacían mientras contaban anécdotas, pasando siempre de un tema a otro.

También aportaban historias otros tipos, aunque bien podían no ser ciertas, pensaba yo, mientras los escuchaba.

Decían -por ejemplo-, que otro tipo había tenido que llegar a los golpes para sacarla de su casa, luego de acostarse con una de ellas.

También comentaron que simplemente ocupaban la casa en que vivían, ilegalmente, y que en poco tiempo las iban a desalojar.

Esto último, a pesar de mis dudas, debo reconocer que resultó ser cierto.

Y es que unos meses después de escuchar el rumor vimos como vinieron a desalojarlas.

Ocurrió una tarde, justo antes que anocheciera, y hubo gran alboroto por todo el lugar.

Las chicas fueron dejadas en la calle, con algunos bolsos, cajas y ropas desparramadas en la acera.

Yo las observé por mi ventana, igual que otros vecinos, sin que ninguno de nosotros se acercara a ayudar.

Ellas ordenaron sus cosas y metieron algunas en bolsas de basura.

Creo que poco después llegó un camión en el que se subieron, y no volvieron más.

lunes, 4 de noviembre de 2024

No crece el musgo antes de las rocas.


No crece el musgo antes de las rocas.

Aunque si lo pienso, en realidad no sé.

De todas formas, no logro pensar el mundo sin rocas, aunque sí sin musgo.

Y cambiar un “de” por un “que”, francamente no soluciona nada.

Lo que sí soluciona, pienso yo, es el musgo.

Una solución estética, tal vez (para algunos), pero solución al fin y al cabo.

Además está el asunto ese de su textura y su forma de existir como si con eso alcanzase.

Como si bastase aferrarse a algo y abrazar y crecer y ya hasta de pronto te sientes enseñando algo.

Apenas, tal vez, pero algo.

Por eso, de adorar un dios (alguna vez), yo adoraría al musgo.

No es que tenga nada en contra de la piedra desnuda, pero yo adoraría al musgo.

Lo haría aunque la piedra reclame que adoro al dios equivocado.

Y aunque ella, por cierto, tuviese razón.

Digo esto, sin embargo, mientras reconozco nuevamente que en realidad no sé.

Tengo buenas intenciones, es cierto, pero no sé.

No es que ese me otorgue mérito en esto, pero lo digo para que, al menos, aclare algo.

En específico, que no es mérito mío, aquello que digo cuando hablo de algo más.

En este caso, por ejemplo, del musgo.

Tampoco es mérito de la roca, por supuesto ni de nadie que haya mencionado acá.

Lo que ocurre es que no crece el mundo antes de la roca, simplemente.

Y existimos de esa forma.

domingo, 3 de noviembre de 2024

Ninguno de nosotros.


¿Y quién creó el vacío?
me preguntó entonces.
Yo creo que por joder.
A.V.

Ninguno de nosotros preguntaba directamente, pero cada frase que decíamos era de cierta forma una respuesta. De hecho, lo realmente interesante era comprender qué estábamos respondiendo, realmente. Podíamos pasar largo tiempo así. Fingiendo que avanzábamos de esa forma. Haciendo como si resolviéramos grandes incógnitas y creásemos un sentido con nuestras palabras. Nada de esto era cierto, por supuesto, pero era evidente que los demás no lo sabían. De hecho, puede que nosotros mismos dudásemos de la dirección que tomaba todo aquello. No es que nos engañásemos del todo, pero de vez en cuando uno de nosotros parecía satisfecho tras terminar nuestra conversación. Efectivamente satisfecho, me refiero. Así y todo, recordando todo aquello, hoy resulta fácil reconocer que nos engañábamos. Que cada uno de nosotros respondía a incógnitas que al otro -siendo honestos-, no le interesaba desentrañar. Con esto, además, reconocíamos que las verdaderas preguntas no solo nunca fueron dichas, sino tampoco respondidas. Y que el tiempo que ocupábamos con el otro nos desgastaba, a fin de cuentas, como cualquier otra acción que nos parecía inútil realizar. Tal vez por esto -porque nos fuimos haciendo conscientes de lo que ocurría y resultaba inútil seguir fingiendo-, decidimos sin decirlo dejarnos de hablar. Apenas un saludo y luego un gesto, fue lo que quedó de todo aquello. Eso y un vacío lleno de respuestas a preguntas que nunca formulamos. Casi todo es desperdicio, ¿no creen?

sábado, 2 de noviembre de 2024

Ella compró un jarrón por si le regalaban flores.


Ella compró un jarrón por si le regalaban flores.

Lo encontró de casualidad en una pequeña tienda de antigüedades.

Tenía un precio elevado, pero calculó que podía permitírselo.

Le dijeron que era de porcelana y que estaba pintado a mano.

Ella lo observó con atención.

Es cierto: parece de porcelana, pensó.

También los dibujos en él, le parecieron hechos a mano.

Debe ser un precio justo, concluyó.

No se trataba, probablemente, de un jarrón para poner flores, pero ella lo imaginó así, mientras pagaba.

Siguió imaginando mientras lo envolvían en papel y comenzaban a embalarlo.

Mentalmente despejó la mesa donde pensaba ponerlo.

Y hasta descorrió mentalmente las cortinas para que le llegase un poco más de luz.

Se ve bien, pensó.

Luego corrigió: se verá bien, dijo.

Justo entonces la interrumpieron y le entregaron el jarrón que iba envuelto en papeles, metido en una caja de cartón y por último en una bolsa de tela.

Se sentía alegre.

Mientras caminaba a casa llevando el jarrón -no era consciente que llevaba la bolsa de tela ni la caja de cartón-, comprendió que siempre había pensado al jarrón como un recipiente de flores.

Incluso cuando creyó verlo sobre la mesa iluminado por la luz que entraba por la ventana, lo que realmente vio fueron las flores, frente a la luz.

El jarrón sin flores, descubrió entonces, no la emocionaba en lo absoluto.

Aunque sea de porcelana auténtica y esté pintado a mano, se dijo.

Lo que ocurrió fue que compré un jarrón por si me regalan flores, concluyó.

Así, mientras se las regalan, decidió que era mejor dejar guardado el jarrón -envuelto en papel, luego en la caja de cartón y después en una bolsa de tela-, al interior de un pequeño armario en el que iba dejando este tipo de cosas.

Ahí, por cierto, fue donde lo encontré yo.

viernes, 1 de noviembre de 2024

Lo que hay bajo las piedras, en el fondo del lago.


I.

No caen del árbol las hojas, cuando nadie las ve.

Tampoco brotan ni crecen ni renacen

Apenas el árbol, digamos, y es porque hago una excepción.

Porque busco en la memoria, sus raíces, y me empino hacia lo oscuro, para verlo.


II.

La nube que hay dentro de la nube, ¿no se sabe?

Es decir, ¿sabe qué es y dónde está?

Me refiero a si sabe que es distinta a aquello que no es.

Y todavía antes de eso, ¿querrá, tal vez, saberlo?


III.

Se amontonan los días como las piedras bajo el agua.

Y como el agua es profunda nadie toca aquellas piedras.

¡Quién fuese como ellas!, dijo alguien por ahí.

Una voz que desconozco, simplemente… Y luego nadie.


IV.

Flores sin color vemos ahora.

Flores sin color, pero en el fondo, nada es grave.

Que nadie se espante de esa ausencia, mientras otros gritos suenen por doquier.

Ocurre de esa forma, simplemente, igual que aquello que ocurría con las hojas.


V.

Se cuelgan del color, las flores, para no caer.

Y cuando no lo logran divagan a oscuras, prácticamente en sus raíces.

No se empinan, me refiero, pues prefieren no saber.

Lo que hay bajo las piedras, en el fondo del lago.