lunes, 30 de junio de 2014

Dios me ha dado el día libre.

“Alabado sea Dios porque no soy bueno
y tengo el egoísmo natural de las flores…”
A. Caeiro


El mundo estaba sonando
y yo no distinguía nada.

Afortunado de mí:

¡Nada tiene para decirme el mundo!

Ni el sonido del río.

Ni el sonido de las aves.

Ni el sonido del viento.

Si el mundo quisiese decirme algo
escogería un idioma que yo comprendiese.

Mis latidos.

Mis palabras.

Mi cansancio.

En cambio,
Dios me ha dejado vagar por el mundo.

Dios me ha dado el día libre.

Nada de misiones suicidas.

Nada de dar la vida por el prójimo.

Así, podría escuchar mi corazón hasta que cese
sin hacerle daño a nadie.

No parece cierto,
no es algo agradable de escuchar,
pero lo dije bien:

podría escuchar mi corazón hasta que cese
sin hacerle daño a nadie.


Por otro lado,
ciertamente,
tampoco necesito
que empujen mi columpio…

Yo barajo y reparto
mis propias cartas.


Seguirá el mundo sin mí.

Cierro los ojos y sigo sin el mundo.

Todo lo demás son cosas que nos inventamos.

Cosas que nos regalamos a nosotros mismos.

El árbol.

El canto de los pájaros.

Y hasta el amor de los otros.

¡Nada hay menos nuestro
que el amor de los otros…!

Nada nos pertenece
y nada nos habla.

Dios eligió el silencio
y le agradezco.

Dios me ha dado el día libre.

domingo, 29 de junio de 2014

El más sabio de todos estaba hablando.



Estábamos en silencio porque el más sabio de todos estaba hablando. No recuerdo bien el tema, pero sí que estaba frente a todos, explicando algo. Hacía calor ese día. O sea, por la mañana hizo frío, pero luego salió el sol y el calor era molesto. Quizá por eso, no lograba concentrarme en lo que él decía.

Fue entonces que me percaté que el más sabio de todos tenía unas gotas de sudor. Le bajaban por la frente, según recuerdo. Trataba de concentrarme en lo que él decía, pero no lo lograba. Miraba los libros sobre la mesa, un afiche en la pared de la universidad… cualquier cosa, realmente.

Y claro, fue entonces que me fijé en lo abrigado que estaba aquel que nos hablaba. Debía haber ido abrigado por el frío de la mañana, pensé, pero ahora estaba sudando, mientras hablaba.

Pasaron así varios minutos.

¿Este es el más sabio de nosotros?, me pregunté entonces. Porque si lo era, resultaba que esa sabiduría no tenía nada que ver con el mundo… ni con nosotros, realmente.

Observé a quienes lo rodeábamos, todos un poco cansados y quizá todos desconcentrados pues el calor era insoportable.

Me tomó todavía unos minutos darme cuenta lo fácil que era irse de aquel lugar.

Fui entonces hasta una botillería y compré un par de cervezas heladas.

Nunca volví a escuchar a un tipo sabio, en la universidad.

sábado, 28 de junio de 2014

Bosques que vuelven a crecer.



-Teníamos tanto frío que acabamos con el bosque –me dijo-, y el bosque era lo mejor que teníamos. Por lo general no es algo que se reproche, pero de todas formas saber aquello no me tranquiliza. No sé si me explico... Quemamos el bosque para estar frente al fuego. Es decir, para dormir y despertar, junto al fuego. No suena grave, quizá, pero me siento avergonzado al decirlo. Y es que es probable que el frío, al menos, nos hiciera sentir algo… Diferenciarnos de aquellas cosas para las que el frío no existe, me refiero… Pero claro, fuimos cómodos, y no nos dimos cuenta hasta que el bosque ya no estaba… Y era tarde.

-Los bosques vuelven a crecer –señalé.

El viejo guardó silencio por un momento.

-Eso no hace sino empeorar las cosas –dijo entonces, tras pensarlo-. Pone de manifiesto que siempre nace lo mismo que muere. O si lo prefieres, hace perder la esperanza que tenemos de ser otros…

-¿No cree que está exagerando?

-No –contestó-. Yo lo veo así. Matamos lo mejor que tenemos y luego lo máximo que podemos aspirar es volver a tener algo similar… No teníamos derecho a acabar con el bosque.

-¿Quiere que haga algo al respecto o solo quiere fingir que habla conmigo…?

-Hablo contigo. Tú estás quemando las palabras para escapar de otro frío. Estás quemando el bosque…

-Los bosques vuelven a crecer –volví a señalar.

-No entiendes una mierda –me dijo.

viernes, 27 de junio de 2014

Mujeres que aman a las vacas.



Entre los antiguos proyectos soviéticos para mejorar la producción me encuentro con uno que llama inmediatamente mi atención, y cuya traducción más fiel sería “Mujeres que aman a las vacas”.

El proyecto se basa en algunos estudios (no especificados) que revelarían un alza cualitativa y cuantitativa en la producción de leche de aquellas vacas que “son amadas” por la mujer que la ordeña o que se encarga de su “mantenimiento”.

A partir de esto, el proyecto busca reclutar y poner al servicio de la nación a distintas mujeres que amen a las vacas, cuyas cualidades sean previstas a partir de una selección basada en la observación de sus costumbres y en el trato que tendrían hacia aquellos animales.

Sin embargo, más allá de estas primeras consideraciones, el proyecto deja cabida a algunas observaciones que podríamos denominar poético burocráticas y que hacen hincapié en la necesidad de entregar “fundamentos” a la mujer rusa, para que esta sea capaz de transformarse en una amadora de vacas.

Y es que las amadoras de vacas, hace notar el escrito, no suelen amar exclusivamente a las vacas, sino que desarrollan una capacidad de amar general que puede manifestarse también de otras formas “que quizá entrañen nuevas posibilidades de producción y mejoras para la vida diaria de la nación”.

De esta forma, concluye el escrito, “es necesario reflexionar respecto a las maneras en que podría fomentarse la creación de mujeres amadoras y planificar estrategias para que este tipo de mujeres proliferen en la nación y la transformen en un lugar próspero y lleno de nuevas y vigorosas esperanzas”.


*Extraído de los anexos de los planes quinquenales organizados
por la Gosplán para la economía nacional de la URSS (1933).

jueves, 26 de junio de 2014

Tres orillas.

“¿Si el campesino muere,
quién alimentará a Rusia?”



I.

Hablamos harto con un hombre que trabaja transportando gente de un lado a otro en una lancha, cerca de Valdivia. Me explica que hace seis viajes ida y vuelta cada día entre una isla de muy pocos habitantes. Entonces, como a modo de confesión y un poco avergonzado, me lo dice:

-Cuando voy de una orilla a otra, me olvido hacia que orilla voy. Son lugares muy distintos y no tengo una buena explicación, pero igual me olvido.


II.

Leo en una revista la confesión de un director de orquesta ruso, cuyo nombre he olvidado. Dicha confesión hace referencia a una sensación de pánico que lo llevó a alejarse de su trabajo por algunos años y someterse a un importante tratamiento.

-Tenía una especie de miedo a que algún músico se revelase –decía el director-. A que me mire fijamente en medio de una presentación y decida no tocar. Dejar a un lado el violín o simplemente dejar de soplar el oboe, o el clarinete…

-Por otro lado –explicaba-, el miedo no es por el acto rebelde en sí, sino porque al dejar de tocar podría yo seguir escuchando el instrumento y descubrir que todo era una farsa… y comprender, entonces, que todo aquello solo estaba sonando en mi cabeza...


III.

A veces intento hablar conmigo mismo. No para llegar a algo claro, sino simplemente para escuchar mi voz y sentir si me reconozco… En otras palabras, lo hago para saber –en la medida de lo posible-, si esa es mi voz todavía.

Es un acto un tanto egoísta, es cierto, pero también es un acto necesario.

Algo así como tomarse el pulso, regar nuestro jardín o acercarte con cariño a ese libro de Vonnegut que siempre puede volver a cambiarte la vida.

miércoles, 25 de junio de 2014

Cosas sobre la mesa.



Reúnes –no sabes bien por qué-, una serie de elementos sobre la mesa.

Un trozo de vidrio, un globo azul, un libro de la Yoshimoto.

Un disco de la Spektor, un reloj detenido, una postal con un cuadro de Magritte.

Y claro, también hay muchas otras cosas que me abstengo de nombrar.

Entonces –movido quién sabe por qué impulso-, las ordenas mentalmente formando una serie de grupos.

De hecho, llegas a imaginar la posición que, sobre la mesa, podrían ir adoptando aquellos elementos.

Ocupas unos cuantos minutos en aquel proceso.

Pocos minutos, después de todo.

Entonces, te preparas un café.

Lo tomas viendo una película japonesa de los años treinta.

Luego, ves los goles de la jornada del mundial.

Nada muy espectacular, por cierto.

Apagas la tv.

Vuelves a observar las cosas sobre la mesa.

Tratas de darle algún sentido.

Más allá del orden, me refiero.

Y es que si lo piensas un momento, resulta que esas son tus cosas.

Es decir, fueron parte de algo… aunque ahora no tengan sitio.

Tratas de verlas, entonces, fuera de ahí.

Recordarlas fuera de ahí…

Te esfuerzas incluso, pero no consigues hacerlo

Por último, para ayudarte en este proceso, decides tomar aquellas cosas.

Palparlas, me refiero, sentirlas cerca.

Así, estiras una de tus manos hacia ellas.

Pero tu mano atrapa el aire.

Y ni siquiera es aire.

Confuso, tratas de verte a ti mismo, fuera de ahí.

Estiras, nuevamente, las manos.

martes, 24 de junio de 2014

Un pequeño pasaje.

“El río de mi aldea no hace pensar en nada.
Quien está junto a él está solamente junto a él”.
Alberto Caeiro.


Existe un pequeño pasaje cerca de una gran avenida.

Siempre me llamó la atención cuando pasaba frente a él.

Parecía estar un poquito fuera de mundo, o fuera del ritmo del mundo, al menos.

Un día, yendo hacia el trabajo, el micro se detuvo un instante muy cerca de aquel sitio.

Al interior del pasaje, un viejo regaba unas macetas que estaban en una ventana.

Fuera del pasaje, en tanto, todo era motor y apuro y otro mundo.

Tal vez por eso, simplemente, fue que me bajé del micro, en ese instante.

Y claro, fui hasta aquel pasaje.

Entré en él apenas unos pasos y me detuve.

El viejo que regaba las macetas movió la cabeza, para saludar.

Yo devolví el saludo.

Me quedé ahí un buen rato.

Había una paz extraña, según recuerdo...

Una paz extraña, pero tan plena, que ni siquiera recuerdo haber buscado el nombre del pasaje.

Y claro, tampoco recuerdo haber tenido necesidad de ver dónde conducía, o que elementos  eran característicos del lugar.

Así, simplemente, me quedé en aquel sitio a pocos pasos de una avenida repleta de vehículos.

Me quedé en paz, recalco.

No hacía falta nada más.

Esto fue hace años, por cierto.

Puede sonar extraño, pero saber que ese sitio existe –aunque yo no haya vuelto al lugar-, me hace pensar siempre en la posibilidad última de un refugio.

...

No tengo más qué decir, de aquella historia.

lunes, 23 de junio de 2014

Una consulta.


No sé qué me pasa, hueón. De verdad que no sé. De hecho, la hueá es tan tonta que da vergüenza.

Deja ordenarme…

¿Te acuerdas del negocio ese de la esquina donde venden quesos, arrollado y cosas así…?

Pues bien, la primera vez me ocurrió ahí, de vuelta del trabajo. Fui a comprar salame… Casi siempre pido 150 gramos… Por lo general salame italiano, porque el ahumado me cansa rápido y lo encuentro un poco seco…

Cómo sea… me quedé viendo como cortaban el salame. Ya sabes, con la máquina esa… Recuerdo que el tipo cortó y pesó, pero dejó la máquina prendida… y yo no podía parar de mirarla…

Y bueno, el punto es que ya estaban los 150 gramos que había pedido… Pero no sé qué me pasó que le pedí al vendedor que siguiera cortando… Yo estaba como pegado, hueón… y además no quedaba tanto salame… pero igual sé que era algo enfermo, ese no es el punto…

La hueá es que fue casi un kilo, hueón, al final… y más encima no andaba con mucha plata así que tuve que ir hasta la casa a buscar con qué pagar…

Pa resumir, mentí diciendo que tenía invitados o algo así y lo dejé pasar… No se lo conté a nadie, hueón... Aunque visto desde ahora fue un error, sin duda.

Te lo digo porque desde entonces me debe haber pasado unas quince veces… Y no solo con la máquina esa, o con salamé… Me pasó por ejemplo comprando fruta, en la feria, y hasta en la carnicería… O sea, me da por pedir todo hasta el final… y ni siquiera así me calmo…

Lo único que me alivia es que no fue solo con salame, porque quizá qué diagnóstico me habría dado Freud… y yo a veces hasta me dejo engañar por esas teorías…

¿Se te ocurre qué puede ser, hueón…?
                                               
Te lo pregunto porque en una de esas me decís algo atinado y mejoro un poco.

Por otro lado, todo esto me recuerda esos tiempos cuando te dio por leer a los rusos… y después a Juan Emar… Tú también te veíai cagado, ¿te acordai? Como si hasta el corazón se apurase y no quisiera que haya algo después…

Aunque claro… lo cierto es que no sé bien cómo decirlo.

¿Se te ocurre qué puede ser, hueón…?

¿Me estás escuchando todavía…?

domingo, 22 de junio de 2014

Todos somos el hombre invisible.



Todos somos el hombre invisible.

Es decir, todos lo somos para nosotros mismos.

No lo digo como un don ni como una condena; lo enuncio simplemente como un hecho:

Todos somos el hombre invisible.

Podría explicarlo mejor, pero estoy cansado.

Además, de cierta forma confío en que usted lo intuya, sin dudar.

Ahora mismo, por ejemplo, veo a través de mis manos, la biblioteca.

Y desconozco, incluso, si mi rostro está en su sitio o si ha cambiado de posición.

Y es que todo está acá, junto a mí, como si yo no existiese.

Los libros apilados, las ropas, el sonido leve de un reloj sobre una mesa.

Si hubiese nieve, al menos, mis huellas revelarían si he andado o no, por el lugar.

Podría explicarlo mejor, pero estoy cansado.

Entonces, observo una araña, pequeña, junto a un libro de Zolá.

Probablemente, la araña también sea invisible para sí misma.

Probablemente el sol desconozca su forma, y hasta su luz no comprenda.

Resúmalo mejor en una sola frase:

Todos somos el hombre invisible.

Tómelo usted como un hecho.

No se esfuerce en comprenderlo si también está cansado.

Respire hondo.

Descanse.

Podría explicarlo mejor, pero todo está un poquito amargo.

Tómelo usted como un hecho.

Descanse.

Todos somos el hombre invisible.

sábado, 21 de junio de 2014

Ella era una avalancha.



Ella era una avalancha que creía estar de pie. Una avalancha que creía ser un pilar firme. Una avalancha que nos hacía creer que lo que estábamos viendo, era el resultado de una serie de intentos por permanecer en un mismo sitio. Eso era ella. En principio. Pero claro, las avalanchas no saben contenerse a sí mismas y suelen caerse sobre otras cosas. Por lo mismo, ella no solo era una avalancha, sino que era también, otras cosas. Un ser en cambio que apenas se contenta con un rasgo, con una pista pequeña para reconocer qué se era en un inicio.

Ella era una avalancha que creyó que siempre podía seguir siéndolo.

Ella era caída constante.

Ella pensó que por ser avalancha podía arrastrar lo que son los demás, con su propio peso.

Ella sintió que al ser avalancha, tenía el derecho de romper todo y echarlo abajo. 

Pero claro, esa forma de vida no puede ser eterna. Y ocurrió entonces que la avalancha no tenía ya hacia qué superficie caer y decidió, por tanto, sostenerse en la altura y esperar una señal que no llegaba.

Así, finalmente, ella –que era una avalancha-, se negó a sí misma para seguir siendo una sola. No cayó, no destruyó… y hasta se olvidó que era una avalancha.

Algunos piensan que hizo lo correcto.

viernes, 20 de junio de 2014

Todos lo vieron.


No digan que no. Todos lo vieron. Yo lo dije en voz alta, pero todos lo vieron. Ya saben: el caballo que llevaba un jinete muerto encima. Andaba por las calles, como perdido. Molesto por las bocinas y porque se le acercaban demasiados chicos para sacarse fotos junto. Por eso y por más estaba molesto. Porque nadie desenganchaba el cadáver, yo creo. Porque el muerto no era de nadie. Porque todos comentaban su presencia, pero no la muerte que cargaba. No digan que no. No lo nieguen. Un hombre muerto no es un hombre, parecen pensar todos. Y nadie puede pensar que un caballo se dirija por sí mismo hacia algún sitio. Es un caballo perdido, se dicen. Pero ellos no saben nada. Todos lo piensan, pero nadie lo dice. Lo piensan incluso de sí mismos. Quizá por eso les importa tan poco aquello que va aún, sobre el caballo. El muerto que se aferra como un mal recuerdo. Hacen como si no estuviera. El problema es un caballo suelto, simplemente, en estas calles. Así lo dicen en la radio. Así aparece la nota, en televisión. Así comentan todos a la hora de almuerzo. Eso dicen, pero las imágenes no mienten. No digan que no. Mañana volverán a hablar del clima y del fútbol y hoy que pudieron darse cuenta no lo hicieron. Diremos que lo cierto es que atraparon al caballo. Lo llevaron a un corral. Deben de haber desenganchado al muerto. Quizá alguno lamentará la oportunidad. Solo alguno. Y es que resulta difícil que vuelva a repetirse. No digan que no. No lo nieguen. Resulta difícil que vuelva a repetirse.

jueves, 19 de junio de 2014

Canción tradicional portuguesa sobre los vegetales


“Las cosas son el único sentido oculto
de las cosas”



Come tus vegetales, pequeño.

Come tus vegetales.

Come para que crezcas sano.

Agradécelos, para que seas bueno.

Hazlo ahora que es tu tiempo.


Yo no los comí y ya ves.

Es más: yo mañoseaba de lo lindo.

Separaba el brócoli.

Escondía los rábanos.

Le daba al perro las zanahorias.


Tú en cambio, pequeño, hazlo mejor que yo.

Ponlos en fila y cómelos uno a uno.

Crece hasta que dejes de ver tus propios pies.

No es necesario mirarlos para saber dónde ellos se dirigen.

Come tus vegetales, pequeño.

Come tus vegetales.


Los abuelos conocían el secreto.

Comieron, crecieron, agradecieron… y murieron tranquilos.

Mi generación les llevó flores, pero no comprendimos nada.

Y es que odiábamos más la coliflor de lo que amábamos a nuestros abuelos.

Así, solo usamos la cebolla para fingir que llorábamos, por los que se habían ido.


Nada de moler los vegetales.

Nada de picarlos chiquitos.

Después de todo, engañarse uno miso es siempre lo más difícil.

Sé honesto, chiquillo.

No los escupas cuando nadie te ve.

No agradezcas si realmente no valoras.


Come tus vegetales, chiquillo.

Come tus vegetales.

Yo no los comí y ya ves.

Pero mejor come y no me escuches.

Come para que crezcas sano.

Y deja a cada hombre donde la naturaleza lo puso.

miércoles, 18 de junio de 2014

Tres tristes trabalenguas.


I. Cazar al cazarrecompensas.

Cazas del pescuezo al cazarrecompensas.
No piensas en sabuesos ni en sufrir escozor.
No hay azar, es un tipo de respuesta.
Cazas tú, cazo yo; cazamos sin razón.
Si hay silencio la justicia se sumerge en la ceniza
y de un sablazo le sacaste la cabeza.
¿Cazas tú al cazarrecompensas?
Si sacaste sus ojos, se rellena con cerezas.


II. Cosas que el ojo recoge.

Recoge el ojo cosas que el cerebro desconoce.
Descose el árbol, caen hojas; las palabras se desposan.
Los hijos se desgajan y se esparcen con sus voces.
¿Ajas las cosas que el ojo recoge…? Todo es simple:
Esos son tus hijos, esas son las hojas, esas son las cosas.
Bajas rejas rojas.
Ya es de noche.
Rajas cajas que ocultaban otras cajas.
Rajas cajas que ocultaban otras cajas más hermosas.


III. Un niño que al nacer supiera.

Si un niño al nacer se diera cuenta que nació
¿de qué cuenta se daría?
¿Nacería tras nacer o sería un simple error?
¿Sabría algo más al darse cuenta?
Y es que pobre es el niño que sabe que nació.
Necio y sabio y sabio y necio se pondría.
¿Nacería tras nacer o sería un nuevo error?
¿Sabría algo más de sí mismo, al darse cuenta?

martes, 17 de junio de 2014

No saber para qué se vive.



Envidio a la pared del patio cuando recibe el sol.

Envidio a la pared del patio cuando se moja por la lluvia.

Envidio a la pared del patio cuando trepan por ella algunos bichos o se le posa un pájaro.

Envidio a la pared del patio cuando descubro que está creciendo musgo, desde su base.

Envidio a la pared del patio porque no espera nada de los otros y brinda sombra sin saberlo.

Envidio a la pared del patio porque acaricia transparente a todo aquel que la acaricia.

Envidio a la pared del patio porque es, tal vez, un corazón dormido.

Envidio a la pared del patio porque acepta la vida sin reparos, y así la comprende.

Envidio a la pared del patio porque la vida se le encarama como si fueran niños.

Envidio a la pared del patio porque sabe poquito y porque todo lo olvida.


¡Qué mayor belleza que no saber para qué se vive…!

¡Qué mayor belleza que nunca preguntárselo…!


Envidio a la pared del patio porque no se ha cuestionado el sentido de sí misma y de las cosas.

Envidio a la pared del patio porque a ella le debe ser más fácil creer en Dios.

lunes, 16 de junio de 2014

Llegar a casa pronto.

“Estoy cantando porque pronto llegaré a casa”
J. F.


No es que no te guste tu trabajo, pero te alegras si sales antes para regresar a casa. Una eventualidad, un pequeño desajuste y de pronto tienes cien minutos a tu disposición. Apenas te informan y ya cambia el ánimo. Algunos colegas hablan de pasar a algún sitio, pero finalmente optan por volver a casa. Haces y deshaces algún plan, piensas en pasar a comprar algo. Finalmente no haces mucho y simplemente regresas. Enciendes la tv y observas programas que nunca alcanzas a ver. Malos programas. Con esta luz se nota más el desorden. Tal vez debas reorganizar un par de cosas. Si tienes hijos pasas un rato con ellos y quizás hablas de hacer algo, porque hoy volviste antes, explicas. Hasta mencionas la idea del cine, pero sabes que el tiempo extra no es el suficiente y además hay que preparar las cosas para el otro día y está el trabajo ese de artes en que no lo has visto avanzar y quizá puedas ayudarle. Además no hay nada nuevo en el cine. Entonces te das un tiempo y te sientas a hacer algo. Hojeas un libro, una revista, un diario, mientras los Simpsons se mueven en silencio por la pantalla. De pronto, algo somnoliento, observas el reloj. Está colgado en la pared y te entrega la hora de siempre. La hora en la que siempre llegas, me refiero. Preparas algo de comer. Si tienes pareja es probable que ella llegue y conversen un poco. Tú le cuentas que te dejaron salir antes. Lo intentas contar con emoción, pero el corazón latió a la misma velocidad de siempre. No es terrible, no creas. No hay ironía en esto. Puedes mojarte la cara, caminar, mirar el cielo. Puedes respirar hondo, simplemente. Volver a tu hijo, a tu pareja, a tu biblioteca. Tienes más de lo que otros tienen. Antes de dormir riegas el jardín. Miras en él como crece la maleza. No es fea la maleza, ahora que te fijas. Es decir, es dispareja y parece más viva que el resto del jardín. Por la ventana ves a tu hijo lustrar sus zapatos. A veces lo miras un poquito, cuando duerme. Te duchas. Te quedas un largo rato bajo el agua. No vas a llorar, piensas. No hay tragedia en esto. Te acuestas. No para dormir aún, pero te acuestas. Si tienes pareja te quedas con ella, a su lado. No es que no te guste tu casa, pero piensas en dormir pronto para llegar descansado al trabajo. Cierras los ojos. Afuera no hay estrellas ni hay luna.

domingo, 15 de junio de 2014

Mentiras de mi tío E. / Eso quería contarles



Siempre consideré a mi tío E., como un mentiroso.

Por lo mismo, siempre lo consideré, finalmente, como un ídolo.

Sus historias acostumbraban comenzar con una anécdota que, aunque maravillosa, resultó ser la única aventura cierta, entre aquellas que narraba.

Dicha anécdota databa de cuando tenía él 18 años. En esa oportunidad mi tío quería evitar a toda costa hacer el servicio militar, por lo que decidió realizar una acción drástica: cortarse el dedo de un pie.

Así, armado de valor, con una navaja y un poco de alcohol, mi tío se habría cortado un dedo pequeño del pie derecho.

Lamentablemente, según su historia, él nunca se había percatado de que tenía seis dedos, por lo que fue aceptado, tras unas semanas de curaciones, en el ejército de nuestro país.

¿Sueña estúpido, no creen…?

Lo peor es que comprobé, tras leer unos archivos militares, que era cierto.

Luego de esa anécdota, sin embargo, mi tío E. comenzaba a narrar una serie de mentiras que incluían, como ejemplo, lo siguiente:

Haber sido campeón continental de salto alto.

Haberse convertido en perro durante un verano entero, en Punta Arenas.

Haberse recibido de seis carreras profesionales distintas, pero no haber ejercido ninguna.

Haber sido actor porno, en Irán.

Por lo general, estas historias las contaba mi tío en reuniones familiares, tras tomar unas copas de vino y tratando de contar una serie de detalles graciosos que arrojaban graves inconsistencias, por lo que solíamos desenmascararlo al final de cada historia.

Ahora, sin embargo, tras largos años de no escuchar aquellas historias, vengo a darme cuenta que nunca supe nada cierto, de la vida de mi tío E.

Es decir, nada salvo que se cortó un dedo para no entrar al servicio militar, y que terminó, con esto, volviéndose apto.

Eso quería contarles.

sábado, 14 de junio de 2014

A nivel.



-¿Supiste de la Mari?

-No… ¿quién es?

-La Mari po, hueón… la vecina esa que cojea un poco.

-Ah… no… Hace tiempo que no la veo, ahora que lo dices…

-Pues no la has visto porque se operó… justamente por la cojera…

-¿Y qué se hizo?

-Se intentó nivelar… ya sabes… Le iban a recortar dos centímetros de la pierna más larga, pero todo fue un fracaso…

-¿Le volvieron a cortar la pierna corta?

-No, pero fue por ahí la gravedad… lo que pasa es que se fue a operar al extranjero.

-¿Y…?

-Que llevó los exámenes e indicaciones desde acá, con la descripción de la diferencia en centímetros, mientras allá se regían con pulgadas…

-¿Y le cortaron dos pulgadas en vez de dos centímetros…?

-Sí, exacto… Y luego de diez días de recuperación recién se dieron cuenta, cuando caminaba con una inclinación hacia el otro lado…

-¿Y…? ¿Qué hicieron entonces?

-Nada muy especial. Como era un error de ellos, y para evitar demandas, resolvieron operarla por segunda vez, gratis.

-¿Y quedó bien?

-En realidad no sé… pero supongo que sí. Ahora mismo debe estar a punto de que le den el alta…

-Hmm…

-…

-…

-¿Pasa algo?

-No… O sea, estaba pensado… ¿habrá moraleja en la historia…?

-¿Qué…?

-Que si habrá alguna enseñanza en la historia que me contaste…

-Pues yo creo que sí, aunque la historia la corté un poco…

-¿La nivelaste?

-Bueno, ya sabes… para que mantuvieras la atención.

-Qué considerado…

-No. O sea, no fue por eso…

-Pues no te entiendo.

-No importa. No debes entenderme a mí, después de todo.

-…

-No lo intentes. Ya te dije.

viernes, 13 de junio de 2014

Cuestión de estética.


“Si Dios existe
soy inocente”
Teodosio



Nos creemos profundos, pero no vemos más allá de la estética. La estética del amor, de las relaciones humanas o de la conmiseración, incluso. El paisaje armónico, la vida con sentido y hasta los libros delicadamente ordenados en la biblioteca. Todo se resume a la estética. Y claro, como la estética depende de resortes y gustos personales, sucede que finalmente todo revela un ámbito orientado por la satisfacción personal (o en el mejor de los casos, por necesidades individuales). Poco más hay además de esto. Así, por ejemplo, me parece innegable que hasta la protección misma de una especie que se ha vuelto escasa, no tiene otro sentido que el estético. No es algo agradable de aceptar, por supuesto, y no faltara quien hable de nobleza, de fraternidad y recalcará -con ojos llorosos, estoy seguro-, los buenos sentimientos que una acción así refleja. Bien por ellos. Sinceramente bien por ellos. Y es que supongo que de esa misma forma, aquellos hombres se compadecen ante la figura de un niño hambriento o se maravillan ante la naturaleza… o ante los girasoles de Van Gogh. Haga el experimento: ¿Puede usted maravillarse ante los girasoles de Van Gogh? Es decir, ¿puede hacerlo honestamente, más allá de un mero placer estético? ¿Cree que significan algo, ajeno a sí mismos, los girasoles de Van Gogh…? Intente responder aquello… ya verá. Y es que nos creemos profundos, como decía, pero no acostumbramos ver más allá de la estética. Así, incluso ahora, cualquier otra cosa que diga al respecto no será más que una repetición barata. Antiestética, incluso… Yo no soy mejor que nadie, por cierto.

jueves, 12 de junio de 2014

"El ser del espíritu es un hueso".



El título de esta entrada es una frase de Hegel.

No voy a hablar, sin embargo, de esa frase.

En cambio, voy a recordar una vez que me llevó un camión que transportaba huesos.

Toneladas de huesos.

Los llevaba a una fábrica de productos comestibles y los recogía desde un matadero.

Eran huesos de bovinos, claro.

Semiprocesados.

Esa vez, el chofer del camión se detuvo y me avanzó unos cien kilómetros en una carretera, en el sur.

Y claro, como me vio cargar con un libro de filosofía –creo que era El ser y la nada-, me comentó, a propósito de su propia carga, la frase de Hegel.

Aunque claro, reitero que no voy a hablar aquí de esa frase.

Así, me limito a contar que el chofer, también me habló de máquinas, aquella vez.

Incluso, mezclando temas, señaló que la filosofía tradicional, no era sino una máquina de moler supersticiones.

Todo son máquinas, si lo piensas, me dijo.

Máquinas de moler.

Entonces, comenzó a hablar sobre una serie de instituciones, definiéndolas, apresuradamente, como máquinas de moler distintas sustancias o experiencias.

Una de ellas –lo recuerdo porque lo anoté en un papel, dentro del libro de Sartre-, decía que la religión era, en definitiva, la verdadera máquina de moler carne.

Y claro, fue en esa misma hoja donde anoté la frase de Hegel.

Aunque claro… no voy a hablar aquí, de aquella frase.

miércoles, 11 de junio de 2014

Destruye todo o no toques nada.


“Hay que aniquilar el espíritu de César,
pero sin derramar sangre”.
Ch.


8.

Elige.

Destruye todo o no toques nada.

No hay más opciones.


7.

Encuentras un muñeco bajo las gradas.

Descoses sus costuras.

Observas el relleno.

Descubres algo familiar en su rostro.


6.

Los caballos ya se han ido.

Va a llover.

Los encierran en caballerizas como sueños no cumplidos.

Ellos dicen que los resguardan.


5.

Observas al caballo que ganó.

Observas el caballo que perdió.

Sus rostros son similares.

Ninguno conoce el número que lleva.

Ninguno sabe si gano o perdió, finalmente.

Esto también lo dices por nosotros.


4.

Te acercas a la ventanilla para hacer tus apuestas.

Apuestas menores, por supuesto, casi insignificantes.

Apenas lo suficiente para hacer latir tu corazón un poco más aprisa.

El corazón es prácticamente imperceptible, mientras late normalmente.


3.

Recoges los restos de los vasos y secas el suelo.

También revisas las piezas de la máquina que intentaste arreglar.

Por no romper más cosas vas hasta el hipódromo.

Y es que relaja ver los caballos corriendo hacia una raya imaginaria.


2.

Wingarden tenía dos caballos en México.

Dos caballos pintos.

En una de sus cartas señala que acostumbra montar los dos, al mismo tiempo.

Yo intento imaginar como lo hacía.

A veces imagino por horas.

Cuando imagino, sin embargo, me olvido de mí mismo.


1.

Elige.

Destruye todo o no toques nada.

No hay más opciones.

martes, 10 de junio de 2014

Ella me cuenta que dijo la palabra mágica.


Ella me cuenta que dijo la palabra mágica. Yo la escucho. Dice que fue hace años, de pequeña. Iba pasando una a una por las distintas palabras que conocía hasta que de pronto dio con ella. Por supuesto, no recuerda qué palabra era. Le habían dicho que intentara y un día había dado con ella, nada más. Pero claro, como dijo la palabra en un día soleado, fue aún más llamativo el observar los cambios y para cuando apareció aquella mancha negra, en el cielo, ella ya estaba segura del poder de la palabra. Con todo, con el tiempo, ella fue dudando respecto a qué palabra realmente había sido, y terminó por olvidarla, simplemente… Una palabra mágica en medio de las otras, se dijo, y pensó que apenas intentase pronunciarla recobraría la memoria y manejaría a su antojo aquel truco. Y bueno… ella cuenta que no ocurrió así, después de todo. Que pasaron los años y la palabra no volvía, y que poco a poco comenzó a olvidar aquel asunto hasta que llegó a dudar de lo ocurrido… al menos en parte. Y claro, cuando bebe, como ahora, ella retoma la certeza y hasta prueba con una que otra palabra, sin buenos resultados. Eso es lo que ella me cuenta. Luego me pide que no lo divulgue. Y yo no le hago caso.

lunes, 9 de junio de 2014

Un fósforo, quién sabe para qué.



Siempre que enciendo un fósforo se me olvida para qué lo prendo.

A veces, incluso, el fósforo se consume hasta quemarme los dedos.

Por suerte,  estoy con otros, que me recuerdan el quehacer.

Un amigo, por ejemplo, me recordó sobre unas velas, que estaba encendiendo.

Y otro amigo, por su parte, me recordó la mecha del explosivo, que estaba junto a mis pies.

Con todo –admito-, están en su derecho de no considerar su gravedad.

Y hasta dejaré que se burlen algunos, pues más adelante pagarán el precio…

No sé si se entiende.

Y es que no lo digo por justicia, después de todo.

Tampoco lo digo como advertencia o parte de un protocolo.

Lo planteo más bien como un ejemplo…

O como otro fósforo que enciendo, para iluminar quién sabe qué.

Entonces, miro la llama avanzar rápidamente hacia la base.

Y percibo el leve dolor del fuego, al rozar contra mi piel.

Y es que todo así, de pronto, me parece fósforo encendido.

¡Olor a fósforo encendido…!

Y claro… de vez en cuando un sobresalto.

Y claro… de vez en cuando alguien invoca a Dios.

Se apaga un fósforo… 

Un perro ladra en la distancia.

O tal vez es otro fósforo encendido, quién sabe para qué.

domingo, 8 de junio de 2014

Nada que no sean hechos.

“Su mundo está vació de nada
que no sean hechos”


Se propuso anotar todo en la agenda.

Absolutamente todo.

Pensó que sería una tarea titánica, pero se entristeció al comprobar que bastaba con unas líneas, cada día.

Por otro lado, comprobó que solo había anotado hechos.

Es decir, se dio cuenta que gran parte de lo que ella creía hacer en el día, eran simples elucubraciones o sensaciones abstractas.

De hecho, cuando quiso anotar sus sensaciones descubrió que no sabía realmente qué poner, pues no era consciente realmente de aquello que sentía.

Le contó a una compañera de oficina con quien solía tomar un trago luego del trabajo.

También se lo contó a una prima con quién iba al gimnasio los jueves en la tarde y el fin de semana.

Ambas le dijeron que no se preocupara, que eso les sucedía a todos.

Eso no la tranquilizó.

En medio de una fiesta, a la que asistió con unas amigas, se detuvo a anotar en una servilleta algunos hechos menores, para completar su agenda.

Se besó con el hermano de una de sus amigas en esa fiesta, pero prefirió dejarlo hasta ahí y volver sola a su departamento.

Lo del beso con aquel chico lo anotó en clave.

Luego lo borró.

Finalmente, como se sentía angustiada desde que llevaba la agenda, decidió dejar aquella costumbre.

Tres días después botó la agenda, sin repasar lo escrito.

También se compró dos plantas y un acuario.

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