viernes, 31 de mayo de 2024

La abuela de un amigo.


La abuela de un amigo tenía bastante dinero.

O sea, no mucho en efectivo, pero vivía sola en una gran casa en la que casi todos los objetos eran antigüedades valiosas.

Por lo mismo, cada cierto tiempo, mi amigo me invitaba a visitarla y, mientras yo hablaba con ella, él aprovechaba de robarse alguna cosa para vender: un pequeño cuadro, servicios de plata, algún candelabro o cualquier otra cosa que pensase que pudiese cambiarse por dinero, con relativa facilidad.

Con la abuela, por cierto, yo solía hablar de música, principalmente de la compuesta por músicos rusos que hasta hace algunos años ella misma tocaba en el piano, que estaba en el salón.

-Ahora el piano está en desuso y algo dañado -me contó un día-. Incluso hay un gato que duerme dentro de él, sobre las cuerdas…

-No sabía que tenía usted un gato -dije yo.

-No lo tengo -me contestó-. Solo entra por las tardes y se acomoda en el piano para dormir. Después, al otro día, ya no está.

-¿No sabe de dónde viene? -le pregunté.

-Nadie sabe nunca desde dónde viene un gato -me dijo esa vez, con tono cortante.

Nuestras visitas siguieron más o menos cada dos semanas, durante todo un año o poco más.

Fue en la última de esas visitas cuando escuché un ruido al interior del piano y me sobresalté, mientras hablaba con la abuela.

-No te asustes -me dijo-. Es el gato que duerme allá adentro. Lleva atrapado un par de días porque se cayó la cubierta y debe querer que lo saquen.

-¿Lleva dos días atrapado…?

-Así es -me contestó-. Dos o tres probablemente, no recuerdo muy bien.

-¿Levanto la cubierta para que pueda salir? -le pregunté.

-No es necesario -me contestó-. Me gustaría dejar pasar un poco más de tiempo.

-Pero entonces el gato morirá… -logré decir.

-Morirá o no morirá -me interrumpió, con voz calma-. No lo sabremos bien si no levantamos la tapa.

Como no supe qué más agregar y no volví a visitarla otra vez, resultó que esas fueron las últimas palabras -al menos para mí-, que pronunció la abuela.

Por otro lado, resultó que mi amigo debió viajar al extranjero pocos días después, y luego no regresó.

Yo, por mi parte, me enteré se llevaron a la abuela a vivir a un asilo, meses después, y que se había llevado el piano.

Como ven, resulta extraño, pero no tengo certeza alguna sobre lo que ocurrió con los protagonistas.

Aún así, podría decirse, que llegamos a un fin.

jueves, 30 de mayo de 2024

El sol con piernas.


I.

Me cuentan que cuando niño dibujaba al sol con piernas.

Redondo y amarillo, como todos, pero yo lo dibujaba en medio del cielo, con piernas.

-No caminando -me explican-, simplemente con piernas, como si estuviese parado posando para una foto.

-¿De frente y sonriendo para una foto? -pregunto.

-No sé si sonriendo -me dicen-, pero sí con piernas.

Se ríen de aquello y luego cambian de tema.

Yo intento hacerme una idea de aquello, supongo que buscando una razón.

No la encuentro, por supuesto.



II.

Semanas después tengo un sueño extraño en el que observo uno de esos dibujos.

Una casa abajo, una figura pequeña, un árbol… y sobre ellos un cielo sin nubes donde se encuentra quieto un sol con piernas.

Entonces intento ver si sonríe, pero me cuesta verlo.

Justo antes de despertar, creo observar que no tenía rostro.

Solo un círculo amarillo, en lo alto, pero con piernas.



III.

-Es cierto -me dicen, luego que les cuento del sueño-, ahora que lo mencionas lo recuerdo… nunca pintabas al sol con rostro, pero sí con piernas…

Yo los escucho, atento.

-Además una vez te preguntamos hacia dónde iba y tú te enojaste -agregan-, y nos dijiste que no iba a ningún sitio…

-¿Decía que no caminaba? -pregunto.

-Sí -señalan-, tu sol tenía piernas, pero no sé para qué…

Solo entonces, no sé si recordando o inventándome recuerdos, comprendo que entonces sabía algo.

Algo importante, ciertamente.

Y que no debía decirse.

miércoles, 29 de mayo de 2024

Cuando fui a pagar.


“El juicio, la valoración, la pretensión,
no son experiencias vacías que la conciencia tiene,
sino experiencias compuestas de una corriente intencional”
Husserl


Cuando fui a pagar descubrí que era mía.

Antes simplemente la vi rodar y pensé que era de otro.

Hablo de una moneda, por supuesto, que cayó al piso a unos metros de mí y que yo pensé se le había caído a otra persona.

De hecho, me pareció despectiva la forma en que esa persona miró la moneda en el piso, sin agacharse de inmediato a recogerla.

Es cierto que lo hizo, poco después, pero me pareció que lo hacía con desprecio.

Como si la moneda no valiese demasiado y la persona dudara si requería el esfuerzo de agacharse.

Todo esto ocurrió en una panadería, por cierto.

La moneda no era de mucho valor, pero con ella me alcanzaba justo para terminar de pagar el pan.

Fue entonces que, mientras buscaba la moneda en mi bolsillo, descubrí que no estaba y que, por lo tanto, la moneda que había caído había sido la mía.

-Disculpe -le dije entonces a la persona que la había recogido-, la moneda que usted recogió hace unos minutos era mía.

La persona me miró, desconfiada, como buscando algo desagradable que decirme.

Finalmente lo encontró.

-Yo recogí una moneda que usted vio y no recogió- me dijo-. Ante su desprecio la recogí y ahora es mía.

-Yo no la desprecié -alegué-, de hecho, fue usted quien la miró con desprecio antes de recogerla.

Como nuestra conversación parecía convertirse en discusión, la cajera del lugar nos interrumpió y me dijo que podía quedar debiendo la diferencia y pasar a pagar después.

-¿Después cuándo? -pregunté.

-Después… -contestó-, cuando pueda o considere que sea justo.

Yo asentí y me llevé el pan, sin volver a mirar a la persona que había recogido la moneda.

Minutos después, entrando a mi casa, descubrí en el suelo una moneda del mismo valor que la que se me había caído.

Pensé en recogerla, pero no lo hice.

Tampoco he vuelto, desde entonces, a esa panadería.

martes, 28 de mayo de 2024

Mafarka roba un caballo.


I.

Mafarka roba un caballo.

No recuerdo exactamente cómo, pero estoy seguro que se lo roba.

Era un caballo grande, prácticamente indomable, creo que del jefe de un ejército.

Tengo en mi memoria la imagen de Mafarka mordiéndole el cuello al caballo y metiendo incluso una mano en la herida.

No recuerdo el contexto, pero supongo que era para que corriese más fuerte o saltase sobre un abismo.

Tampoco recuerdo, por cierto, qué es lo que ocurre finalmente con aquel caballo.

Elijo pensar que sigue por ahí, salvaje, con la herida cicatrizada en el cuello y ahora sin amo.

También elijo pensar que recuerda, aunque de una forma confusa, a Mafarka.


II.

Una vez me lo preguntaron y yo expliqué:

Leo a Marinetti para comprender, dije.

Luego agregué unas cuántas cosas que no recuerdo y después no me preguntaron más.

Todos habíamos bebido aquella vez y supongo que fue por eso que llegamos a los golpes.

Nada muy serio, aunque creo que ellos pensaban que sí.

Lanzaron cosas, rompieron una mesa y uno intentó clavarme un tenedor por la espalda.

Lo logró de hecho, pero no fue nada muy profundo.

Creo que el tenedor se dobló y finalmente solo rasgó la piel, sin entrar dentro del cuerpo.

Podría jurar que mientras esto ocurría, logré ver fuera del local, un caballo grande, como el que se había robado Mafarka.

Eso es todo lo que recuerdo.

lunes, 27 de mayo de 2024

He descubierto...


He descubierto que me hace bien ver cine finlandés.

O sea, siempre lo supe respecto a Aki Kaurismaki, pero ahora lo descubrí con otros directores.

Y no cuento aquí a su hermano ni a otras pequeñas producciones que hoy nos llegan desde aquel país, sino a una serie de películas antiguas o series, que me he acostumbrado a revisar cada noche (madrugada en realidad), hace ya varios días.

Lo malo de esto (siempre hay algo malo, a fin de cuentas) es que me van quedando pocas películas.

Y estas, además, no se encuentran para nada en buenas condiciones.

De hecho, las que he visto ahora último ni siquiera tienen subtítulos, pero siento que me hacen bien de igual forma.

A raíz de lo anterior, me he puesto a reflexionar sobre qué es aquello que me hace bien en estas películas.

Cuál es el componente, me refiero, que me entrega o transmite esa buena sensación.

Lamentablemente, al analizar algunas de ellas e intentar reverlas incluso, descubro que el bienestar ya no se gesta, así que he optado por abandonar esas ideas y dedicarme sencillamente a disfrutar las que quedan, hasta que estas se acaben.

Supongo que ocurre siempre así con las cosas que descubres que te hacen bien, pero al menos agradezco en esta oportunidad haberme dado cuenta antes que acaben.

Ahora mismo, confirmo, me quedan seis.

Y voy ahora, por una de ellas.

domingo, 26 de mayo de 2024

Justo en aquel momento.


Justo en aquel momento él iba en un tren subterráneo así que no vio caer la nieve.

Había bajado poco antes, cuando llovía aún, en medio del frío.

Volvía del trabajo y como no había llevado paraguas corrió simplemente sin fijarse en nada más.

De hecho, en una estación en la que debía hacer trasbordo -sin salir a la superficie, por supuesto-, decidió pasar a un local de comida rápida para comer algo caliente y dejar pasar un rato pensando que la lluvia podía decaer.

Ya en el local, mientras comía, observó en una pantalla imágenes de gente bajo la nieve, no mucha por supuesto, pero era algo que no ocurría nunca, prácticamente, en aquella ciudad.

Por lo mismo, mientras observaba, pensó que se trataba de imágenes antiguas, lo que lo llevó a recordar algunas cosas.

Así, si bien no eran necesariamente recuerdos del todo alegres (había dejado de tener contacto con todas las personas con las que alguna vez compartió esos momentos), logró animarse un poco y hasta sonrió por un momento intentando recordar el año exacto en que había estado, por última vez, bajo un nevazón.

Catorce años o poco más, se dijo, mientras pedía ahora un café solo, decidido a quedarse en aquel lugar durante otro rato.

Luego, todavía bajo tierra, aprovechó de sacar dinero de un cajero, visitar una pequeña librería que habían abierto hacía poco y comprar un paraguas a un vendedor ambulante.

Solo después, cuando todo estaba cerrando, se decidió a tomar el tren que lo llevaría hasta la zona en que vivía.

Tomó el último, de hecho, cuando ya poca gente quedaba en el lugar.

Al bajarse en su estación, ya no nevaba ni llovía, y la poca nieve que había se había derretido casi por completo, por lo que él no sospechó de lo ocurrido.

Compré un paraguas de más, pensó, pues en su casa tenía otros dos, en algún sitio.

Por último, creo necesario agregar que, como vivía solo y no revisaba noticias, nunca supo que había nevado.

sábado, 25 de mayo de 2024

Una pelea de perros.


I.

Me metí a separar una pelea de perros.

No resultó ser tan difícil como decían.

Es cierto que no eran perros muy grandes, pero igualmente eran de cuidado.

Gruñían y mordían sin fijarse en nada de su entorno.

Fue entonces que me interpuse entre ellos y tras forcejear un poco logré separarlos.

Uno de ellos -no sabría decir cuál-, me hizo una herida en una mano.

Nada serio, en todo caso.

Una herida superficial, como dicen.


II.

Tras separarlos, los dos perros se quedaron junto a mí, muy quietos.

Sentados uno a cada lado.

Los dos tenían correa, pero no se veía a nadie cerca como para buscar a sus dueños.

Las correas eran distintas, por supuesto, pero igualmente ambas carecían de dirección o alguna información de contacto.

Solo decían el nombre del perro.

Extrañamente ambos, descubrí compartían el mismo nombre.



III.

Todo lo anterior ocurrió en un parque, por cierto.

No acostumbraba ir ahí, pues casi siempre estaba vacío y se decía que era peligroso.

De hecho, luego de separar a los perros, me quedé varios minutos ahí, sin que llegase absolutamente nadie.

Por lo mismo, sin saber bien qué hacer, decidí regresar a casa.

Los perros, ya tranquilos, comenzaron a seguirme, como si hubiesen sido mis perros.

Así, llegaron hasta fuera de mi casa, donde se quedaron echados, cuando yo entré.

Si los ignoro, van a terminar por irse, me dije.

Poco después salí a darles algo de comida, pero ya no estaban.

viernes, 24 de mayo de 2024

Otra cosa que no sabía.


Otra cosa que no sabía:

Los floreros están prohibidos en los hospitales.

No digo que en todos, por supuesto, pero al menos ocurre de esa forma en los dos últimos que he visitado.

Tras escuchar el rumor, pregunté si era cierto a una enfermera y me dijo que sí.

Luego me indicó un reglamento que estaba adherido a una pared y yo me acerqué a observarlo.

Tras buscarlo un rato, lo encontré.

Eran parte de una lista de objetos que no se podían llevare hasta aquel lugar ni dejar en las salas en que se encontraban los pacientes.

Letra j de la lista: floreros.

Me quedé leyendo la lista un buen rato, por cierto, antes de que otra enfermera se acercara y me preguntara qué me ocurría.

Yo le contesté que nada en especial, que solo estaba leyendo sobre algunas prohibiciones.

Entonces me hizo unas cuántas preguntas más, supongo que para evaluar en qué estado me encontraba, pues debo haberme comportado un tanto errático.

-¿A quién vivo a ver? -fue lo último que me preguntó-. Solo quedan diez minutos para que se acabe el horario de visitas.

Yo le contesté y ella me informó a qué sala debía ir.

Era una sala que estaba en otro piso del hospital, por lo que me dirigí a ella de inmediato.

Igualmente, cuando llegué, resultó que ya era tarde.

jueves, 23 de mayo de 2024

Ascensores.


Ascensores.

Que todo lo que haya sean ascensores.

Unos sobre otros incluso.

Un mundo entero de ascensores.

Y claro, que no bajen después de llegar arriba.

Que no desciendan.

Si no para qué.

Que solo indiquen pisos superiores e idealmente solo el último.

Subir en ellos y que luego haya solo niveles de paso.

Nada permanente, me refiero.

Nadie que llegue a su piso y diga entonces que ya está.

Que todo sean ascensores y mecanos transportables para ir subiendo más arriba.

Ni siquiera se vale pensar el cómo.

Súbase simplemente y aprete el botón y luego ya está.

Apriétese dentro, si es amable, para que quepan más personas.

Y eso si usted quiere, por supuesto.

Nadie está obligado.

Así también, si alguien lo desea puedo elegir alguna otra cosa.

Quedarse en un ascensor, por ejemplo, de esos que ya han llegado a sus destinos.

Cerrar la puerta entonces y bueno… yo qué sé.

Mientras uno sube no vale la pena pensar en muchas cosas.

No hay que distraerse, pienso yo.

Por lo mismo, los ascensores deben ser simplemente prácticos.

Sin preocupaciones estéticas, me refiero.

Y hasta sin música, esta vez.

Ah, sí… y que sean sin espejos.

Eso es todo, supongo.

Ascensores.

miércoles, 22 de mayo de 2024

La otra noche soñé algo muy largo.


I.

La otra noche soñé algo muy largo.

Una historia en la que pasaban un gran número de cosas que ya olvidé.

Lo que sí recuerdo es que al final del sueño, un tipo alto y muy bien vestido se acercaba hasta mí y me entregaba algo así como un cheque.

-Aquí tiene diez mil dólares por las molestias -me decía-. Cómprese algo bonito.

Justo entonces, desperté.


II.

No desperté con el dinero en mis manos, es cierto, pero poco después, ese mismo día, recibí la oferta de un préstamo por exactamente la suma de diez mil dólares.

Era un hecho singular, sin duda, en parte por la exactitud de la cifra y también porque hasta ese entonces los préstamos siempre me los habían ofrecido en pesos, no en dólares ni otra moneda extranjera.

Esto es una señal, me dije entonces. Y acepté.

Esa misma tarde firmé unos papeles y recibí en efectivo los diez mil dólares.

Ahora solo faltaba comprarme algo bonito.


III.

No me presenté al trabajo al día siguiente y, en cambio, salí a comprarme algo bonito.

No tenía nada en mente, pero confiaba en que algo aparecería.

Algo bonito, por supuesto.

Recuerdo que ese día recorrí tiendas de distinto tipo, sin detenerme hasta que se hizo de noche.

Puedo jurarlo: no encontré algo bonito.

O nada me lo pareció, al menos.

Tres días después terminé devolviendo el préstamo, pagando un mínimo de intereses.

Nadie me preguntó razones, por cierto, ni cuando solicité el dinero ni cuando lo devolví.

Tal vez me hubiese servido darlas.

martes, 21 de mayo de 2024

Etcéteras.


Yo la escuchaba.

Ella hablaba muy rápido con un grupo en el que no estaba yo.

Yo simplemente estaba a unos metros, concentrado, atento a sus palabras.

En su discurso abarcaba varios temas, que parecía dominar a la perfección.

Cine, pirotecnia, aeromodelismo, costura, primeros auxilios…

De esos al menos me acuerdo yo.

Mientras hablaba, todos la observaban, con atención.

Prácticamente no hacía pausas al hablar, aunque cada cierto rato ella estornudaba.

O eso parecía, al menos.

Digo esto porque, si bien varios de quienes la escuchaban incluso decían “salud”, pude descubrir que no se trataba exactamente de estornudos.

Esto lo hice concentrándome al máximo, y dudo que otro de los que estaban ahí lo haya descubierto.

Lo que ocurría (he aquí mi descubrimiento) era que ella decía etcétera, cada cierto tiempo, pero tan rápido y con un gesto tan extraño que parecía, realmente, un estornudo.

Primero pensé que se trataba de un error, pero incluso grabé lo que ocurría con mi celular (a escondidas, por supuesto), y puede comprobarlo sin dejar espacio a dudas.

Luego de esto, esperé alegre a que terminase de hablar y a que se despidiera de los otros.

Cuando esto ocurrió, me acerqué hasta ella y luego de presentarme le hablé.

-Ellos realmente no te escuchan -le dije, pensando que mi descubrimiento me revelaría como alguien especial.

Ella me miró fingiendo que no entendía.

-He descubierto lo del etcétera -le dije-. Todavía no sé qué significa, pero lo he descubierto.

-¿Lo del etcétera? -preguntó.

-Sí, lo del etcétera -insistí-. No es necesario que finjas. Yo te comprendo.

-¡No me comprendes una mierda…! -gritó-. ¡No te conozco!

Y claro, ante los gritos se acercaron se acercaron tantas personas que yo debí (un poco por la fuerza, es cierto), abandonar aquel lugar.

Así y todo, poder comprenderla, ha sido en el último tiempo uno de mis mayores logros.

lunes, 20 de mayo de 2024

No sé.


No sé.

Palabras para acá y luego para allá.

Lo cierto es que después de un rato te confundes.

Ojalá sepas de qué hablo.

No porque desee que te haya pasado, sino por el asunto ese de la comprensión.

Y es que es un asunto serio, después de todo.

Lo es serio siempre, sin duda… pero sobre todo cuando distingues dónde estás.

Y es que entonces se vuelve evidentemente serio.

En mi caso, por ejemplo, la confusión no se disipó hasta que fue tarde.

O casi, no sé, eso siempre se sabe después.

Eso suelen decir, al menos.

Me refiero a que puedes estar jugando de lo más bien hasta que de pronto lo descubres.

Sin quererlo, incluso, lo descubres:

Puede que yo sea el eco.

Y no porque me repita a mí mismo (aunque lo hago), sino porque viajo en mis palabras y doy botes por ahí como una pelota de goma.

Parece chistoso, es cierto, pero la pelota también se daña.

O se magulla, al menos.

Además, nunca hay solo una pelota dando vueltas, y es entonces cuando te confundes.

O sea, te aclaras y al mismo tiempo te confundes.

Te aclaras porque comprendes que vas ahí dando tumbos y todo eso y supongo que el resto ya se entiende.

O no sé.

Pero lo supongo, al menos.

Pensar que nos comprenden es siempre una suposición, a fin de cuentas.

Pero claro, puede que yo simplemente sea el eco.

No sé.

domingo, 19 de mayo de 2024

Cacareos sin gallinas.


No fui el único. Ante todo aclaro eso, para que no me miren extraño. De hecho, a todos los que les pregunté, sin excepciones, confirmaron haber escuchado cacareos esos días. Lo que no llegamos a coincidir (puedo admitirlo, no hay problema) es desde dónde venían. Yo, por ejemplo, siempre pensé que era desde un piso más arriba, pero lo cierto es que era difícil localizarlo. Así, cuando hablamos del asunto nadie lograba ponerse de acuerdo. Tomaron acta, es cierto, pero ni el administrador (que vivía en el último piso donde no se escuchaba nada) ni los conserjes a quienes preguntamos, tomaron demasiado en serio la acusación y no hubo, finalmente, investigación al respecto. Por mi parte, como era amigo de uno de los conserjes (o al menos así lo consideraba en ese entonces), insistí para que me entregase algún nombre… un sospechoso o sospechosa al menos. Tras insistir varios días, sin embargo, el conserje me dio a entender que olvidara a aquel asunto. Según él (aunque no le creí, por supuesto), había varios en el edificio que se burlaban de mí y que probablemente hasta ponían audios de cacareos para que yo insistiese con aquello.

-¿Quiere decir que no hay cacareos? -le pregunté entonces.

-Hay cacareos -me contestó-, pero no hay gallinas.

Me asustó su respuesta y su falta de lógica (después de todo es el responsable de autorizar o no a quienes ingresan al edificio), y hasta pensé en hablar con el administrador para que lo apoyáramos de alguna forma.

No obstante, tras sopesarlo, decidí no hacerlo, para no poner en riesgo su trabajo.

Respecto a los cacareos (y respecto a las gallinas, por supuesto), debo reconocer que desaparecieron al poco tiempo. O al menos cesaron los ruidos. Mi hipótesis es que las aves se arrancaron por alguna ventana (se sabe que no vuelan, pero supongo que podrán planear unos cuantos pisos). Sé que puede parecer una hipótesis algo arriesgada, pero me baso en que, desde que cesaron los cacareos, he comenzado a escuchar sollozos, probablemente de la persona a quien las gallinas abandonaron, concluyo.

Esta vez, por respeto a la privacidad, aclaro que no he llevado mi inquietud a ningún sitio.

Después de todo quien quiera llorar, debe tener derecho a poder hacerlo.

Además, si lo hacen bajito, uno termina por acostumbrarse, y no molesta en lo absoluto.

sábado, 18 de mayo de 2024

No se hizo para ti, el día.


No se hizo para ti, el día.

Puedes usarlo, por cierto, pero nada más.

Ocuparlo mientras pasas, o mientras crees que pasas.

Y es que el día permanece, sin duda, cuando tú no estás.


Míralo bien, no te miento.

El mar sobre las rocas…

E incluso las rocas solas, cuando ya no hay mar.

Poca gente en las noches, y hasta a veces nadie.

Solo el mar sobre las rocas, decía…



No se hizo para ti, el día.

Tampoco la noche, ciertamente.

No te extraña el viento, ni la tierra.

Y cuando buscas a tu dios, nunca está.

El fin es un comienzo, simplemente, donde tú faltas.

Los pájaros siguen cagando, como siempre, pero encima de nadie.



No es tan malo, si lo piensas.

No es tan malo.

Es cuestión de tiempo a fin de cuentas y de contar hacia atrás.

Puedes hacerlo si no te distraes, nunca ha sido tan difícil.

Los viejos lo hacen, por ejemplo, sin proponérselo incluso.

Tú también podrás, ten confianza.

Ningún pájaro, si lo piensas, encuentra la muerte en pleno vuelo.



No se hizo para ti, el día.

Has caído en él de pura casualidad.

Para ordenarte inventas fechas y números y hasta un montón de palabras.

¡Cuántas palabras…!

Puedes usarlas, como al día, pero nada más.

viernes, 17 de mayo de 2024

Moscas en los ojos de las moscas.


Moscas en los ojos de las moscas

No sé cuántas, pero hay.

Las adivino incluso, aunque no las vea.

Sé que están ahí, adhiriéndose a las primeras.

Posándose en ellas a destiempo.

Porque la muerte tarda mas de lo que saben esperar.

Y las moscas, por supuesto, tampoco esperan.



Moscas en los ojos de las moscas.

No sé cuántas, pero hay.

No es algo que debiese asombrarnos.

Lo hemos sabido siempre, a fin de cuentas.

Me refiero a que no las ves morir y ellas tampoco logran ver su muerte.

Un día simplemente llega el amanecer y algo se pudre.

Y zumban entonces, porque no saben gritar.


Moscas en los ojos de las moscas.

No sé cuántas, pero hay.

Se quejan, las primeras, golpeándose contra el vidrio.

Puedes verlas, si quieres; puedes adivinar aquello que ocurre.

Una historia breve. Fallida, probablemente.

Ahí están, cerca de tus ojos.

Erráticas, no parecen distinguir qué parte de ellas ya no son.


Moscas en los ojos de las moscas.

No sé cuántas, pero hay.

Anidando ahí, hasta meterse dentro.

Clavan sus patas y eso es todo.

Una decisión simple, a fin de cuentas.

Porque no hay más sitio o porque decidieron volver.

O porque avergüenza morir, sin haber comprendido.

jueves, 16 de mayo de 2024

No es necesario.


I.

-Todo me deja cicatriz -me dijo-. Incluso cuando no hay corte.

-No te entiendo -dije yo.

-No hay que entender -señaló, cortante-. No es metáfora. Hablo de un problema que tengo en la piel. Es difícil de entender y a veces creen que exagero, pero hasta el viento me deja cicatriz. Hasta el frío.

-Ya -dije.

-¿Ya qué?

-Pues no sé… -seguí, algo nervioso-, ¿qué se podría decir al respecto?



II.

-¿Quieres verlas? -preguntó luego de un rato.

-¿Qué? -pregunté.

-Las cicatrices -me dijo.

Yo me lo pensé un poco pues apenas la conocía y no teníamos mucha confianza.

-Ok. -,dije.

Entonces se levanto una manga y me mostró el antebrazo.

-No veo cicatrices -le dije, después de observar-. O sea, al menos no las noto.

-Lo que pasa es que son tantas que no se ven -me dijo.

Como no supe qué decir fue ella misma quién agregó:

-¿Crees que eso es bueno?



III.

No supe qué contestar.

Pensé que iba a molestarse, pero finalmente sonrió y comentó como si no importarse:

-Nadie sabe decirlo.

-¿Qué cosa? -pregunté.

-Si algo es bueno o malo -me dijo-. Nadie sabe si no le ocurre a él mismo.

-Ya -dije yo.

Luego se bajó la manga y volvió a taparse el antebrazo.

-¿Tampoco quieres saberlo? -me preguntó entonces.

Lo pensé un poco antes de contestar.

-Lo cierto es que no -le dije-. No es necesario.

miércoles, 15 de mayo de 2024

Me dijo que se lo explicara.


Me dijo que se lo explicara y yo se lo expliqué.

De eso incluso podría encontrar testigos.

Estábamos en un grupo grande, después de todo, cuando ella pareció molestarse conmigo.

Creo que fue a partir de una discusión sobre un cineasta rumano.

Una estupidez, por supuesto, pero ella pareció tomárselo en serio.

No lo recuerdo muy bien, pero ella siempre solía acusarme de que utilizaba cualquier medio para atacarla a ella.

Para cuestionar su forma de ser y de actuar, o alguna de esas cosas.

Yo no sentía que fuese así, por supuesto, así que me defendía de sus acusaciones.

Y claro, ella pedía que le explicara cómo funcionaba mi discurso, hacia dónde apuntaba si no era hacia ella y su forma de ser y etcétera.

Fue entonces que yo intenté explicárselo y, si bien lo hice, descubrí que ni yo mismo comprendía muy bien ese funcionamiento.

Por lo mismo, debía aceptar la posibilidad de que ella tuviese razón en esa discusión.

O no podía descartarlo, al menos.

Como eso me impresionó, recuerdo que guardé silencio por largo tiempo.

Después de todo, pensé, debía aclarar hacia dónde me dirigía realmente, cuando discutía con ella.

Ella, en tanto, en vez de celebrar haber tenido razón parecía estar un poco más triste.

Y su enojo desapareció del todo.

Los otros, para salvar la situación, redirigieron la conversación hacia otros temas.

No recuerdo cuáles, pero estoy seguro que no volvieron a hablar del cineasta rumano.

Yo tampoco, por cierto, y ella todavía menos.

Un día, probablemente, lo volvamos a hablar.

martes, 14 de mayo de 2024

Así se dieron las cosas.


Ella me cuenta que, de pequeña, vivió en un hotel de un pueblo pequeño, en Checoslovaquia.

Vivió ahí junto a su madre y dos de sus hermanas, durante aproximadamente cuatro años.

El hotel era pequeño, por supuesto, y ella no recuerda que en el viviera nadie más.

No de manera fija, al menos, solo gente de paso.

Al parecer, esa gente paraba ahí de camino a visitar la mansión de un músico que había vivido en los alrededores.

Un compositor clásico de importancia, cuyo nombre ella no recuerda.

Cada mes la madre recibía dinero en un sobre, que servía para pagar el hotel y comprar unas pocas cosas.

Nunca supo quien enviaba el dinero.

Tampoco nunca se le ocurrió preguntarlo.

Sus hermanas, que eran mayores, se fueron con el tiempo a Praga, a estudiar mientras vivían en casa de una tía.

Eso fue durante el último de los cuatro años que vivió en el lugar.

Por entonces, su madre había comenzado a salir con el dueño de un molino, y no siempre volvía a dormir al hotel.

Tal vez por eso, tras recibir el sobre con dinero cuando estaba sola, decidió irse del lugar sin decirle nada a nadie.

Tomó un pequeño tren a Praga y desde ahí salió al extranjero, sin volver nunca a tener contacto con su familia.

No es que tuviese odio ni guardase rencor hacia ellas, me dice, pero así se dieron las cosas.

Ahora, por cierto, ya no existen ni el hotel, ni el pueblo, ni Checoslovaquia.

lunes, 13 de mayo de 2024

El fuego lo iniciamos nosotros.


I.

El fuego lo iniciamos nosotros, es cierto.

No sabría decir si voluntariamente, pues ni siquiera comprendo lo que significa voluntad.

Antes sí, probablemente, pero eso no sirve para aclarar las cosas.

No ahora, por lo menos.

Es cierto, aunque no crean… quiero cooperar.

Si me dicen cómo, estoy seguro que podré hacerlo.

Sí… el fuego lo iniciamos nosotros, eso ya se lo dije.

Puedo firmarlo si quieren, pero no se me ocurre qué agregar.


II.

Nadie nos enseña a manipular el fuego.

Nadie nos enseñó ni nos preparó para aquello.

Eso viene dado, supongo, en nuestra configuración inicial.

No me burlo, de verdad lo siento de esa forma.

Lo he pensado mil veces y esas son mis conclusiones.

No son claras, es cierto, pero no tengo nada más.

Inicias el fuego, me refiero, luego lo que ocurra ya no está en tus manos.

Así es… nunca nada está en tus manos.

De esa forma se manipula el fuego.


III.

Usted quiere que me sienta culpable, pero no sé cómo.

Se por qué, es cierto, pero no sé de qué forma debo hacerlo.

Después de todo, nadie culpa al amanecer de un día funesto.

Lo que quiero decir es que el fuego es siempre el mismo.

Si hay un castigo por iniciarlo puedo recibirlo.

Ya les dije que nosotros lo iniciamos, y puedo cargar con eso.

No sé qué más pueda decirles.

Mejor dejémoslo hasta acá.

domingo, 12 de mayo de 2024

Alcantarillas.


Alcantarillas

Ni siquiera alcantarillas.

Para caer hoy en día ni siquiera hay alcantarillas.

Inconscientemente las busqué por años y estos últimos meses de forma consciente.

De igual manera no las hay.

De pequeño, en cambio, caía en ellas de forma recurrente.

Sin proponérmelo, daba con ellas y caía sin más.

Sin querer caer, me refiero, pero igualmente cayendo.

Una de esas veces, por cierto, resultó ser grave y tuvieron que rescatarme los bomberos.

Debieron romper el suelo incluso, para retirarme en camilla.

Salí en tv y un abogado famoso nos contactó -a mí y a mi familia-, para demandar al municipio.

Luego todo quedó en nada y hasta volví a caer en ellas un par de veces más.

Aparte de un par de conmociones cerebrales, un lavado de estómago y otras contusiones menores, aquellas caídas no me trajeron mayores problemas.

Con todo, se trataba de situaciones angustiosas, que nunca intenté forzar.

Debo admitir, sin embargo, que la sensación de limpiarme luego de caer en las alcantarillas era una sensación sublime.

Y es que uno pasaba a ser consciente de su limpieza, y hasta podría decirse que uno se sentía listo como para poder recomenzar.

Ahora, sin embargo, ya no hay alcantarillas.

O no se ven sus entradas, al menos.

Es como otro de esos reinos que creímos que existían bajo tierra y de los que hoy nadie quiere hablar.

Para caer, por lo tanto, ya no existen lugares adecuados.

No para verdaderas caídas, al menos.

Cualquiera, sin duda, lo puede constatar.

sábado, 11 de mayo de 2024

Si no hay techo no hay goteras.


Si no hay techo no hay goteras. Una buena, al menos, para los sin techo. Yo por mi parte tengo techo y de vez en cuando una gotera. Casi siempre lo olvido, pero es cierto. Generalmente cuando llueve, lo recuerdo. Y es que es entonces cuando aparece la gotera. O reaparece, más bien. No sé cómo decirlo en realidad, pues no sé si la gotera, en cada lluvia, es otra. Pienso que sí, por supuesto, pero entonces tendría que decir que he tenido en casa varias goteras. Y eso no es cierto. O no suena cierto, más bien. De cualquier forma, en vez de enojarme me gusta saludar a la gotera. Desde abajo, la saludo. Despejo el lugar donde caen gotas y me coloco debajo. No un cuenco sino yo, es lo que coloco debajo. Entonces, intento recibir la gota en mi cabeza, mientras me siento en el suelo, lo más cómodo que puedo. Creo haber leído que había una tortura parecida, pero lo cierto es que no percibo daño en lo absoluto. Después de todo la distancia que me separa de la gotera no es tanta. Y las gotas, además, no caen de forma tan continua. Son heladas, eso sí. Y ruedan indistintas por el rostro, o por la nuca. No hacen distinciones, me refiero. Es extraño, pero lo cierto es que eso me agrada. Me reconforta, incluso, podría decir. Y pocas cosas me reconfortan, hoy en día... ¿Mejor un techo sin goteras? ¿Para qué? Algo hay que sentir, a fin de cuentas.

viernes, 10 de mayo de 2024

El rey desea hablar con el duque.


Estoy en mi cuarto. Afuera llueve. Vivo en un departamento que arrendamos a medias con un amigo.

Entonces se abre la puerta principal. De golpe. Como si alguien la hubiese derribado después de patearla. Yo salgo a ver y me encuentro con un hombre alto, vestido de negro. Se encuentra mojado por la lluvia y parece agitado.

Esto ocurre hace 15 o 20 años.

-El rey desea hablar con el duque -dice el hombre, en cuanto me ve.

Yo no respondo.

El hombre me mira sin dar un paso más. No parece que vaya a atacarme, solo parece querer entregar un mensaje.

-El rey desea hablar con el duque -repite.

-Ya -digo yo.

Como el hombre no se va y no sé qué más hacer, me animo a preguntar.

-¿Dónde está el rey? -digo.

-Antes, bajo la tormenta -dice el hombre-. Ahora desea hablar con el duque. Y está donde debe estar un rey.

-De acuerdo -le digo-. Puede retirarse.

-¿Informo al rey que irá el duque? -pregunta.

Yo asiento.

Él se va.

Me acerco a ver la puerta y me tranquilizo al ver que no está rota.

Al menos cierra bien y no parece dañada.

Tras esto, me acerco a la ventana para ver nuevamente al hombre, que se encuentra bajo el edificio, bajo la lluvia, observando en mi dirección.

Tal vez deba ir, me digo.

No soy duque, por supuesto, pero probablemente deba ir.

Lo pienso un par de minutos y entonces me decido.

Luego, mientras busco un paraguas suena el teléfono.

Contesto.

-Recuerda que debemos decir lo que sentimos -dice alguien-. No lo que debemos decir.

Tras decir esto, cuelgan.

Y entonces yo, me detuve a repasar aquellas palabras.

Por último, como no sentía nada, decidí que era mejor quedarme en silencio.

Adentro, digamos, y en silencio.

Toda esa noche, recuerdo, no paró de llover.

jueves, 9 de mayo de 2024

El tacto.


I.

Ella parecía molesta.

Estábamos hablando de algo sin importancia cuando ella lanzó.

-Lo que pasa es que hay que tener tacto -dijo-. No es llegar y arrojar palabras, así como así… Lo que te falta es tacto, a fin de cuentas.

-Pues yo pensaba que el tacto era otra cosa -le dije.

-No es cierto -me dice-. Lo que pasa es que no pensabas.


II.

La dejé hablar, pero sabía que no era cierto.

No era cierto lo de no tener tacto, me refiero.

De todas formas, me parecía que no era una acusación tan grave, a fin de cuentas.

Podía transar incluso y aceptar que no tenía.

Todo con tal de no discutir.

Entre tanto, yo me entretenía pensando en qué mierda era el tacto.

-De acuerdo -le dije, cuando se calmó un poco-. No tengo tacto. Lo lamento. Tienes razón.



III.

La situación se calmó.

O al menos pareció calmarse.

-¿Has pensado que ni siquiera nuestras moléculas se tocan entre ellas? -le pregunté luego de un rato-. Ni siquiera digo entre los dos, sino nuestras propias moléculas....

Ella me miró sin aceptar ni rechazar mi observación.

-Te lo digo con respaldo científico -seguí-, en el fondo todo se trata de repulsiones electrostácticas.

-¿Y qué pasa con eso? -preguntó.

-Pasa que el tacto es imposible -le dije-. Que es una ilusión, como todo.

Ella volvió a mirarme, igual o incluso más molesta que en un inicio.

-¿Quieres saber lo que es una ilusión? -me preguntó entonces.

Yo no contesté, por supuesto.

-¿Quieres saberlo o no? -volvió a preguntar.

Y claro, yo hubiese querido responder algo, pero lo cierto es que seguía pensando en el tacto.

Ella no podía saberlo, por supuesto.

-Ese es el problema -dije entonces, sin querer, en voz alta.

No sé, sin embargo, si ella me escuchó.

miércoles, 8 de mayo de 2024

Recuerdos incorrectos.


-Recuerdos incorrectos -dice R.-. O recuerdos no correctos, si quieres. Eso es lo que tengo. O lo que sufro más bien. Y no es que sean incorrectos en el sentido de que resulten censurables o me avergüencen de alguna forma, sino que son incorrectos porque no son, en principio, recuerdos reales. Ni siquiera de sueños. Ni siquiera imposibles. Simplemente recuerdos incorrectos. Así, tal como suena: Recuerdos incorrectos.

-¿Recuerdos falsos, entonces? -le digo.

-Si quieres puedes llamarlos falsos -continúa R.-. A mí me da lo mismo, en el fondo. A lo que voy es que no me explico por qué los tengo... De dónde surgen … Por qué me pasa esto a mí y no a otros…

-¿Podrías darme un ejemplo? -pregunto.

-Puedo, pero no sé si basta para entenderlo -me dice-. Imagina una conversación breve, si quieres, una conversación breve en la que yo me quejo justamente por la existencia de estos recuerdos incorrectos… una conversación que en el fondo soy apenas soy yo quejándome y tú lanzando de vez en cuando alguna pregunta para intentar entender…

-¿Alguna pregunta?

-Sí, una pregunta… un poco retórica en ocasiones, o buscando que yo aclare algún punto… Ya sabes, para entender mejor.

-¿Y para qué se supone que quiero yo entender?

-Pues no sé -dice R.-, tal vez ni siquiera quieras eso y lo que haces es simplemente colaborar para que de alguna forma el recuerdo deje de ser incorrecto…

-¿Y por qué querría yo hacer eso?

-Pues eso tampoco lo sé -admite R.-. Pero estoy seguro que eso haces de vez en cuando. Finges que no, pero eso haces. Juegas al círculo, pero en realidad no es círculo…

-Probablemente te equivocas -lo interrumpo.

-Probablemente -admite-. ¿Ya te dije que tengo recuerdos incorrectos, cierto?

martes, 7 de mayo de 2024

Nadie sabe quién lo lanza.


I.
Dalí no, le dije. Pero claro, si lo pienso ahora ni siquiera sé por qué se lo dije. De hecho, no recuerdo siquiera de qué hablábamos. Probablemente no de Dalí. No ocuparía mi tiempo hablando de Dalí. De hecho, ahora mismo, no hablo de él realmente, aunque lo parezca. Hablo de una frase en particular. De la negación de algo. Y de no saber por qué digo las cosas. De eso, más o menos.


II.
Otro ejemplo. Una vez me llegó un tubo. Directamente me llegó un tubo en la cabeza. Un tubo plástico, como de cañería. No sé desde dónde lo lanzaron, pero me llegó de lleno. No me rompió la cabeza porque probablemente me golpeó de lado. No me golpeó con un canto, me refiero. Igual me aturdió, en todo caso. Luego de un rato, todavía con dolor, recogí el tubo. Era azul. No sé por qué, pero lo miré por dentro. Como para comprobar que estaba vacío. Ya ves.


III.
Tal vez si lo piensas podrías cuestionarme: ¿puede estar vacío un tubo? De todas formas, si lo dices, no voy a discutirlo. Por eso digo que ya ves. Porque es como Dalí, el tubo, más o menos. Solo que Dalí ni siquiera me aturde. A otros tal vez, pero a mí no. Tal vez les dio con el canto y es por eso. Nadie sabe quién lo lanza.

lunes, 6 de mayo de 2024

Crítico de críticos.


Como no me gustaba analizar obras literarias directamente, trabajé durante un tiempo como crítico de críticos.

Me refiero a que analizaba y criticaba los textos que otros críticos hacían sobre algunas obras literarias.

Lo hacía con cuidado, por cierto, y con respeto, no simplemente por atacar a aquellos tipos que dedicaban gran parte de su vida a analizar este tipo de obras.

De hecho, hasta debo reconocer que los envidiaba un poco, pues no me sentía capaz de criticar directamente una obra literaria.

Esta incapacidad, por cierto, surgía de una sensación similar a la que te lleva a no poder subrayar un libro, o a tratar con excesivo cuidado sus páginas para no marcarlas o ensuciarlas.

Por lo mismo, me conformé por años en criticar a estos críticos y valorar sus propias críticas sin evaluar en ningún momento la obra en cuestión, sino simplemente el trabajo y estilo de quien hablaba sobre ella.

¿Cuál fue el resultado?

Pues yo diría que ninguno, realmente. O ninguno que importe. Después de todo, me pareció que ningún crítico hacía más que revolver el plato que era la obra literaria. Revolverlo sin hambre, me refiero. Sin ser conscientes de necesitar algún nutriente.

Y yo, por otra parte… bueno… ¿a quién le importa, no?

domingo, 5 de mayo de 2024

Recuerdo que no recuerdo.


-El problema en mi caso es que recuerdo que no recuerdo -me dijo-. Si simplemente no recordara no creo que sería tan terrible… Pero saber que olvido cosas y no saber qué es lo que olvido, lo vuelve mucho peor.

-¿Estás seguro? -le pregunté.

-Por supuesto… -contestó-. Olvidar simplemente te deja en un estado, no sé cómo llamarlo… de inocencia, tal vez… pero al menos no tienes consciencia de eso. En cambio, yo quedo con la angustia, con la sensación que me falta algo…

-No me refería a estar seguro de eso -expliqué-, yo apuntaba a que si estabas seguro de que olvidabas cosas… Después de todo, puede que solo tengas la sensación de recordar que ya no recuerdas algo, pero en realidad recuerdes todo…

-Pues entonces sería mucho peor -sigue-. O al menos eso creo yo. Estaría doblemente engañado y sería como buscar algo que no existe, todo el tiempo…

-¿Cómo el perro de M.? -pregunté.

-¿Qué perro?

-El perro de M. -le digo-, ese que perdió la cola y sigue dando vueltas como si buscase mordérsela todo el tiempo… ¿no recuerdas que M. tiene un perro?

-Sí lo recuerdo… -dice, nervioso-, pero no recordaba que no tenía cola… Ves que es cierto que olvido cosas…

-Pues yo no creo que sea tan grave -le digo, tranquilizándolo-. Además, el perro ya la busca, no tienes necesidad tú de dar vueltas también buscando algo que ni siquiera es tuyo…

-Pero no entiendes… -insiste-, la cola de ese perro es más bien un ejemplo de otras cosas que olvido… una metáfora…

-Tú no entiendes -lo interrumpo-. No hay ejemplo y no hay metáfora…

-¿Por qué no?

-Porque no hay cola -concluyo.

Tal vez no fue un buen razonamiento, pero bastó para que se callara y yo pude luego -aunque con dificultades-, cambiar el tema de conversación.

Así y todo, me pareció que de vez en cuando, mientras conversábamos, él movía un poco su cabeza, como si quisiese buscar una cola que no había perdido.

Yo, por cierto, tampoco sabía dónde se encontraba.

sábado, 4 de mayo de 2024

Todo se trata de romper.


Todo se trata de romper.

Hasta cuando armas algo se trata de romper.

Yo, al menos, lo veo bastante claro, aunque me cueste explicarlo un poco más.

¿Ustedes se dan cuenta?

No se los pregunto sintiéndome superior ni nada de eso, sino porque antaño tampoco lo percibía.

De hecho, probablemente pensaba que había algo valioso en cuidar ciertas cosas para que no se rompieran.

¡Qué absurdo…!

Si hasta cuidándolas las rompías.

¡Sobre todo cuidándolas, las rompías!

Es algo que aprendes con el tiempo.

Algo que aprendes y que queda de pronto como una máxima:

La quietud es lo que rompe las cosas.

Y las rompe porque esa supuesta quietud las lleva a friccionar el mundo.

A sujetarse a sí mismas.

A tensarse hasta el quiebre.

Y es que todo se trata de romper, como decía en un inicio.

Todo se trata de aquello, aunque no quieras.

Analizas, rompiendo.

Respiras, rompiendo.

Avanzas, rompiendo.

No puedes evitar hacerlo porque existimos de esa forma.

Y si bien no existir es dejar de romper, no hay razón alguna, tampoco, para hacerlo.

Y es que, como podrás darte cuenta, no se trata acá de sentir culpa o satisfacción por romper o dejar de hacerlo.

Nada está hecho, después de todo, para que quede intacto.

Todo se trata de romper.

Siempre se trata de romper.

Rompemos al amar.

Rompemos al mentir.

Y rompemos también al decir que amamos.

Ustedes… ¿se dan cuenta?

viernes, 3 de mayo de 2024

Tomar mi propio pulso.


Dicen que no es un día perdido si en él aprendes algo.

Hoy, por ejemplo, aprendí a tomar mi propio pulso.

No era esa mi intención, pero visitando algunos sitios llegué a uno en que enseñaban eso.

Ocurrió gracias a internet, por supuesto, mientras buscaba algunos resultados deportivos.

Fue entonces que se abrió una pequeña ventana y una chica vestida de enfermera me invitó a aprender aquello.

Y sí, puede que inconscientemente pensara que se trataba de otro asunto, pero de pronto observé cómo alguien verdaderamente me enseñaba a tomar mi propio pulso.

Paso a paso, sin decirme para qué, ni pidiendo ni ofreciéndome nada… simplemente enseñándome aquello.

Así -venciendo mi primera desconfianza-, seguí las instrucciones dadas y aprendí, luego de un par de intentos, a tomar mi propio pulso.

Tuve 74 y luego 76 en un minuto.

Luego de esto, como si hubiese esperado a que aprendiera, la ventana se cerró.

Recién entonces comencé a preguntarme de qué se trataba aquello.

¿Para qué mierda quieren que aprenda a tomar mi propio pulso?, me dije.

¿Será una nueva forma de demostrar que no soy un robot?

Lo cierto es que no lo comprendía.

Pero claro, fue entonces que recordé eso que dicen sobre el día perdido.

Y para no olvidarlo volví a tomarme el pulso.

Ahora tenía 72.

No era, después de todo, un mal aprendizaje.

jueves, 2 de mayo de 2024

¿Qué tienes que hacer para que te ataquen las ardillas?


Ocurrió en una ciudad pequeña, de Inglaterra.

Aproximadamente tres años atrás.

Un vagabundo, que solía dormir en las plazas -al menos en primavera-, comienza a reclamar diciendo que lo atacan las ardillas.

Por las noches, sobre todo, cuando ya no queda nadie en el lugar.

Muestra incluso marcas en la piel, para que le crean, cuando deja sus denuncias.

Según el relato, no tenía con ellas disputa alguna, simplemente ocurría que al dormirse lo empezaban a mordisquear.

Según el propio vagabundo, no hubiese sido tan grave, pero como tiene el sueño profundo ha terminado con heridas importantes.

Toman así su registro varias veces, dando por hecho que lo atacan ratas, y le recomiendan algunos dormitorios públicos.

-No son ratas -alega el vagabundo, mientras muestra el interior de una bolsa de género-. Estas son las que he logrado atrapar.

En el interior de la bolsa -que apestaba, por cierto-, había un gran número de ardillas muertas.

Como no hubo solución, ocurrió que el caso terminó llamando la atención de un canal de noticias local.

Incluso pusieron cámaras para documentar los ataques y comprobar que era cierto.

Lo era, por supuesto.

Días después, un periodista lleva al vagabundo hasta un pequeño estudio para grabar una entrevista.

Lo maquillan de manera tal que reluzcan aún más sus heridas.

Comienzan presentándolo, diciendo su nombre, edad y resumiendo el problema.

-Y entonces -le preguntan-, ¿qué es lo que haces para que te ataquen las ardillas?

El vagabundo mira extrañado al periodista, sin saber qué contestar.

-Ya sabes… -le repiten, en un tono seco-, ¿qué tienes que hacer para que te ataquen las ardillas?

miércoles, 1 de mayo de 2024

Vidas pasadas.


J. decía que en una de sus vidas pasadas había sido un dios griego.

No Zeus, claramente, sino un dios menor, que tenía cierto poder sobre los hombres y que podía bajar cada cierto tiempo a nuestro nivel e interferir nuestras vidas.

Digo nuestras, por cierto, porque J. explicaba que, como dios griego, tenía acceso a distintas épocas y culturas, no solo a la ateniense que se desarrollaba en ese entonces unos cientos de metros más abajo de su morada.

-Si bajas sin pensarlo llegas a ese tiempo -explicaba, desde el trance-, pero si te esfuerzas puedes tener acceso a otros sitios y épocas, aunque no me parece algo realmente interesante.

Escuchamos sus grabaciones, por cierto, mientras bebemos unas cervezas luego de un pesado día de trabajo.

No somos colegas, pero trabajamos en el mismo rubro, bastante alejado del carácter divino.

Así, nos reímos cuando escuchamos su propia voz hablando de los “seres de un día” y de cómo se entretenía -siendo dios-, escuchando las quejas y el sufrimiento de algunos insensatos que se creían dignos de apelar a ellos, para postergar lo inevitable.

-Lo evitable y lo inevitable es indistinguible para ellos -lo escucho decir, desde la grabación-. Es el polvo hablando del viento…

Apuramos así las últimas cervezas mientras nos burlamos de aquello que escuchamos.

-A todo esto -le pregunto entonces-, ¿para qué sigues yendo a esas sesiones si no crees en esas cosas?

-Tampoco creo en estas y sigo trabajando -dice entonces-. Supongo que opera el mismo principio.

Poco después me voy pensando en otras cosas.

Otras cosas que, por cierto, finalmente siempre olvido.