martes, 30 de junio de 2015

Acercamientos varios.


“Tranquila, no te vayas,
nada en mi sueño
puede hacer daño.”
L. C.

I.

Señorita, sí, usted… déjeme decirle que llevo bastante tiempo mirándola y bueno… le he compuesto una pequeña pieza… sí, música, por supuesto… Lamentablemente, eso sí, no llevó un piano conmigo, pero créame que se trataba de una obra hermosa… no, no estoy bromeando, si quiere se la tarareo, o hasta se la canto al oído…


II.

Disculpe que insista… no sé si me recuerda… soy el que andaba sin el piano… sí, bueno… todavía no lo traigo, pero quería contarle que le he dado vuelta al asunto… a mi actitud, me refiero… Digamos que he tratado de interesarme más en mí mismo… O sea, en las razones que me llevaron a acercarme a usted… Sí, tiene razón… ¿es que sabe…? Es difícil no interesarse por uno mismo cuando se está solo… Pero bueno, yo quería contarle de algunos de mis descubrimientos… ¿qué…? ¿No tiene tiempo…? Si quiere voy caminando al lado y le hablo sin apuro, para que no se distraiga… No… Sí, si la comprendo, pero es que…


III.

¡Sorpresa…! ¿Se acuerda de mí…? No, no los llame… No se asuste… No me malentienda. A mí me basta con estos encuentros… con estas, no sé… ¿puedo llamarle conversaciones? Eh… sí, si me lo han dicho… Pero es que sabe… no es eso lo que quiero… Me refiero a que sé perfectamente qué nos pasaría…  juntos nos volveríamos pegajosos, y claro… ¿quién nos querría así…? No, no me malentienda, es una metáfora, simplemente… Sí, una metáfora… Salsa de ternura sobre una carne podrida… Esa es otra metáfora… Todo es metáfora… ¿usted no sufre por el mundo, a todo esto…?


IV.

Déjeme que vaya al lado, solamente… Sí, hola, disculpe… Es que la saludé antes de acercarme… Sí, quería ir al lado, nada más, mientras camina… como una especie de guía… es que yo conozco a varios acá… Tal vez a usted le interese… ¿Ve a esa mujer de allá…? Es la dueña de la peluquería… Sí, la de chaleco calipso… Fue candidata a miss Chile, hace años… No, no ganó, pero fue candidata… ¿Y ve ese tipo de ahí…? ¿Lo conoce? Ese fue el niño con CI más alto del país y salió un par de veces en TV… Coeficiente intelectual, claro… Luego supongo que lo fue bajando... Igual nunca ninguno supo una mierda de sí mismo… Dicen que la inteligencia sirve para otras cosas… ¿sabe usted para qué…?


V.

¿Sabe señorita…? Le quería contar algo no más, esta vez, seré breve… Sí, si me quedó claro… Es que no sé si se pueda, pero a veces pienso que me gustaría invitarla a mi casa a tomar una taza de té… No, sí sé… Además no sé si tengo casa y si le hablo es por contarle solo el impulso…  Sí, sabía que diría eso… No se preocupe, de hecho tengo apenas una taza… y está rota…


VI.


Hola señorita… No, esta vez será la última, se lo prometo… Además solo quería decirle que intenté traer el piano… Lo arrastré varias calles, pero nadie ayuda… De hecho, mientras tomaba fuerzas me detenía y tocaba su canción… De verdad es bonita, pero nadie escucha… El piano quedó ahí, a unas cinco cuadras, pero ya no puedo más… Sí… sí sé… La entiendo… Lo malo es que era su canción… Hay miles de personas que viven sin tener ninguna… Sí, ya se lo dije, esta fue la última vez… No, no se preocupe, que el piano quede ahí… Además ya ni se roban esas cosas…

lunes, 29 de junio de 2015

F. se metió a un taller de tap.


-¿Sabías que F. se metió a un taller de tap?

-¿De tap?

-Sí, zapateo americano… como en los musicales antiguos…

-¿Y es buena?

-No sé… practica harto… y parece que tiene ritmo…

-Lo dices poco convencido.

-Sí, es que en realidad, no sé bien a qué viene eso…

-¿A qué te refieres?

-Ya sabes… no hemos estado muy bien y de pronto se mete a un taller de tap y comienza a practicar todas las tardes…

-¿Y?

-No sé… es que está bien, pero…

-¿Sí?

-No sé bien cómo decirlo… digamos que el zapateo suena bien, pero te deja  finalmente en el mismo sitio.

-Pero tú estás en ese sitio.

-Sí, lo sé… pero no sé bien qué hacer…

-Pues si no sabes, zapatea.

-No… no es tan simple… si zapateamos los dos estoy seguro que todo se viene abajo.

-Pues yo no lo veo tan terrible.

-No digo que sea terrible, solo que no va a ningún sitio…

-…

-Es como si yo sintiera que hay algo que apesta, mientras baila… aunque todo huele bien, realmente…

-¿Y cómo sabes que huele bien, realmente?

-Bueno… no sé, supongo que lo sé, nada más… además si no fuera así ella no bailaría…

-Pues yo veo que solo te das vueltas…

-…

-Es como si de cierta forma también estuvieras en un taller de tap, mientras hablas acá, conmigo…

-…

-O tal vez tienes la nariz tapada…

-No… no es eso… lo que pasa es que tú no me tomas en serio…

-No es así. Ella baila tap y ustedes tienen problemas... O sea, tú piensas en los problemas y ella baila tap… ¿acaso sabes si no piensa en los problemas?

-Yo no podría bailar tap mientras pienso en los problemas.

-Pues entonces baila y deja de pensar en ellos.

-No van a desaparecer así.

-Tampoco pensándolos.

-…

-Zapatea no más, hueón…

-Pero…

-Zapatea no más…

-¿Y si se derrumba todo?

-Nunca se derrumba todo, siempre hay un mundo debajo del que se derrumba…

-…

-Zapatea no más, hueón… hazme caso…

-…

-Zapatea…

domingo, 28 de junio de 2015

Cómo se poseen las cosas vivas.


Te regalan un perro. Uno pequeño. Un cachorro juguetón y simpático cuyo nombre no importa en este escrito. El perro es tuyo, por supuesto, pero la mayoría de la familia está viéndolo. Tú lo muestras orgullosa, porque es tuyo. De hecho, es la primera cosa viva que te pertenece. Tienes que aprovecharlo ahora que es cachorro. Es más fácil pensar que es tuyo cuando es pequeño. Más fácil sentirlo como pertenencia, me refiero. Entonces el perro comienza a correr en círculos. La típica carrera que hace gracia a todos y que consiste en perseguir su propia cola. Una tía lo graba en celular y a ti te molesta un poco, así que buscas bloquear el ángulo. Debe ser algún tipo de celos, piensas. Nunca antes te habías sentido celosa. Ya ves, eso pasa cuando crees que una cosa viva te pertenece. En tanto, el perro sigue dando vueltas y hasta se cae un poco. Se resbala porque está corriendo sobre la cerámica del patio y es muy lisa. Entonces tu padre se acerca y le acerca la cola al perro hasta su propio hocico. Lo ayuda a morderse la cola, digamos. Y claro, el perro pequeño se muerde la cola. Tu perro pequeño, perdón. Y muerde tan fuerte que le duele. Se nota que le duele. Así y todo la situación es chistosa y por lo mismo la repiten. Tres o cuatro veces la repiten. Lamentablemente es entonces cuando tú vas a hacer lo mismo y le acercas su cola al hocico del perro. Pero claro, el perro ya comprende que es su cola y no la muerde. Ahora quiere jugar a otra cosa. Tú insistes, sin embargo. Insistes, pero él ya sabe más o menos quién es él. Más que tú incluso que sigues insistiendo y no te das cuenta que así también te estás clavando tus propios dientes. De a poco los demás pierden interés en el perro. Tú insistes que esperen, que va a volver a morderse, que va a ser chistoso. Ellos te dicen que no importa, que no lo molestes tanto, que lo dejes correr. No entiendes bien eso de dejarlo correr. No entiendes bien qué es lo que pasa con las cosas vivas. Tú misma eres una cosa viva. Nunca se entiende bien qué pasa con esas cosas, pequeña.

sábado, 27 de junio de 2015

Un acuario.

“No puedo expresarlo,
pero seguramente tú y todo el mundo
tienen noción de que hay o debe de haber
una existencia de los demás
más allá de nosotros mismos”
E. B.

En la casa de un tío había un acuario.

Y en el acuario, me fijaba, nadaban cuatro peces.

Yo iba de pequeño a su casa y me quedaba en un sillón, junto al acuario.

Así, me pude dar cuenta que los peces, por lo general, tenían un mismo recorrido.

Un día, de hecho, dibujé el recorrido en  la portada de un periódico que estaba sobre una mesa.

Había dibujado el acuario y con unos lápices de colores diferencié, según recuerdo, los cuatro recorridos.

Sin embargo, como no sabía si se trataba de algo normal, no se lo comuniqué a nadie cuando lo descubrí.

Pasó un tiempo y entonces comenzamos a ir más seguido donde mi tío, pues su esposa estaba enferma.

Yo llevaba mis cuadernos y hacía tareas en el sillón, junto al acuario.

Un día que hacía una línea de tiempo comencé a pensar que quizá podía alterar el recorrido de los peces.

Así, introduje un lápiz en el acuario y revolví un poco.

Los peces se movieron distinto en un primer momento, pero luego retomaron su recorrido habitual.

Entonces, no sé bien por qué, me decidí a meter directamente una mano y tomar los peces y cambiarlos de posición.

Extrañamente no lograba atrapar ningún pez.

Es más, fue en ese momento que llegué a la extraña conclusión que esos peces, de cierta forma, no existían.

En eso estaba, recuerdo, cuando anunciaron la muerte de mi tía.

Mi madre dio un grito y me mandaron a buscar a unos vecinos, porque mi tío había reaccionado mal.

Minutos después, todos se metieron en la pieza y yo no sabía si terminar o no mi línea de tiempo.

Además los peces no existían, pensaba.

Y claro, quizá hasta las noticias que se anunciaban en el diario donde dibujé  los recorridos. tampoco hayan ocurrido, me dije.

Esa misma noche hicieron el velorio, en la misma casa de mi tío.

Movieron los muebles para entrar el ataúd y a un vecino se le cayó el acuario y se quebró en el piso.

Yo ayudé a secar luego que recogieron los vidrios.

Nadie hizo referencia a los peces.

Cuando volvimos a casa mi madre me tomó de la mano.

Todos estábamos en sitios distintos, sentía yo, mientras miraba nuestras manos.

Entonces, recuerdo, ella me preguntó si había entendido lo que había pasado en casa de mi tío.

Yo no sabía bien a qué se refería, pero le dije que sí.

Tal vez mi tío intente meter la mano en el ataúd igual que yo en el acuario, recuerdo que pensé, esa noche.

Recuerdo también que no fui al velorio, al otro día, porque tenía clases.

Además, debía presentar la línea de tiempo, pues era un trabajo con nota.

viernes, 26 de junio de 2015

Realidad hay una sola.

"No puede haber más que una cosa
en un tiempo y un lugar. Einstein lo demostró.
La realidad es serenidad persistente,
soledad persistente"
H. M.


La frase quizá era un poco cliché, pero me gustó justamente por eso, porque parecía un slogan.

Salía en un libro de Murakami, dicha por un personaje a modo de advertencia:

“No se deje engañar por las apariencias, realidad hay una sola”

Debo haberla anotado por ahí hace un par de años y pensado un tanto en ella.

Y es que lo que me gustaba de esa frase era su asociación con el ámbito publicitario. Me refiero a que me intrigaba –si hubiese sido publicitario, claro-, a quién le podría interesar esta idea de promocionar la realidad. O a quién le hubiese interesado comprarla.

Así, la idea de la realidad como producto de consumo, me resultaba atractiva. Y fui yo el que se interesó en promocionarla.

Y es que ya fuese como un slogan de antipsicóticos, o como un tipo de lente para aquellos que ven de forma desenfocada… la frase me parecía llamativa y sentía que podía ser “actualizada” de distintas formas.

Guiado por lo anterior, imprimí un par de poleras con la frase y hasta compré un gorro con las palabras bordadas.

Lamentablemente el gorro se me perdió a los pocos días.

En tanto,  las poleras las hice en invierno y hacía mucho frío como para usarlas.

Para peor, luego engordé y no me las puse pues el mensaje se veía muy tirante.

Así, pasó el par de años y la frase se me olvidó, hasta que la vi nuevamente hace algunos días.

Estaba escrita en la mochila de una chica que iba caminando por delante en una calle muy concurrida, en el centro de Santiago.

Intenté en ese momento acercarme a ella, pero lo cierto es que la gran cantidad de gente me impidió hacerlo y hasta la perdí de vista.

Y claro, no pude volver a encontrarla.

Debido a la extraña coincidencia, y a la desaparición de la chica, debo admitir que he comenzado a dudar incluso, si fue o no fruto de mi imaginación aquella visión.

De hecho –y esto puede ser peor todavía-, he comenzado a dudar si la realidad a la que hace alusión aquella frase, es, finalmente, la misma realidad que yo percibo.

jueves, 25 de junio de 2015

Un juicio en Praga.


Ocurre en Praga.

En una sala de justicia, en Praga.

Lo veo en un documental de la BBC que a partir de ciertos casos anecdóticos intenta mostrar la idiosincrasia de los procedimientos legales en distintas regiones de la comunidad europea.

En el caso de Praga se observa parte del juicio a un hombre obsesionado con hacer guerras de pasteles, como en las comedias antiguas.

Así, a veces ayudado por alguien más (que no se encuentra presente en el juicio), el acusado solía atacar a transeúntes que pasaban por fuera del edificio de departamentos en que vivía, tras colocar un grupo de pasteles en unos bancos que se encontraban en el lugar.

El juicio, por cierto, se desarrolla en extrema seriedad, a pesar de que las acciones del acusado no causan lesiones graves en ninguno de los afectados (o al menos así lo muestra el documental).

Como defensa, por otro lado, el acusado solamente señala que veía en blanco y negro.

Entonces, el documental muestra unos planos donde puede apreciarse de mejor forma la apariencia del acusado.

Y claro, parece sacado, justamente, de una película antigua:

Pelo engominado, unos lentes que parecen accesorios y un traje totalmente blanco, que no hace sino otorgarle cierta apariencia de vulnerabilidad, como si en cualquier momento su traje pudiese mancharse o sufrir algún percance.

Este mismo traje, por lo mismo, hace resaltar la idea de que es el único personaje que está ahí poniendo algo en juego, o arriesgando algo.

Finalmente, según se informa en el documental, el juez termina dejándolo libre y con una pequeña multa.

Esto ocurre en Praga, me digo.

Luego, el documental avanza.

miércoles, 24 de junio de 2015

Un empleo menor en un diario.


Un amigo que sabía que escribía le consiguió un empleo menor en un diario.

No se trataba de una gran labor creativa, es cierto, pero al menos lo sacaba de apuros económicos y le permitía desarrollar un poco la creatividad.

El trabajo en sí consistía en escribir una serie de cartas al editor para crear ciertas polémicas, ya que el diario prácticamente no recibía correspondencia alguna.

Así, para ordenar su trabajo, fue anotando una serie de nombres –asociados a ciertos usos lingüísticos y posiciones políticas-, que se fueran sucediendo día a día y semana a semana, cuestionando o alabando noticias desarrolladas en el diario y generando cierta controversia.

Fue entonces que, tras unos meses desarrollando esa labor, fue sorprendido con un par de cartas de lectores reales que comenzaron a interesarse en un tema y participar de estas discusiones, de vez en cuando.

Quizá fue por eso –por darse cuenta que tenía algunos lectores, me refiero-, que sus cartas parecieron subir su nivel, llegando a abordar de buena forma ciertos dilemas morales, políticos y religiosos… creando personajes con personalidades complejas que incluso eran capaces de hacer referencia a situaciones familiares o laborales un tanto más íntimas.

Fue en este contexto que un día recibió una carta dirigida a uno de los personajes que había creado. Dicha carta había sido escrita por por una lectora del diario, que vivía en las afueras de la capital. En dicha carta, –que la lectora esperaba que le hicieran llegar al supuesto autor-, la lectora adjuntaba una foto y decía haberse enamorado de aquel personaje y su postura ideológica y defensa de valores que lo caracterizaba.

Ahorraré tiempo diciendo que el ficticio hombre solicitado, en cuestión, cruza un par de cartas con la lectora hasta que deciden juntarse, en una exposición de arte de fin de semana.

Entonces, quién escribía las cartas se presenta con la personalidad del autor ficticio de las cartas –nombre falso incluido-, y comienza a entablar una relación amorosa-afectiva con la lectora.

Con todo, él no sabe realmente si se trata realmente de algo honesto.

Y es que si bien las opiniones de ese personaje habían brotado de él, también era correcto señalar que de él habían brotado las ideas contrarias.

Confundido –y algo enamorado, hay que admitir-, él se puso entonces a pensar qué era lo que realmente pensaba… Es decir, intentó ver si realmente sus opiniones le habrían permitido establecer el vínculo con la lectora, y no se trataba entonces de un engaño.

Lamentablemente, por más que intentó concluir algo certero sobre sus verdaderas ideas, no logró a establecer con claridad una postura propia.

Asimismo, fue dándose cuenta que no existía, realmente, en la relación, conversaciones donde salieran a la luz su postura moral u otros atributos similares, por lo mismo, decidió mejor guardar silencio, sobre aquella situación.

Puedo no tener opinión ni postura propia, pensaba, pero estoy seguro de mis sensaciones y sentimientos.

Lo último que supe de él fue que iba dejar su trabajo en el periódico e intentar con un trabajo más normal y sencillo.

De su relación con la lectora tampoco tuve nuevas informaciones, aunque tengo entendido que le confesó lo del nombre falso, diciendo que se trataba de un seudónimo, sin ocasionar distanciamientos relevantes

Eso es todo lo que sé, sobre esa historia.

martes, 23 de junio de 2015

Teoría de bigote parlante.


-Lo descubrí cuando era chico –me dijo-, mirando a un señor que vendía verduras y que tenía un gran bigote. El hombre pasaba en una camioneta y la estacionaba en la esquina y entonces varias vecinas salían a comprar… y claro, yo, como era chico… me ponía a un costado, en silencio, mientras miraba al señor hablar con las vecinas…

-Y te fijabas en el bigote.

-Claro… o sea, al principio solo observaba porque era un gran bigote y llamaba la atención… pero pronto me empecé a fijar en lo que sucedía cuando el hombre hablaba…

-¿Y qué sucedía…?

-Primero no me di cuenta… -continuó-, pero poco a poco me fui fijando que cuando hablaba, el vendedor no movía la boca…

-¿Cómo?

-Que el vendedor hablaba sin mover la boca… sin abrirla siquiera… pero claro, no se notaba bien, por el bigote…

-¿Y por dónde hablaba entonces?

-Es que ahí está el problema… la pregunta no es “por dónde hablaba”, sino ¿quién hablaba?

-¿Y quién hablaba, entonces?

-El bigote.

-¿Cómo…?

-El bigote -repitió-. Sé que suena absurdo y puede arecer algo estúpido, pero…

-Claro que es estúpido, debes haber mirado mal, simplemente y…

-No. Yo también pensé eso, pero con el tiempo, comencé a fijarme en otra gente con bigote… y bueno, si bien no ocurría siempre, encontré otras personas que tenían esta particularidad…

-¿Otras persona que hablaban por el bigote?

-Es que no es eso exactamente… -recalcó-. Me refiero a que tenían un bigote parlante… y ese bigote no solo hablaba, sino que los llevaba…

-¿A quiénes llevaba?

-Al cuerpo de los que tenían bigotes… -respondió-. Me refiero a que el bigote era realmente lo que dirigía a aquellos hombres…

-¿Cómo el ratón de Ratatouille…?

-¿Qué es eso…?

-No, no importa…

-Cómo sea… a lo que voy yo es que la teoría comenzó a ganar peso mientras más casos descubría… Nietzsche, Chaplin, Pancho Villa… Todos descubiertos tras analizar videos, o fotos…

-Eso es absurdo…

-Puedes pensarlo, pero yo no lo digo a la rápida, yo he estudiado el tema y…

-…

Siguió así la conversación un largo rato hasta que nos comenzó a dar sueño y además las pruebas me parecían todas apreciaciones absurdas.

Así, terminamos despidiéndonos, simplemente, sin legar a un acuerdo.

Algo me dice, sin embargo, que seré incapaz de poner a prueba sus observaciones fijándome en detalle cuando tenga a alguien así en mi camino.

lunes, 22 de junio de 2015

La tía y el tejón.


-Mi tía tenía un tejón, ¿los conoces…? Lo logró traer a escondidas de México, hace como dos años… Tenía un diseño raro… una especie de raya blanca justo en medio de los ojos que le dividía en dos el rostro…

-Espera… ¿tu tía tenía un tejón? ¿En Santiago?

-Sí, po… eso te dije… En una casa, en Ñuñoa…

-Pero los tejones no son mascotas… ¿son carnívoros, cierto?

-Cierto. Mi tía lo tenía en el patio y le compraba una especie de ardillas, para alimentarlo… Las soltaba en un patio trasero, bastante grande… por ahí andaba el tejón.

-¿Tú lo viste?

-Sí... Una vez hasta intenté acercarme, pero el tejón no se dejaba…

-¿No atacaba?

-Supuestamente no, pero a mi tía le comió dos dedos.

-Espera… Tu tía tenía un tejón… ¿Y el tejón le comió dos dedos…?

-Sí, po… aunque no dos dedos completos… Lo que pasa es que el tejón se dejaba tomar por mi tía… y era, no sé… como inexpresivo… si incluso cuando mataba las ardillas era inexpresivo… las mataba como… no sé, como si estuviera leyendo un libro…

-¿Cómo si estuviera leyendo un libro?

-No sé… es un decir… me refiero a que era como si algo estuviese pasando en otro sitio, pero no ahí…

-¿Y los dedos de tu tía?

-Ah… eso… Es que justamente, por ser inexpresivo, mi tía no se dio cuenta que le comió los dedos…

-Espera… Tu tía tenía un tejón. El tejón le comió dos dedos. ¿Y no se dio cuenta porque el tejón era inexpresivo?

-Exacto… Lo que pasa es que mi tía dijo que lo tení9a en brazos, y lo estaba mirando, pero no parecía estar comiéndole los dedos…

-¡Pero era sus dedos…! ¡Tiene que haber dolido!

-Yo también pensé lo mismo… pero ella contó que era como que estuviese doliendo en otro sitio… que la expresión del tejón… o la inexpresión más bien… hizo que no se diera cuenta hasta que el mismo tejón dejó de masticar…

-Espera… Tu tía tenía un tejón. El tejón le comió…

-Para la hueá. Estay haciendo como un juego…

-No, si es para entender no más…

-Es que no hay nada que entender. Mi tía tenía un tejón y le comió dos dedos. Estaba en su naturaleza, digamos. Nada más.

-¿Estaba en la naturaleza del tejón comer dos dedos de tu tía?

-Comer carne, hueón... A lo mejor pensó que eran animales aparte, no sé… Donde los vio arrugados…

-¿Es vieja tu tía?

-Era vieja.

-¿Rejuveneció cuando le comió los dedos el tejón…?

-No, hueón. Murió el año pasado. Le dio un ataque…

-¿Le dio el ataque porque el tejón…?

-No, conchetumadre… por su naturaleza… los tejones comen carne, las personas se mueren… toda la hueá está dada en la naturaleza… es así no más…

-Pero…

-Ya… no te cuento ni una hueá más.

-Si no es por molestar, pero la historia es rara… como que no sé si es natural…

-¿Qué cosa no es natural? ¿Tener un tejón?

-No sé… eso también… pero, ¿también estaba en la naturaleza de tu tía perder los dos dedos?

-¿Qué…?

-Lo que te dije, ¿estaba o no estaba, en su naturaleza…?

-...

domingo, 21 de junio de 2015

Ceniza.


Le pido una historia y me dice que no tiene.

Todo normal, me dice. Nada más.

Yo le digo que igual sirve, pero no hay caso.

Así, hablamos de fútbol, simplemente, mientras vemos un partido.

Entonces, en el entretiempo, recuerda algo que le sucedió hace algunos años.

Me cuenta que de un día para otro comenzó a tener caspa.

No poca eso sí… caspa a nivel de enfermedad, fueron sus palabras.

Así, tras intentar superar a solas el problema, se vio obligado a recurrir a un médico.

Y claro, aquí viene lo extraño.

Tras varios exámenes y la visita a un par de especialistas, se llegó a la conclusión que no era caspa, precisamente.

Era ceniza, me dijo.

Y claro, yo intento indagar más, pero el partido sigue y a parecer no hay más historia.

Era ceniza, repite. Nada más.

Nunca supe cómo iba a parar a mi cabeza, me dice.

Entonces yo sigo haciendo preguntas.

¿Quién pudo haber sido…?

¿Cuánto tiempo duró…?

¿Qué tipo de cenizas…?

Cosas de ese estilo.

Sus respuestas, por otro lado, eran cada vez más breves.

Incluso parece molestarse, al responderme.

No tengo idea quién era…

Debe haber durado como dos meses…

Cenizas po, hueón… Cómo voy a saber de qué eran…

Las cenizas son cenizas no más… antes eran hueás, después cenizas…

Así, resulta que terminó el partido y ya no había excusa para seguir intentando completar la información.

Y bueno… si esa era toda la historia había que aceptarlo.

Si quieres puedes tomarlo como un símbolo, o hasta hablar de Job… me dijo.

Pero solo fue ceniza.

Yo asentí.

Más tarde, de vuelta a casa, sacudí la cabeza para ver si caía algo, pero no cayó nada.

Así, finalmente, cada uno decide cuál es la naturaleza y el fin, de su propia historia.

sábado, 20 de junio de 2015

Para que te sientas importante.


La última vez que lo vi, debe haber sido hace unos quince años.

Pero hace unos días recibo un mail.

Y luego otro.

Según él, quería conversar conmigo, mientras tomábamos unas cervezas.

Yo accedí después del sexto mail.

Pensé que debía ser importante.

Dos días después lo encontré en un bar.

Yo llegué media hora antes, pero él ya estaba.

Me senté frente a él, en silencio.

En la mesa había dos cervezas de litro.

-Oye, antes de empezar a tomar… ¿te puedo pedir un favor? –me preguntó.

-De acuerdo –le dije.

-Si me emborracho hasta tambalear, no me sostengas…

-¿Cómo…?

-Que no me sostengas… no importa si me desequilibro, o me caigo…

-¿Estás seguro?

-Seguro –me dijo.

Entonces comenzamos a tomar.

Tras terminar esas cervezas comenzamos a hablar.

Y es que era parte de un rito, con los amigos de antaño.

No hablar, me refiero, durante la primera cerveza.

-Me leí todo Conrad –me dijo.

-Ya –dije yo.

Pasaron unos minutos.

Pedimos otras cervezas.

-También leí todo Henry James –agregó.

-Ya –repetí.

Llegaron las cervezas.

Las bebimos.

Pedimos otras.

-El año pasado releí a Proust, Flaubert y a Zolá –señaló.

-…

-También leí a Faulkner –agregó.

Entonces, quizá un poco tarde, comprendí que trataba de impresionar.

-¡Ooohhh…! –exclamé, fingiendo admiración.

Él parecía estar orgulloso.

-Terminé mi tesis de doctorado sobre Donoso –dijo entonces.

-¿El de Cachureos? –pregunté.

Él se quedó en silencio.

Luego vi que anotaba “Cachureos” en una servilleta.

-No sabía de ese –me dijo.

Seguimos así como una hora y media.

El contando sobre sus lecturas y logros académicos.

Yo fingiendo admiración.

-¿Todavía trabajas de profe? –me preguntó.

-Sí –le dije-. Aguanto todavía.

-Yo aguanté apenas un año –señaló-. Se supone que era un buen colegio, pero los alumnos trabajaban como las hueas…

-¿En parejas? –pregunté.

Él no entendió.

Seguimos así otra media hora hasta que llegó la quinta cerveza.

-Esta va a ser la última –le advertí.

-Antes tomabas más –me dijo.

-…

-También escribías bien… -continuó.

-El tiempo pasa –comenté.

Entonces, como si hubiese llegado un momento crucial, sacó un libro de su bolso.

Era una novela, que él había publicado hace unos meses.

-Te la traje de regalo –me dijo-. Ha tenido algo de éxito, en el público.

-Como tu hermana –comenté.

Él se sonrió.

Seguimos en silencio hasta que terminamos la quinta cerveza.

Pedimos la cuenta.

Él se paró, para ir al baño, tambaleándose.

Pasaron diez minutos y no volvía.

Pagué la cuenta, dejé el libro de propina y me fui del lugar.

Tú debes haber vuelto desde el baño, poco después.

Ahora debes estar leyendo esto, para ver si hablo de ti.

Y claro, yo lo hago, para que te sientas importante.

viernes, 19 de junio de 2015

Similar a la belleza.

“Y llenó su casa de flores
y de detalles
y de aromas de lugares exóticos
que ya no necesitó
volver a salir de ella
en busca de algo
similar a la belleza.”


Nadie te está hablando de belleza.

Nadie es tan cínico hoy en día

Sin embargo, te ofrecen descaradamente sucedáneos.

Te llenaría de ejemplos fácilmente, pero tengo sueño.

Y con el sueño, cuando ya es demasiado, me pongo idiota.

Por lo mismo, basta con mirar alrededor para ver algunas muestras.

Souvenirs, fotografías… ya sabes…

Por suerte, las imitaciones de hoy en día, son bastante buenas.

Así, si decides olvidarlo, puedes contemplar lo similar, sin suscitar problema alguno.

Lo malo de esto, sin embargo,
es dar por hecho la existencia de lo similar
y dejar de poner atención a esas leves diferencias
que terminan por impedir
el posible reconocimiento de aquello que, ciertamente,
es poco más certero, en verdad,
que el mismo sucedáneo.

Pero claro, no se trata aquí, de dar consejo alguno.

A lo más, algo similar a un consejo.

De hecho, ni yo puedo dar más,
y dudo que merezcas algo distinto.

Al respecto, te llenaría de argumentos,
pero resulta que tengo sueño
y ya estoy un poco idiota.

Además, desde un inicio te lo dije,
nadie te está hablando de belleza.

Apenas algo similar a la belleza.

Mira a un costado
y ahórrame el trabajo.

Y es que ese es, más menos,
el referente al que podemos recurrir…

Todo lo demás…

Todo lo demás espera, envejeciendo.

Eso dicen y eso espero.

Los sucedáneos, en tanto..

Etcétera.

jueves, 18 de junio de 2015

Una especie de políglota / No sé si se entiende.

“Bokonon no nos previene en ninguna parte
contra el hecho de que una persona intente descubrir
los límites de su karass y la naturaleza de la labor
que Dios Todopoderoso le tiene asignada.
Bokonon solo apunta que tales indagaciones
están predestinadas a ser incompletas”
K. V.

-Yo lo vi en la tele –me dijo-. En un documental. Era una especie de políglota.

-¿Hablaba hartos idiomas…?

-No los hablaba –señaló-. Solo los comprendía. O sea, al escucharlos los comprendía.

-Pero entonces era una comprensión incompleta… -comenté.

-Yo pienso que no –agregó-. Puedes comprender sin hablar. Eso también debe ser comprender completamente.

-¿Aunque no hagas nada con eso…? ¿Acaso se puede comprender sin hacer nada, en retorno?

Él no contestó.

Pensé que me había dado la razón, pero luego comprendí que no.

De hecho, supongo que me había comprendido y que estaba justamente comprobando su tesis, guardando un silencio adecuado.

-¿Y estará bien comprender de esa forma? –le pregunté entonces, para retomar la conversación.

-Yo pienso que está bien –contestó-. Además comprender es un hacer, de cierto modo. Casi siempre he pensado aquello.

Debe haber sido entonces, más o menos, cuando comencé a percatarme que mi interlocutor hablaba siempre a partir de tres frases. Nunca una más o una menos.

Lo intenté comprobar.

-Decías que casi siempre has pensando igual que ahora en el tema del comprender –agregué-. ¿A qué te refieres con ese “casi siempre”?

-Ya casi no sé, pero guardo espacio –comentó-. Es como estar precavido. Tampoco se puede comprender eternamente.

-Ok –comenté.

Hablamos así un rato más y creo –aunque esto suponga usar nuevamente un mismo concepto-, que comprendí cómo era aquel hombre.

Obviamente, la calidad de esa comprensión estará siempre en duda, pero ese no es el punto.

No sé si se entiende…

miércoles, 17 de junio de 2015

¿Tienen nieve las montañas?


Él intenta explicar que ella ha cambiado. Se agita e intenta explicar. Ella se muestra tranquila. Niega la impresión. Mira por una ventana. Afuera se escuchan algunos autos. Él dice que ella miente, que sí ha cambiado. Ella pide encender un cigarrillo. Suena una bocina. Por un momento nadie habla. Ella apenas bota el humo. Él, en tanto, parece estar a punto de llorar. Nervioso. Debe entender que ya es tarde, supongo. Están en un sexto piso. Hay alguien más que escucha en esa habitación. No soy yo. Yo soy un narrador omnisciente y no estoy en ningún sitio. Ella vuelve a mirar por la ventana. La ventana da al este, hacia la cordillera. Es extraño, pero a pesar de conocer sus pensamientos –recuerden que soy omnisciente-, me siento más cerca de la verdad cuando nombro sus actos. Entonces, él vuelve a levantar la voz. La acusa diciéndole que en realidad nada le interesa. Ella niega. Fríamente, es cierto, pero niega. Él ejemplifica acusándola de su mirada constante hacia el exterior. Tratas de no estar acá, le dice. Ella no contesta. Él insiste y le pregunta qué observa. Dos veces le pregunta. Ella dice que observa las montañas. Él se pone de pie y cierra las cortinas. ¿Tienen nieve, las montañas?, pregunta. Ella no contesta. Afuera se escucha otra bocina. Él insiste con la pregunta, cada vez en un volumen más alto. ¡¿Tienen nieve las montañas…?! Pregunta ahora por tercera vez. Ella sigue en silencio. Como él se ve alterado, aquel que escuchaba interviene y le hace un gesto a ella para que salga de la habitación. ¡¿Tienen nieve, las montañas…?!, vuelve a gritar, fuera de sí, mientras ella abandona el piso. Así, finalmente, justo cuando ella sale, él comienza a llorar. ¿Tienen nieve, las montañas…?, vuelve a preguntar. ¡¿Tienen nieve, las montañas…?!

martes, 16 de junio de 2015

Los años perro.


Dicen que un año en la vida de un perro equivale a siete años para las personas.

A mí, sin embargo, el planteamiento de esa apreciación siempre me ha parecido absurdo.

Desde la lógica.

Desde la estructura lingüística.

Y desde la falsa analogía que supone esa escala comparativa.

Dejando de lado aquello, debo reconocer que al menos, dicha relación me sirve para explicarme algunas cosas.

Por ejemplo, tiendo a pensar que uno también vive esos años perro.

Años en que envejeces de pronto siete años.

Y claro… no importa si no entierras huesos.

No importa sino vas en busca de aquello que arrojan los otros.

No importa si no ladras y no corres tras las ruedas de los autos.

Lo que importa aquí es más bien lo concreto.

Los siete años, digamos.

Eso importa, finalmente.

Por otro lado, también parece ser que uno no vive en años perro ciento por ciento.

Me refiero a que puedes tener, por ejemplo, el cerebro en años perro y la piel en años humanos… u otras divisiones similares.

Así, siendo sincero, parece ser que cada noche, mi corazón ladra.

Suena cursi y ya ni voz le queda.

Pero ladra.

En tanto, el reloj que observo, mientras escribo, sigue latiendo sin saber qué tiempo es el que mide

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