domingo, 26 de octubre de 2014

¿Podría responder unas preguntas?


No me gusta responder encuestas, pero también me cuesta decir que no. Por lo mismo, trato de estar atento y esquivar antes de que el entrevistador se acerque.

Esta vez, sin embargo, fallé en el reconocimiento. Así, solo me quedaba la opción de la negativa.

-¿Podría responder unas preguntas?

-No. Voy apurado

-¿Siempre va apurado?

-Sí.

-¿Acaso trabaja los domingos?

-No.

-¿Y los sábados?

-Tampoco.

-Muchas gracias.

Frené.

El entrevistador anotaba en un papel mis respuestas.

-Eso no puede haber sido una entrevista –le dije.

-¿Cree que no lo fue?

-Exacto.

-¿Y qué cree que fue?

-No sé… una broma.

-¿Una broma de buen o mal gusto?

-De mal gusto…

-¿Podríamos decir entonces que no le gustan las bromas?

-Sí…

-Gracias nuevamente.

El entrevistador llenaba otra hoja y yo me llenaba de rabia.

Me concentré para no caer nuevamente en la trampa.

-¿Me está hueveando?

-¿Lo cree usted?

-No lo sé, por eso lo pregunto.

-No sabe.

-¡Le pregunté si me está hueveando…!

-¿Qué cree usted? ¿Le cuesta distinguir lo que creen los otros?

-…

-No contesta –dijo el hombre, mientras marcaba en otra hoja.

-No estoy contestando su encuesta…

-¿No?

-No.

El hombre volvió a marcar.

-Gracias –me dijo.

Esperé y traté de meditar mi reacción.

Una pelea era demasiado absurda, pensé, además el tipo está haciendo su trabajo.

Por otro lado, un simple reclamo tampoco me convencía… Además ni siquiera sabía si era válido alegar para que no me entrevistaran.

Al final opté por atacarlo con su misma estrategia.

-¿Puedo hacerle yo unas preguntas?

-¿Usted?

-Sí.

-¿Y quién es usted?

-Vian.

El hombre volvió a anotar en un papel.

-Gracias –me dijo-. Ese dato me faltaba.

Fue entonces que comencé a hablar largamente sobre lo molestas que me son las entrevistas, con el convertir nuestra opinión en cifras, con que llenen recuadros… Con sentir que parte de lo que soy queda así en unas cuantas equis en cuadritos uniformes…

El hombre, sin embargo, seguía anotando, como si todo lo que yo dijese pudiese ser recogido para llenar sus archivos.

Hablé un rato más, mientras la gente observaba, solo para desahogarme.

Luego respiré hondo y traté de calmarme, para retomar mi camino.

El hombre también dejó de anotar.

-Usted no entiende –fue la última frase que le dije, antes de irme.

El hombre esperó a que me diese media vuelta, para contestar.

-Nadie entiende –señaló-. Por eso preguntamos.

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