jueves, 30 de septiembre de 2010
El hueón que se leyó Umbral.
miércoles, 29 de septiembre de 2010
Casas, casitas, casonas...
Mientras intento explicarle algunas cosas siento poco a poco como se alejan las cervezas y la destapadora de cervezas... aunque sobre todo dolía lo de las cervezas... sobre todo la Erdineger, y la Kunstman sin filtrar y...
-¿Puedes ir a buscar a tu mamá, Francisco?
-¿Qué pasó...?
-Me voy a ir, no me siento muy bien -le dije.
Y entonces comenzó lo de siempre, la estupidez de no poder hacer esas cosas que no me nacen, de rechazar el dinero, de sentirlo sucio y todas esas cosas que ya estoy harto que sucedan, pero que no puedo evitar.
-¿Le va a contar algo a mi mamá?
-¿De qué?
-De lo que hice en el baño.
-Yo no vi nada, Francisco, sólo me quiero ir.
-Si quiere puede esperar, dejamos pasar más rato y así le pagan más. Yo voy a decir que la clase fue buena... me caíste bien...
-Me cayó.
-¿Cómo?
-Que no me tutees, "me cayó bien" -le dije casi deletreándolo.
-Ok. Eso.
Al final, terminé por convencer a Francisco para que fuera por su madre. Ella llegó a los minutos con Rocamadour en brazos y Francisco detrás.
-Dice Francisco que le encantó la clase -me dijo ella.
-No le hice clases, señora...
-¡Ja! que bromista es usted... ya me lo habían dicho...
-¿Me puedo retirar?
-¿Tan rápido?
-Sí, no se preocupe por la clase de hoy, sólo fue una hora y...
-Pero se la pago, no se preocupe, y le llamo un taxi -insistió.
-No, no se preocupe, dejémoslo así... -insistí.
-¿No anda en auto profe... si quiere lo llevo? -preguntó Francisco, y se esforzaba, extrañamente, por caer simpático.
Al final Francisco me acompaña hasta una calle por la que no había por donde caminar, es decir sin vereda, sólo como autopista.
-Ándate Francisco, mejor... -le dije.
-¿Pero te vienen a buscar...? ¿Va a venir otra vez?
-Ándate -le dije, pero como él se quedó mirando, por un momento sentí que le debía una explicación-. No voy a volver Francisco...
-¿Cómo?
-Que no voy a volver. Me desagradas profundamente, y me das pena. Y rabia. No sé bien por qué y no espero explicarte. Es tu vida y es tu casa y es tu lugar -le dije-. Esas casitas chicas y la chola y hasta el caminito separado que tienen a un costado de tu casa... siento que caminaba sobre mierda en ese lugar...
-No te entiendo...
-No lo vay a hacer... Piensa mejor que soy un hueón de clase baja resentido, que no entiendo bien las cosas y que no quise venir porque encontré otro trabajo, o lo que queray...
-¿Pero es verdad que encontraste otro trabajo?
-No po hueón -le dije, y su estupidez me hizo acercarme y hasta darle una abrazo-. No tengo ni uno hueón. Y quiero que te vayas. Quiero irme caminando un rato y dejarte con tu vida y tus cosas y todo...
-Yo sabía que usted era especial -me dijo.
-No soy especial hueón -y esto era cierto-. Ni bueno ni ni una de esas cosas. Sólo soy hueón...
-¿Por qué?
No le contesté. Pero de pronto sentía que estaba exagerando cosas y que el revoltijo que tenía en la guata era por otra razón. Y hasta comencé a sentir afecto por el chico ese caminando ahí a centímetros de autos que pasaban y tocaban la bocina cada cierto rato mientras me alejaba del lugar.
-Te voy a contar una última cosa Francisco -le dije- y después te vay porque sinceramente quiero estar solo, y estoy bien... soy hueón y soy así, eso es todo... ¿ok?
-Ok.
-¿Sabes quién era Rocamadour?
-El perro de mi mamá.
-No -le digo-. O sea sí. Pero en realidad era un niño pequeño, un bebé casi que aparecía en una novela y que se moría en una pieza mientras su madre y varios amigos estaban conversando, bebiendo y escuchando música... aunque no fue, directamente, culpa de ellos...
Entonces Francisco guardó silencio un rato.
-Mi segundo nombre es Rocamadour -confesó entonces Francisco-. Bueno, en verdad lo era, mi papá me dejó cambiarlo y cuando lo hicimos mamá le puso mi nombre al perro y fue chistoso...
-No sé si es chistoso le dije... pero te salvaste, le dije -y le sonreí.
Luego le di la mano y tras unas pocas palabras más, me dejó ir.
Entonces pensé que en verdad el chico aquel no se había salvado de nada. Lo habían dejado morir en esa casona grande y no se habían dado cuenta, eso era todo. Luego seguí caminando y llegué hasta una bomba de bencina donde había un cajero automático y un pequeño supermercado. Pedí un avance y me compré un pack de cervezas, -de las baratas-, y pensé en qué hacer.
IV. Epílogo.
Antes de terminar me gustaría aclarar algo que quizá no quedó lo suficientemente claro. No soy bueno, ni especial... sólo soy hueón, y, a veces, -pocas veces hoy por hoy- un poco borracho.
Eso pensaba mientras volvía por la autopista hacia la villa de Francisco. Por el camino me tomé las seis latas de cerveza que había comprado, sin saber aún qué iba a hacer.
Al final separé la plata que había costado el taxi y la metí en un sobre que hice con una guía que había llevado para la clase. Entonces, entrando a la villa, un guardia con un gran perro, se paró delante mío.
-¿Se llama Rocamadour? -le pregunté.
-¿Perdón...?
-El perro... que si se llama Rocamadour su perro -le expliqué.
-No -me dijo, y con una voz orgullosa completó la información-, se llama Godzila.
-Ah -dije yo.
Entonces me fijé que había un lugar con casillas para las casonas y dejé ahí, tras verificar cual era la casa de Francisco, el sobre con el dinero.
A lo lejos se veía la casa de Francisco, y desde el ángulo en que estaba, se veían también las pequeñas casitas que estaban detrás de su casa (y de todas las casas). Casitas con forma de bodega y con una ventanita chica... y entre todas ellas, una casita amarilla, como un sol de juguete.
Pensé entonces en la chola. En el silencio de la chola. En esa chica linda que no gemía y se dejaba culear así no más, según Francisco, y quise ser más inteligente y hasta ser bueno en serio, o especial, para saber qué hacer.
Antes de irme le dejé un último escrito a Francisco y volví a caminar por la autopista y llegar a la bomba de bencina. Por el camino me hice amigo de un perro destartalado y me animé un poco más.
Me decidí al final por sacar otro avance y darnos un lujo. Yo me compré un montón de cervezas artesanales y al perro destartalado le compré también algunas cosas.
Entonces, antes de irme del lugar, pensé en bautizar al perro. Mis opciones eran dos: Rocamadour y Godzila... y lo miré atentamente para ver qué nombre le correspondía.
-Te llamas Godzila -le dije al final.
-¡Guau! -me dijo él. Y nos despedimos.
Esa noche, al llegar a casa, hablé por MSN como dos horas con una chica a la que le llamaban Godzila, según me contó. Pero no le dije nada del perro.
Hablamos de varias cosas y bueno... supongo que eso es otra historia.
Al final como era tarde, intenté dormir pues debía trabajar en pocas horas.
Una de las cosas que descubrí ese día -y hubo otras más importantes- es que la cerveza Kunstmann sin filtrar resulta increíble si le agregas un leve toque de pimienta negra.
martes, 28 de septiembre de 2010
¡Puta que es fea Patricia Highsmith!
No es que yo me crea un Adonis ni nada, -a la hora de evaluarme estéticamente les aseguro que yo mismo me coloco la más baja calificación-, pero el punto es otro aquí. Un punto al que intento acercarme con otras palabras menos bruscas y todo, pero… ¡puta que es fea!
De hecho, si alguien se pregunta por qué hablo de ella en presente, siendo que falleció ya hace varios años, la única respuesta posible es que su fealdad es inmortal, y que verla es sentir que aquella fealdad vive, respira casi en cada una de sus arrugas, en los surcos de su rostro, en sus manos de reptil, y hasta en su cara de ogro –y de ogro feo-.
Lo bueno de todo esto, sin embargo, es que no se le recuerda por su fealdad, sino por ser una escritora increíble. Genial cuando tomaba la voz de un personaje desquiciado o con cierto tipo de trastorno... y al construir tramas increíbles que solían encerrar algo que sobrepasaba con creces a lo que se entendía por novela policial, negra, o de intriga.
Su personaje de mr. Ripley, por lo demás, y los constantes cuestionamientos que en él se reflejan sobre el bien y el mal, el castigo, o la amoralidad, no hacen sino demostrar que su arte era un arte superior y que cualquier intento por clasificarla o vender sus novelas como novela negra u otra clasificación, sólo reducen su potencial, su valía literaria: su negada trascendencia.
lunes, 27 de septiembre de 2010
El inadaptado, de Jens Lien (2006)
domingo, 26 de septiembre de 2010
Raptar a Emily Dickinson.
sábado, 25 de septiembre de 2010
Un pequeño ruido en la vida de todo hombre.
viernes, 24 de septiembre de 2010
Lo que pensaba Nico Päffgen.
jueves, 23 de septiembre de 2010
El no-borracho.
miércoles, 22 de septiembre de 2010
Encuentro con enanas blancas.
martes, 21 de septiembre de 2010
Tocar al leproso.
lunes, 20 de septiembre de 2010
Jugando con rizomas, amaneciendo en un volcán marino y una carta abierta a la señorita Zebra.
-Para olvidar, según me contaron, para olvidar las cosas que se ven y las que se escuchan.
.
El asunto es que luego avanzamos un poco más y nos situamos justo frente a un roquerío donde estaban los lobos marinos. Todos los otros, menos yo, gritaron entonces, imitándolos, y hasta escuhamos la respuesta de ellos, desde esa especie de isla más allá. Y entonces, como por un pacto, comenzó el verdadero amanecer.