martes, 30 de abril de 2024

Otro informe sobre la muerte de Kennedy.


Liberaron el informe hace algunos años.

Un informe de inteligencia, con varios nombres e instituciones en clave, pero que se entendía más o menso bien de igual forma.

Era uno de muchos, por supuesto, pero al mismo tiempo era distinto a todos.

Tenía un toque más personal, digamos, pues quien redactaba el informe recurría constantemente al uso de la primera persona y parecía querer respaldar su estrategia y explicar en detalle los procedimientos.

Como estrategia general, decía en su presentación, se proponía escribir una lista de todos aquellos que no mataron a Kennedy.

De esta forma, si bien el camino era bastante más largo que el procedimiento habitual, podían descartarse con plena seguridad una serie de nombres que eran catalogados bajo el concepto de “no culpables”.

Varios de ellos, además, podían ser descartados rápidamente y agrupados bajo códigos comunes luego de una rápida investigación: fuera del estado en el momento del crimen (C-023), privados de libertad (D-01a y D-01b), menores de tres años (Y-3), entre otros.

El informe, por cierto, hacía referencia a una serie de tomos anexos donde se detallaban los códigos empleados y otros archivos donde se encontraban las listas oficiales de todos aquellos que ya habían sido declarados “no culpables”.

Por supuesto -si bien están digitalizados y liberados la mayoría de estos documentos-, yo solo accedí a un par, sorprendiéndome ante el primer nombre de aquellos que se encontraban descartados y para el que incluso se había creado una sigla especial de codificación: el propio J. F. Kennedy (V-00).

Puede parecer absurdo, por supuesto, pero se adjuntaban una serie de pruebas, testimonios y estudios conducentes a descartar que el mismo individuo pudiese ser al mismo tiempo víctima y victimario, incluyendo argumentos de corte más ontológico y trascendental que citaban a Sócrates, Descartes, Hume y Heidegger, sin llegar, sin embargo, a nada concluyente.

Las últimas semanas, de hecho, he estado trabajando junto a un amigo para traducir aquel apartado (112 páginas asociadas al código V-00) y cada vez estoy más cerca de asegurar que se trata de una de las grandes obras, que pudo generar el siglo XX.

lunes, 29 de abril de 2024

No quiso decirme qué pasó.


No quiso decirme qué pasó.

Se lo pregunté varias veces, pero se negó a dar una respuesta.

En principio solo permaneció en silencio y luego comenzó a excusarse.

Que no había visto nada, que no sabía… o que algo vio, pero no lo comprendió en lo absoluto.

Fue entonces que le hablé de responsabilidad, del poder del testimonio como afirmación del individuo…

De todas esas teorías que nos enseñaron a utilizar para casos como este.

Y sí, tal vez me ofusqué un poco, pero nunca llegué a usar malas palabras ni nada parecido.

Si hubo violencia fue simplemente porque al hablarle intenté que se viera el fondo y en el fondo siempre hay violencia.

Violencia quieta, en todo caso.

Subyacente.

Eso puedo aceptarlo, por supuesto.

El punto es que todo siguió igual y ninguno de nosotros cedía un poco.

Por cansancio, tal vez, llegó a decir en un momento que no es que no quisiera decirlo, sino que realmente no podía.

Lo que pasa es que al final nunca pasa nada, recuerdo que me dijo.

Por eso no puede decirse.

Lo recuerdo bien porque esas fueron algunas de las frases que escribí en la declaración.

Dos hojas de declaraciones, al final, pero solo con frases inconexas, que nada decían.

Un poco como esto, lo admito, pero probablemente más alejado de la verdad.

No sé qué más, finalmente, pueda agregar al respecto.

domingo, 28 de abril de 2024

Preguntas al aire.


El sicólogo le dijo que lanzara preguntas al aire. Sin esperar respuestas, por supuesto. Que las dijera como enunciados, simplemente. Con ese tono, me refiero. Pienso que se lo dijo como un ejercicio para que ella aclarara cuáles eran sus propias preguntas, aunque ciertamente no lo sé. Ella le hizo caso, en todo caso, pero no le sirvió. O al menos sintió que no le servía. Cuando me lo contó yo le dije que mejor le realizara al mundo ejercicios de verdadero o falso. Enunciados más cortos, cuyas respuestas – de haberlas-, no necesitasen mayor interpretación. Se lo dije sin mucha convicción, principalmente porque sentí que me lo contaba como pidiendo algún consejo o tipo de ayuda. Tiempo después volvimos a encontrarnos y me dijo que lo hizo. Que incluso ordenó esas afirmaciones y las publicó como un pequeño libro. Tenía ilustraciones hechas por un conocido de ambos que a mí no me caía muy bien. Nunca vi el libro directamente, pero me mostró unas fotos del contenido y con el tiempo he visto su portada en alguna tienda. Creo que incluso me nombró en los agradecimientos o en la dedicatoria, no recuerdo muy bien. El mundo, por otro lado, le respondió si eran verdaderas o falsos cada uno de sus enunciados. No sé cómo, pero ella dice que así ocurrió. Todos eran falsos.

sábado, 27 de abril de 2024

¿A qué piedra?


Es tarde y estoy mareado.

No sé muy bien dónde estoy.

-Estoy seguro de que si diéramos la vuelta a esa piedra a la que llamamos vida, comprenderíamos todo -dice alguien.

-¿A qué piedra? -digo yo.

Pasan unos segundos y me parece escuchar murmullos cerca de mí.

-¿Y quién es este? -dice uno.

-¿Quién lo dio vuelta? -dice otro.

-¿A qué piedra? -insisto.

Se forma un silencio incómodo entre nosotros.

Hay viento en el lugar.

Hace frío.

Probablemente estemos en un lugar abierto.

Intento insistir con mi pregunta, pero no me sale la voz.

Siento pasar unos minutos.

-Tendríamos que devolverlo por dónde vino -dice entonces uno.

-Es lo que habría que hacer -dice otro.

Poco después alguien me toma por los pies.

Siento que me voltean, pero no sé bien si he quedado boca abajo o boca arriba.

Luego comienzan a arrastrarme, por una superficie que parece ser arena o tierra suave.

Pasan unos minutos y entonces parecen descansar.

-Ahora te toca a ti -dice una voz.

-Pero si era yo el que lo llevaba -contesta otra.

-Eso no tiene nada que ver -dice la primera.

Pasan otros minutos y entonces vuelven a tomar mis pies.

Vuelven a voltearme y luego arrastrarme.

La situación se repite varias veces.

De pronto parece terminar.

-Ya está -escucho decir a alguien.

-Pensé que no lo lograríamos -dice otro.

-Estoy seguro de que si diéramos la vuelta a esa piedra a la que llamamos vida, comprenderíamos todo -dice ahora el primero.

-¡Eso ya lo dijiste! -reclama el otro.

Lugo los escucho alejarse.

-¿A qué piedra? -intento decir yo.

viernes, 26 de abril de 2024

J. y su piñata.


I.

J. no quiso romper su piñata.

Era tan bonita que se negó a dañarla en lo más mínimo.

Primero le entregaron un palo, para que la partiera, pero luego le dijeron que tirara solo de un cordel, para que se abriera solo su base.

-Eso también es romperla -dijo J.

Intentaron convencerlo de lo contrario, pero lo cierto es que J. no estaba equivocado.

Finalmente, no la rompieron y los niños se olvidaron tras participar de otros juegos.

Antes de irse, a cada niño les entregaron otra bolsa con dulces, para compensar lo de la piñata.

J. también recibió una, por supuesto, aunque notó molestos a sus padres, cuando la recibió.


II.

Esa noche J. quiso dormir con la piñata.

La acomodó sobre su cama, a un costado, y se acostó en una orilla, para no botarla.

Luego fueron sus padres a despedirse.

-Igualmente va a terminar rompiéndose -le dijo su madre.

-¿No piensas que fue algo egoísta de tu parte? -le preguntó su padre, aunque con un tono amable.

J. no respondió.

Dio las buenas noches, simplemente, y apagó la luz de su lámpara.

Ya a oscuras, empuñó una de sus manos y lanzó un golpe, incrustando su puño en la piñata.

Lloró mientras lo hacía, por cierto, pero muy bajito, para que sus padres no lo oyeran.

jueves, 25 de abril de 2024

Dos.


Afuera veo a unos hombres que observan el horizonte.

Están quietos, de pie, uno junto al otro, de espaldas a mí.

Por sus posturas, puedo deducir que no están hablando entre ellos.

No puedo deducir, sin embargo, qué es lo que observan en el horizonte.

Ha comenzado el atardecer, por cierto, pero hoy no hay colores especiales en el cielo.

Nada llamativo, digamos, salvo el sol escondiéndose, como de costumbre.

Intrigado, me acerco hasta ellos en silencio, para entender la situación.

Cuando ya estoy cerca escucho la voz de uno, que parece hablarme directamente.

-No te acerques -me dice, cuando estoy a pocos pasos-. Estamos bien si no te acercas.

Su compañero no dice nada, pero me transmite de alguna forma que está de acuerdo con el primero.

Por lo mismo, me quedo ahí.

-¿Puedo preguntarles algo? -les digo entonces.

Dejo pasar un rato, pero no contestan, así que pregunto sin más.

-¿Qué es lo que están observando? -les digo.

Otro silencio.

Ninguno de ellos se muestra interesado en contestarme.

Me quedo ahí, por un momento más, el sol está terminando de desaparecer.

-Hoy tampoco, parece -escucho decir a uno.

-Es cierto -dice el otro-. Hoy tampoco.

Ambos parecen haber terminado de observar y se preparan para comenzar a andar, todavía de espaldas a mí.

Dan incluso unos primeros pasos.

-Esperen -les digo-. ¿No van a decirme que ocurrió?

Ellos se detienen.

-Ocurrió simplemente que no hubo flogisto -dice uno, sin voltearse-. Por eso no ardió.

Luego, sin explicar más, retoman su andar.

Yo, por mi parte, dejo pasar unos segundos y regreso por mi camino.

¿Qué mierda era el flogisto?, me digo.

miércoles, 24 de abril de 2024

Filtros leves.


Ella compró varias resmas de papel fotográfico.

Lo hizo, por supuesto, para imprimir fotos.

En las fotos que imprime, sin embargo, no aparece ella.

Tampoco sus conocidos.

Y es que, lo que imprime, suelen ser imágenes de desconocidos.

Gente anónima, digamos, que la contacta por internet y le hacen encargos.

Supuestamente, ella solo imprime las fotos, pero lo cierto es que hace en ellas ciertos retoques.

Utiliza filtros leves, refuerza o debilita algunos colores o hace cambios leves en el encuadre, por ejemplo.

No avisa de estos cambios, y simplemente entrega sus fotos en sobres amarillos, para que luego los otros las revisen.

La gran mayoría de los clientes no se dan cuenta de los cambios.

Solo de vez en cuando alguno llega a comentar algo, pero ella les dice que los colores cambian según las tintas o la impresora.

De todas formas, todos se van contentos y suelen recomendarla, aunque de todas formas son pocos lo que imprimen fotos hoy en día.

Por lo mismo, a ella, no se le acumula el trabajo.

Esto nos permite juntarnos de vez en cuando y hablar de cosas como las que acabo de contar.

Por mi parte, nunca le he pedido que me imprima nada.

No es que me moleste su procedimiento, pero algo me incomoda.

De igual forma no la juzgo y me limito a juntarme con ella e intercambiar historias.

La dejo, como ven, vivir de sus engaños.

Ella, por supuesto, también los deja pasar.

martes, 23 de abril de 2024

Me serví un café cargado.


Me serví un café cargado.

Lo defino como cargado cuando empleo en su elaboración el doble o más de lo que se considera necesario.

Generalmente hago esto cuando quiero permanecer despierto, pero esta vez lo hice más bien sin pensar.

De hecho, justamente era de madrugada, y quería dormir.

Eso ocurrió hace dos horas.

Entre tanto, no sé con qué tipo de lógico, me decidí a preparar otra café cargado -esta vez “ultracargado”-, para contrarrestar los efectos del primero.

No funcionó por supuesto.

Así que, como no podía dormir, me instalé ante el computador y he comenzado a escribir esto.

Desde la línea anterior a la que usted lee actualmente acaba de pasar -acá, por supuesto-, media hora.

Por esto, calculo que el primer café cargado me lo tomé ya hace poco más de dos horas y media.

Ahora, como en cuarenta minutos más me debiese levantar he decidido no intentar dormir y escribir un texto que valga la pena.

Por lo mismo, acabo de prepararme otro café cargado.

El texto que vale la pena, por cierto, no es este, sino que abrí en Word otro documento para escribir en él algo valioso y en este solo la verdad.

Debo confesar, sin embargo, que el otro documento permanece aún en blanco.

Y que ya pasaron los otros cuarenta minutos.

Ahora, como siempre, debo prepararme para ir a trabajar.

lunes, 22 de abril de 2024

No dar con el hormiguero.


Seguí el rastro de hormigas y no di con el hormiguero.

Aquello me pareció un fraude.

Luego pensé que había sido yo quien lo había hecho mal, así que volví a intentarlo.

Varias veces lo hice, pero nunca lo encontré.

Así pasó el tiempo.

Entonces busqué en internet, aprendí algunas cosas y seguí a otras hormigas.

Lamentablemente, el resultado fue el mismo.

Lo único que descubrí -o que comprobé, en realidad-, fue que las hormigas nunca se detenían y que permanecían en ruta siempre, yendo de un lugar a otro.

De todas formas, me resultaba lógico que quisieran esconder su hormiguero.

Me refiero a que eso es algo instintivo, después de todo.

Aun así, me cuestioné abiertamente el porqué de ese ocultamiento.

Muchas de mis posibles respuestas eran básicas, por supuesto, pero algunas no.

Por ejemplo, llegué a pensar que tal vez no tuviesen reina.

Y que, como no tenían, siguiesen todas esas extrañas rutas simplemente para despistar a los curiosos y ocultar un problema que podría traer consigo graves consecuencias.

Tal vez incluso habían matado a su propia reina.

O que esta había muerto y no había sucesora y seguían fingiendo que sí, para que su existencia no perdiese el sentido.

¿Cuál sentido?, me preguntó entonces una hormiga que me observaba, detenida, justo frente a mí.

Pensé en responderle, pero finalmente bajé un dedo y la aplasté, simplemente, contra la superficie.

Y es que si ella no lo sabía, pensé, ciertamente no se merecía otra respuesta.

domingo, 21 de abril de 2024

Tierra.


-Debo llevar dos o tres meses soñando que excavo -me dijo-, cada noche. Aparezco con una pala en un lugar en el que únicamente hay tierra y sin cuestionármelo empiezo a cavar. No es tan pesado el ritmo ni la tierra es tan dura, pero la lavar es extenuante de igual forma. Mayormente por la cantidad de tiempo que me paso en eso. No me refiero, por supuesto, al tiempo real, sino al tiempo que percibo que paso cavando, cada noche. Imagínate, después de trabajar todo el día llegó al sueño y empiezo a cavar sin parar hasta que me despierto. Además, nunca consigo nada. Realmente es frustrante.

-¿El sueño? -pregunto.

-Sí -me dice-. También el trabajo, por supuesto, pero ahora me refería al sueño. El problema es que, por más que caves, nunca encuentras nada… O sea, no es que tenga la sensación de que esté buscando algo, pero lo cierto es que no hay cambio alguno en la acción... simplemente saco tierra y pareciera que todo sigue siempre igual, al mismo nivel incluso… ni siquiera sé bien dónde se apila la tierra que saco…

-Tal vez la arrojas fuera -le digo-. Ya sabes, como la teoría esa de Wingarden que habla del material de relleno, o algo así…

-¿Y entonces yo estaría llenando mi vigilia de tierra y…?

-No dije eso -interrumpo-. Solo me acordaba de aquello, además la teoría de Wingarden es bastante más compleja.

-¿Puedes explicármela? -me pregunta.

Y yo lo hago.

sábado, 20 de abril de 2024

¿Para qué sirve la gente?


I.

De los muertos solo se debe decir lo bueno.

La otra opción es obviarlos, y no decir absolutamente nada.

Esperar simplemente a que la putrefacción empiece y comenzar a olvidarlos de a poco.

Sus gestos, sus nombres.

La textura y el olor de su carne.


De las palabras no hablo, porque suelen olvidarse apenas pronunciadas.

Además, no acostumbran ser palabras propias.

Nada tuvieron que decir, después de todo, y nada dijeron, los muertos.

No soy quién para culparlos.



II.

De los muertos solo se debe decir lo bueno.

Con tono respetuoso, claro y firme, para que parezca cierto.

Recomiendo practicar, antes de hacerlo, ante el espejo.

Y recomiendo hacerlo, claro está, hablando de nosotros mismos.


Por otro lado, si escuchamos, debemos asentir con movimientos ligeros de cabeza.

Ojalá pensando en otra cosa, para que no nos sorprendan las palabras.

Sin embargo, no pensemos nunca para qué sirvió o para qué servimos.

Que el silencio lo cubra como paladas de tierra.



III.

De los muertos solo se debe decir lo bueno.

Después de todo, la verdad siempre suele resultar incómoda.

Pica en la garganta.

Da comezón en la piel.

Tal vez ya lo sepan, pero lo digo de igual forma:

A quien sostiene un plato en la cabeza, no le conviene mirar hacia arriba.

No soy quién para culparlos.

viernes, 19 de abril de 2024

El propósito.


I.

-Sí le hicieran una autopsia -me dijo-, estoy seguro que encontrarían allá dentro todo muy pulcro, como pasillos de supermercado... Y en el de las verduras, probablemente, todavía habrían algunas frescas, que se podrían consumir.


II.

-Sin decirlo ya lo dijo -le dije-. Así que mejor guarde silencio y no me lo repita.

-¿Qué cosa? -preguntó.

-Ya sabe -le dije-. No sé haga el hueón.


III.

Hablar de autopsias trae mala suerte, pensé, mientras los escuchaba. Y traté entonces de no escucharlos para que esa mala suerte no llegase a mí.

Sin embargo, cómo me costaba no escuchar, decidí traducir sus palabras a otro idioma.

Lamentablemente, como nunca aprendí otro idioma, debí inventar me uno, similar al nuestro, y solo entonces traducir.


IV.

Cambios de idea. Nada de orden si le hacen una autopsia. Probablemente exageré.

Además el castillo se derrumba cuando se apaga la carne.

Eso lo saben hasta los muertos.


V.

Debieses llenarte de muebles la boca, le dije. 

Llenarla y dejar todo bien dispuesto como en una casa piloto.

Dejar la lengua aplastada como si fuese una alfombra.

Luego ya verás tu cómo te mueves dentro de ella. 

Sin sacar (ni intentándolo) significado alguno de todo aquello.


VI.

Para terminar, me dijo, vas a tener que dejar de remover las cosas. Vas a tener que dejarlas estar simplemente y que se sequen la sol, aunque no haya.

Y claro: mantener todo limpio y ventilar de vez en cuando.

Así, al igual que los girasoles se voltean hacia el sol, surgirán lápidas que voltearán hacia los vivos.

Ese es, a fin de cuentas, el propósito.

jueves, 18 de abril de 2024

Evitar el gesto innecesario.

No me lo presentes. No lo desconozco. Ese es un tejado desde el que ya caí. Probablemente estaba a otro altura, pero puedo reconocerlo fácilmente. La textura, el color, el vértigo... El golpe, incluso, tras la caída. Todo eso es parte de la información recolectada. No tengo la menor duda. Por eso reconozco ese tejado. No sé lo que cubre, es cierto, pero desde arriba, al menos lo reconozco. Probablemente haya dormido, incluso sobre él. No un sueño reparador, es cierto, pero al menos algo habré intentado. Sueño, caída... Ya sabes. Tú también conoces la secuencia. Seguramente la conoces. Desde otro tejado, por supuesto, pero ese no es el punto. Lo esencial aquí es evitar el gesto innecesario. Rechazar aquello que es forma, simplemente, sin sustancia. Y en cambio, ocupar el tiempo y la energía en subir nuevamente a ese tejado. Ese tejado que ahora es otro, aunque no importe. Y de ambos, por supuesto, yo caí. Desde la altura distinta de ambos. Desde su naturaleza común, digamos, pero desde su altura distinta. Y claro .. por eso es que te digo que no me lo presentes. Demórate un segundo y comprenderás que no lo desconozco. Ese es un tejado desde el que ya caí.

miércoles, 17 de abril de 2024

Medita Medea.


Medita Medea. Medio maldita, medita. Medea me mira. Miedo. Maldita mirada. Mediodía. Máscaras. Me mira mi madre-Medea. Me mancha. Maldita mirada. Me miente, Medea. Maniobra. Manipula. Modela. Miente Medea. Me marca. Mantis, Medea. Mi mantis Medea. Masculla. Musita. Muge. Maldita Medea. Mía. Mi Medea. Mi madre Medea. Mastica. Muerde. Mancilla. Mis manos mordidas. Miro mis manos mordidas. Me marca. Miente mientras mira. Maldita Medea. Mientras muerde me mira. Muñones mis manos. Martirio. Merecido martirio. Maldigo. Mirándose me mira. Menoscaba. Menosprecia...  Marchita. Mancha mi madre Medea. Mancha mientras muerde. Magulla. Martiriza. Malogra. Me mira Medea. Melancólicamente me mira. Miente mientras me mira. Miente mientras musita melodías. Malditas melodías. Melodías mentirosas. Mancas. Mustias. Mañana mientras marche, mirará mis manos. Mentirá. Maldecirá mis manos. Macabra Medea. Maliciosa. Madre menstruante. Madre maldita. Marchita, Medea. Multiplicará mis males. Manantial maldito. Malograda Medea. Meretriz. Media madre, media meretriz. Mendigo. Merezco más. Media madre, mendigo. Me mata mi madre Medea. Mágica muerte. Milagrosa. Mansa. Muerte merecida. Medita Medea. Me mata. Me muerde. Muerde mi muerte. Madre Medea. Mi madre Medea. Maldita. Medio maldita. Media madre. Mortaja. Maldita mortaja.

martes, 16 de abril de 2024

Lo que puedo decir.


El tipo ese se cayó de la moto. Eso es lo que les puedo decir. Se arrastró varios metros hasta llegar a mis pies. Justo entonces se detuvo. Aprovecho de aclarar que cuando hicimos contacto él ya estaba desvanecido. Sin conciencia, me refiero. Y con una pierna volteada hacia el lado equivocado. Entonces yo lo observé sin entender todavía qué ocurría. No hice nada más. O no que yo recuerde. Luego llegó más gente. Por mi parte, tenía que irme, pero no me iba. Tenía que llegar a algún sitio, quiero decir. Igual que él tipo ese que cayó de la moto. Que había llegado hasta mi sitio aunque de seguro quería llegar a algún otro. Siempre igual que el tipo ese. Arrojado hacía un sitio que no es al que vamos, pero que luego ya no importa. Qué es lo que dice, me pregunta entonces la gente. Yo les digo que no dice nada, que ni siquiera grita, el pobre. Entonces ellos dicen que no él sino yo. Que yo soy el que digo. Y qué digo, les pregunto. Pues no sé, dígalo usted. El tipo ese se cayó de la moto, les digo entonces. Ellos escuchan. Y etcétera.

lunes, 15 de abril de 2024

Parientes rusos.


Fue hace quince años cuando nos enteramos sorpresivamente que teníamos parientes rusos. Al parecer una hermana de nuestra abuela se había casado con un paramédico de san petesbrugo y habían tenido 14 hijos.

Si bien ninguno de ellos salió nunca de su país ni aprendieron español, nuestra tía abuela les puso nombres criollos que ellos fueron a su vez heredando a las futuras generaciones.

Fue así que nos enteramos de que teníamos parientes rusos que se llamaban, por ejemplo, Pedro, Arturo, Eulogio y Raymundo.

De hecho, fueron estos cuatro quienes viajaron a chile y nos contactaron diciendo (por medio de un traductor electrónico bastante deficiente) que querían conocer está rama de la familia y que incluso pretendían asentarse en nuestro país.

Dos años después, sin embargo, uno de ellos se encontraba muerto, otro preso, uno con una pierna menos y el otro en Argentina.

Me gustaría decir que gracias a ellos conocí a Bulgakov, a Berberova o por último a Gogol, pero lo cierto es que no aprendí nada salvo como preparar una gran variedad de bebidas alcohólicas a partir de aguardiente.

Tres de ellos, además (tres porque el otro ya había muerto) se quedaron con los únicos ahorros que hasta entonces había logrado reunir y que les confié cuando me explicaron (en ruso) sobre una excelente inversión.

Excelente en ruso se dice otlichnny, por cierto.

domingo, 14 de abril de 2024

No hay profetas para sordos.


No para todos hay profetas. No alcanza la cobertura, digamos. Además, tampoco hay especializaciones, entre ellos. Por ejemplo, como reza el título: no hay profetas para sordos. Y esto no ocurre porque los primeros no puedan dedicar un tiempo a aprender el lenguaje de señas u otra alternativa, sino más bien porque el profeta no debiese ser nunca, el mayor interesado. No tiene porque hablar claro ni dar explicaciones. Tampoco tiene por qué repetir un mensaje. Es un trabajador más, en el fondo, como todos. De hecho, si indagamos en sus vidas, probablemente descubramos que la gran mayoría no eligieron ser profetas. No estudiaron para serlo ni postularon a ser parte de una institución que los acreditara como tales. Fueron profetas por designio, digamos, no por convicción. Porque un día se descubrieron entregando el mensaje y sin darse cuenta ya estaban metidos en esto y luego no querían ya, perder los (escasos) beneficios laborales ni la antigüedad. Por otro lado -si volvemos al ejemplo de los sordos-, ocurre que el sordo el sordo porque quiere. Sordo porque carece de la fe para dejar de serlo o porque decidió -probablemente de forma inconsciente-, que el mundo era indigno de ser escuchado. Pueden estar en desacuerdo o pensar que soy cruel y hasta cobarde con estas conclusiones, pero lo cierto es que yo mismo se los he dicho a los sordos en varias ocasiones. Por supuesto, no quisieron escucharme. Luego, se quejan: No hay profetas. No me parece justo.

sábado, 13 de abril de 2024

La foto sobre el elefante.


Cobraban diez dólares por la foto sobre el elefante.

Cincuenta si te daban un pequeño paseo y te agregaban cuatro fotos más.

En principio ella no quería, pero luego él la convenció de que sería un bonito recuerdo.

Además, como había poca gente, les habían ofrecido que podían subirse los dos, por el mismo precio.

El paseo fue muy breve (no más de cincuenta metros), pero las fotos estuvieron bien pues pudieron posar en medio de unos árboles y al lado de un estero por lo que parecían que hubiesen recorrido un gran tramo.

El elefante -al que llamaban Ismael-, incluso salía en una de las fotos levantando la trompa, y en todas parecía ser mucho más fuerte y salvaje de lo que realmente era.

Compraron un cuadro en el que eligieron poner justamente aquella foto, y lo dejaron en el pasillo, junto a las imágenes de otros viajes.

Años después, cuando ellos se separaron y abandonaron aquella casa (cada uno en una dirección distinta, por supuesto), ella se encontró de pronto frente a la foto sobre el elefante, dudando si llevársela o dejarla ahí, para que él se la llevase.

Así, mientras la observaba, notó por primera vez que el elefante miraba directamente hacia la cámara, directamente a los ojos de ella.

Pasó entonces uno de sus dedos sobre la imagen del animal, como si lo acariciase.

Fue un gesto tierno, por supuesto, y hasta algo triste.

Ni ella misma sabía, ciertamente, que era capaz de aquello.

viernes, 12 de abril de 2024

Disfraces.


En el piso de arriba hicieron una fiesta de disfraces. Como conocía a una de las chicas que vivía ahí, terminé siendo invitado. De igual forma no fui, pero así me enteré del asunto. La fiesta, por cierto, tenía una particularidad en el asunto del disfraz. Y es que los asistentes debían ir disfrazados de otro de los asistentes. No se admitían otro tipo de disfraces. En este sentido, yo, que apenas conocía a la chica que me invitó y a un par más, no hubiese tenido mucho donde elegir. Los otros, en cambio, formaban parte de un gran grupo que se conocía hace años, por lo que el requisito les era más fácil de cumplir.

-¿Por qué no viniste? -me preguntó la chica, días después, en el ascensor-. Como yo conté que venías hubo alguien que se disfrazó de ti y estaba igualito… Ya sabes, no solo en el vestuario, sino que imitamos formas de actuar y todo eso… Si quieres te mando fotos.

Yo acepté, extrañado. Nos agregamos en WhatsApp y yo me bajé en mi piso.

Minutos después me había compartido cerca de treinta fotos, en las que se veía, por supuesto, a un montón de personas en su fiesta, que parecía haber estado bastante relajada.

Sin embargo, por más que busqué no logré dar con nadie que estuviese disfrazado de mí. Recorrí en detalle cada imagen y no tuve siquiera un sospechoso.

Gracias. Le escribí poco después. Pero igual no me reconozco.

Nadie lo hace, me contestó ella, minutos después, junto a una carita feliz.

No quise insistir con el asunto.

jueves, 11 de abril de 2024

Visitante.


Fue por ese entonces que comencé a visitar distintas bibliotecas en Santiago. Tanto los días de semana, luego de la escuela, como el día sábado, desde muy temprano. Hacía una especie de ruta, dejando de lado solo aquellas que se encontraban demasiado lejos como para que, al visitarlas, me quedase un tiempo prudente para leer al interior de ellas. Organizaba mis visitas en un pequeño cuaderno, marcando aquellas que ya visitaba y anotando breves observaciones referidas mayormente al libro leído (o que estaba leyendo) en cada una de ellas. No es que hubiese muchas, por lo que, cada tres semanas, aproximadamente, volvía a comenzar.

Era como un tour, pienso ahora, en el que me dedicaba a leer un libro distinto en cada una (esta era otra de las reglas que seguía, sin saber por qué) durante el tiempo que duraba la visita, sin nunca solicitarlos para préstamo ni llevarlos a mi hogar.

No sé si lo analicé en ese entonces, pero supongo que, si me los llevaba, me quitarían tiempo del día siguiente, y además incitaría a otros a inmiscuirse y preguntar por mis lecturas, cosa que prefería guardar en secreto, solo para mí.

De esta misma forma, al visitar cada biblioteca esporádicamente, quienes atendían apenas reparaban en mi presencia, y no me veía obligado a contar nada extra ni responder preguntas incómodas, cosa que me habría pasado, por ejemplo, de haber ido siempre al mismo lugar.

¿Por qué dejé de hacerlo o qué cosas ocurrieron como para modificar esta conducta que duró cerca de dos años?

Pues lo cierto es que podría contarlo, pero preferiría no hacerlo.

Estoy en mi derecho, ¿no creen?

miércoles, 10 de abril de 2024

Esa tarde llegó triste.


Esa tarde llegó triste.

Se le notaba a distancia.

Parecía, incluso, derrotada.

Me saludó apenas con un gesto y se encerró en el baño.

Mientras ella estaba ahí yo preparé algo de comer.

Algo sencillo, rápido, pero que a ella le gustaba.

Escuché que abría y cerraba las llaves del lavamanos varias veces, pero no imaginé por qué.

Poco después, cuando salió del baño, fue directo hasta el sofá, frente a la televisión.

Entonces se quedó observándola, como si estuviera encendida.

Sin mirarme me preguntó si había vino.

Le dije que había una botella.

La abrí.

Le serví una copa y se la acerqué.

Luego de un rato ella la tomó, pero la sostuvo en una de sus manos, sin acercársela a la boca.

-Fracasé en las notas agudas -dijo entonces.

Como no supe qué decir nos quedamos en silencio hasta que ella bebió la copa.

Seguimos en silencio.

Sabía que debía decir algo.

-¿Todo lo demás estuvo bien? -le pregunté.

Era una pregunta de mierda, por supuesto, pero ya la había dicho.

Ahora debía esperar lo peor.

Para mi sorpresa, no fue así.

Me pareció incluso que sonreía cuando le acerqué la otra copa.

-Sí -dijo luego de un rato-. Todo lo demás estuvo bien.

Yo sonreí también, aliviado.

Vivimos un par de buenas semanas, desde entonces.

Nuestras últimas semanas juntos, por cierto.

Luego de esto me dijo que se iba, pues sentía que no era lo que yo necesitaba.

-A lo mejor soy como una nota aguda -le dije.

Ella asintió.

Tal vez debí decirle que no era ella quien debía decidir qué era lo que yo necesitaba.

Pero no se lo dije, por supuesto.

Así fue cómo ocurrieron las cosas.

martes, 9 de abril de 2024

Usted no aprenda la lección, debí decirle.


Usted no aprenda la lección, debí decirle, no la necesita. Supongo que merecía al menos eso, pero no lo dije. Supongo que primó en mí el rol de profesor y la dejé sola frente a su lección. Una lección tan grande como el mundo y por lo tanto inabordable. Y claro… ella quedó ahí, intentando aprenderla sin saber cómo. Supongo que intentó memorizar, clasificar, vincular las partes… ya saben, usar todas esas técnicas que supuestamente nos llevan al aprendizaje. Lo hizo y no lo consiguió, por supuesto, y quizá por eso desesperó y ocurrió lo que ocurrió. No sé si me explico… No es que sea culpable, pero digamos que puede hacer algo más. Pero aquello que podía hacer era en el fondo recomendarle no creer, no confiar en la lección… y por eso también me estarían acusando. En este sentido, si quieren puedo ser levemente culpable… puedo admitir esa leve culpa que probablemente tengamos todos, más allá del rol que cada uno desempeña. De hecho, si lo piensan, yo era el menos indicado para recomendarle otro camino… ¿Debí decirle acaso que abandonara la lección? ¿Debí confesarle que en el fondo era imposible de aprender y que nadie sabe…? ¿Es eso, acaso, lo que debía hacer? ¿Pueden ser más claros y decirme de una vez de qué se me acusa? ¿Pueden hacerlo, por favor…?

lunes, 8 de abril de 2024

Un jinete para seis caballos.


Soñé que había seis caballos y un jinete.

En el sueño, por cierto, yo me escuchaba decir que no sabía decir quién soy.

Era una frase extraña, por supuesto, y algo absurda, pero es lo único que recuerdo haber dicho en aquel sueño.

Las otras cosas que recuerdo solo son imágenes.

Imágenes fragmentadas, por cierto, que debo unir para dar con el paisaje del sueño en su plenitud: seis caballos y un jinete, como escribía en un inicio.

Ni siquiera recuerdo dónde estaban esos caballos.

A veces me parecía mirar, incluso, desde dentro de uno de ellos.

Otras veces, supongo, observaba todo aquello desde dentro del jinete.

Jinete y caballos que, pese a todo, no eran yo.

¡Qué absurdo parece al escribirlo…!

Y, sin embargo, desde dentro mío -incluso en la vigilias-, no me parece en lo absoluto así.

Solo sé que yo no era una de las siete figuras de aquel sueño.

Pero como el sueño estaba dentro mío, yo tenía el derecho (por decirlo de alguna forma) de estar -sin estarlo-, ahí.

Fue así que, casi al final del sueño, comencé a preguntarme por qué podía asegurar que el hombre que ahí estaba era efectivamente un jinete.

Y me lo pregunté, por cierto, porque el hombre no montaba ningún caballo, simplemente estaba ahí.

Respecto a los caballos, también me hice preguntas.

Pero no podía evitar que fuesen preguntas simples: cómo cuántos eran, por ejemplo, y poco más.

Y es que a veces -debo confesar-, un soñador para un sueño tampoco es suficiente.

Sobre todo, si se instalan las preguntas y no hay nadie (dentro de uno) que las sepa contestar.

Ahí quedan entonces los caballos, y el jinete.

Si usted se esfuerza, los puede observar.

domingo, 7 de abril de 2024

¿El sarcófago sin momia o la momia sin sarcófago?


I.

-¿Qué prefieres? -me dijo-. ¿El sarcófago sin momia o la momia sin sarcófago?

-¿Qué prefiero para encontrar? -pregunté.

-Sí -me contestó-. Para encontrar o algo así… ¿qué prefieres?

Yo me lo pensé un rato, pero finalmente no supe qué contestar.

Él me observaba y parecía molesto con mi silencio.

-Parece que en el fondo no te interesa abrir la cripta -me dijo, con desgano.

-No es eso -dije entonces-. Pero es difícil de explicar.

-Pues si es difícil de explicar mejor no lo expliques -lanzó, molesto-. Casi siempre es algo equivocado.


II.

No lo dije, por supuesto, pero lo que pensé en ese momento fue que prefería ser la momia. Más aún, pensaba que me interesaría ser la momia no encontrada, o hasta el vacío de la momia, en un sarcófago vacío.

Entonces, pensé que el problema de fondo es que nunca me ha gustado encontrar. O no lo disfruto, al menos. Y es extraño, porque debo admitir que sí me interesa buscar. Es decir, lo que me gusta es buscar y no encontrar. Buscar sin saber bien qué busco y sospechando (casi siempre) que se trata de algo inencontrable.

Como ocurre aquí, digamos, sin que otros puedan sospechar siquiera que tú busques.

Ciertamente: como ocurre aquí.

sábado, 6 de abril de 2024

Los astronautas estaban bajo tierra.


I.
Soñé con una frase. Estaba escrita en un papel que encontraba en el piso. “Los astronautas estaban bajo tierra”, decía el papel. La letra con que estaba escrito era cuidada y elegante. Me pareció, en el sueño, que había sido escrita por una mujer mayor. No sé bien decir por qué, pero eso es lo que me pareció. El papel era blanco, indistinto a otros papeles. Recuerdo haberlo olido, pero no capté, cuando lo hice, ningún olor en especial. Luego lo doblé y lo guardé en uno de mis bolsillos. En el sueño, por cierto, no había nada más. Solo un poco de frío y a veces viento, pero nada más. Luz, tal vez, pero no sé desde donde venía. Luz solamente, sin sombras. Luz blanca.


II.
Los astronautas estaban bajo tierra. Ahora no, pensé, mientras salía del sueño. Estaban bajo tierra, es cierto, pero no sabemos realmente cuál es su sitio. Nadie lo sabe, en todo caso, y tampoco los astronautas. Al fin y al cabo, todos hemos estado bajo tierra, concluí, al despertar. Por ende, me dije -siguiendo una lógica extraña-, todos somos astronautas.


III.
Suelo anotar las frases que aparecen en mis sueños. Las anoto en papeles que dejo en mi velador, siempre escritos con una caligrafía distinta. A veces descubro que eran parte de un libro que había leído hace poco, pero por lo general ya ni las busco. Simplemente amontono los papeles y los leo al despertar. Luego no vuelvo a leerlos más. Tampoco, por cierto, los sueños se repiten. No soy yo quien dijo esto.

viernes, 5 de abril de 2024

Llegar con el vuelo.


Llegar con el vuelo. Como cuando andas en bicicleta y ya has dejado de pedalear. Probablemente también pase al conducir un auto, pero lo cierto es que no manejo. De hecho, hace varios años, solo uso bicicletas con piñón fijo. De esas en que no puedes, mientras esté en movimiento, dejar de pedalear. No sé explicar muy bien por qué solo uso de estas bicis, pero supongo que me gusta la sensación que producen. No el cansancio (que también), sino esa sensación que te hace sentirte responsable de cada metro que avanzas. Ninguno es gratis, digamos. No totalmente. Aunque vayas calle abajo.

Igualmente, el asunto acá (en este texto) es más bien doble. Me refiero a que no solo solo se trata de ir con vuelo sino también de la idea de llegar con él. Es decir, de cruzar la meta ya sin pedalear o tenderse en la cama con el impulso del día. Soñar por inercia digamos. Arrastrando lo que te dejó el día. O cocinar con sobras. Y es que a veces es lo único que queda, es cierto, pero si puedes elegir me parece que no está bien. Aunque yo misma a veces lo haga, lo cierto es que no está bien. Vuelvo a subirme, entonces, a la bicicleta con piñón fijo.

jueves, 4 de abril de 2024

Casi nunca al primer infarto.


I.

Él había leído que, a su edad, casi nunca te morías al primer infarto.

Lamentablemente, parece que a él se le adelantó el último y murió, justamente, a causa del primero.

Su hermana me llamó para contarme de lo ocurrido y para decirme que me quedara con sus libros, pues nadie más en la familia los quería.

En principio pensé que era un cebo para que fuese al funeral, así que me ofendí y decidí no ir.

Días después, sin embargo, volvió a llamar su hermana para decirme que fuese a buscar los libros.

Y yo fui.


II.

Pensé que iba a estar la hermana, pero ella me dejó las llaves con un conserje.

Subí hasta el sexto piso, donde estaba su departamento y entré al lugar.

Todavía estaba revuelto y parecía el hogar de alguien que aún estaba vivo.

Entonces fui hasta unas repisas que tenía y revisé un par de libreros.

Fui sacando todo lo que podía considerarse libros y los apilé al lado de un sillón, para revisarlos.

En total eran poco más de trescientos.

Pocos para los que pensaba que podía haber tenido.

Todos, eso sí, estaban en muy buenas condiciones.


III.

Días después, cuando hablé nuevamente con su hermana, le pregunté si quería darle a alguien más los libros pues solo había diez o doce que yo no tenía.

Ella me contestó que no, que prefería que no… que los donara o los vendiera o viera yo qué hacía con ellos.

Intenté alargar un poco más la conversación, pero no pude.

Ella colgó, simplemente, y no volvimos a hablar.

Los libros que yo no tenía, por cierto, eran casi todos, biografías.

Las únicas que destacaban entre ellas eran dos escritas por Peter Ackroyd.

Lloré un poquito cuando leí la de Newton, pero no sabría decir por qué.

Estos días comenzaré a leer la de Poe, aunque extrañamente no me entusiasma demasiado.

miércoles, 3 de abril de 2024

¿No creen?


Cada dos semanas, aproximadamente, M. toma todo lo que hay en su refrigerador. Luego lo corta y lo sofríe. En una tienda cercana compra masas para horno. Y hace empanadas que suelen durarle casi toda una semana.

-Es como la multiplicación de los panes -me dice, riendo-. Yo ya ni lo analizo porque me parece magia.

Yo le doy la razón.

Mientras tanto, desocupo el horno de mi cocina, pues M. no tiene horno.

Mientras se hacen las empanadas (generalmente las ponemos en dos tandas), solemos hablar de libros y películas.

Nos llevamos bien, aunque no tenemos muchos gustos en común, salvo Godard y Patricia Highsmith.

Ella me recomienda libros que yo no voy a leer y yo hago lo mismo, desde mi lado.

Lo mismo con series y películas.

Cuando sale la primera tanda de empanadas comemos un par juntos y tomamos té, café o cervezas.

Eso depende del día, por supuesto.

Generalmente les hecha un poco de queso para unir los fragmentos que a veces prefiero no reconocer.

Cuando se va, me suele dejar dos o tres más que yo llevo al trabajo al otro día.

Cuando no estoy en mi casa suelo dejarle las llaves para que ocupe el horno sin problemas, pero ella prefiere no ir.

Por eso decía en un inicio que esto ocurría cada dos semanas, aproximadamente.

Después de todo, un día más o un día menos, no suele ser de gran importancia.

¿No creen?

martes, 2 de abril de 2024

Comer donde Spinoza.


Fuimos a comer donde Spinoza.

Nos atendió muy bien.

Llevamos unas cuantas cervezas heladas en un cooler porque él no tiene refrigerador.

Ni frío ni calor artificial, suele decir, aunque no siempre entendemos sus referencias.

Cuando llegamos estaba concentrado picando verduras en una tabla de madera.

Usaba un cuchillo muy grande y antiguo, con mango de nácar.

La tabla, en cambio, era bastante nueva, y tenía la forma del halcón milenario de Star Wars.

Las verduras nos parecieron pimentones, aunque no podíamos estar seguros.

Solo vimos pequeños fragmentos de colores que Spinoza seguía trozando mientras nos hablaba de su semana y nos preguntaba por la nuestra.

Todo normal, casi bien, podría resumirse lo que dijimos todos.

Mientras él seguía picando verduras sacamos unas cervezas y nos sentamos cerca suyo.

Pusimos un disco que no tenía señas y que resultó ser de Daft Punk.

En un momento pensé que estaba dañado, pero luego comprendí que era así.

Me refiero al disco, por supuesto, no a Spinoza.

Y es que él sí estaba dañado, claro está, aunque no mucho más que todos.

Eso saltaba a simple vista mientras los observaba seguir aplicando cortes en esos fragmentos de verduras que ya casi parecían polvo.

Pasó así la primera hora (él cortando verduras mientras hablaba con nosotros), hasta que de pronto decidimos encargar unas pizzas.

-Disculpen lo de la comida -nos dijo, un tanto triste-, siempre me pasa lo mismo…

Contestamos que no se preocupara y -una vez que llegaron-, le advertimos que no intentara hacer más cortes a las pizzas.

Le dijimos que con los que venía ya eran suficientes.

-Es cierto -admitió-. Todos venimos con los cortes suficientes.

Asentimos.

Comimos y bebimos mientras jugamos a un juego de mesa que él mismo había creado.

Era un juego cooperativo, pero extrañamente solo uno podía ganar, al final.

Parecía una contradicción, pero era cierto, convenimos.

Así se nos pasó la noche.

Cuando dieron las tres nos despedimos de Spinoza, llamamos un uber y luego nos marchamos.

Tal vez, pienso ahora, debimos pedir dos.

Quién sabe.

lunes, 1 de abril de 2024

Cambiar las cosas.


“Bien -dijo-, finalmente el Hombre Corriente
se enfrenta al Poderoso Señor del Mundo.
Claro que tú no eres muy corriente
y yo no soy muy poderoso.
No estamos en situación de cambiar las cosas.”
A. G.



Cambiar las cosas.

En eso estamos, te dicen.

Todos dicen eso.

Así y todo, parecen temerosos de cualquier alteración ajena.

Ajena en cuanto no ha sido provocado por ellos, me refiero.

El quiebre de una ley, la modificación de una creencia…

Un pequeño movimiento de tierra, por ejemplo.

¡Y es que llegan a gritar, algunos!

Gimen cuando muere alguien cercano, se quejan cuando el dinero escasea…

Incluso algunos gimen cuando el dinero escasea…

A veces pienso que no saben bien cómo actuar.



No sé por qué, pero me acuerdo ahora de una señora que atendía un almacén.

Era muy mayor y de pronto se equivocaba con el vuelto que te entregaba.

O te entregaba un poco de más, o peor aun, un poco de menos.

Nunca el vuelto correcto, aunque no me explico por qué.

El hecho es que la gente alegaba siempre cuando le daban de menos, por supuesto.

Pero pocos avisaban cuando le entregaban de más.

Y también había otros -unos pocos, claro-, que no se percataban ni de lo uno ni de lo otro.

Desde fuera, yo podría haber parecido uno de aquellos, pero lo cierto es que sí me daba cuenta.

Simplemente pensaba que lo que me daban de más se compensaría en un momento dado con lo que me daban de menos.

No había por qué hacer escándalo.

No teníamos necesidad de complicarnos.

La mujer, por cierto, cerró el local cuando empezó a entregar otros productos que los que la gente solicitaba.

¡Justo cuando empezaba a ponerse emocionante todo aquello!



Dicho esto, ¿vuelven a decirme ustedes que están cambiando las cosas?

Guarden silencio, mejor.

Tengan decencia y avergüéncense un poco.

Ojalá, cuando vuelva a encontrarlos, estén en eso.