domingo, 30 de junio de 2013

Una manguera, un tumor, un rayado, un anillo y una ballena varada


I.

-Cuando era chico me llevaron a ver a mi abuelo, al hospital. Recuerdo que tenía una especie de manguera que le salía del tórax y llegaba hasta un balde. Y claro, yo miré el balde y vi que estaba hasta la mitad con sangre. Entonces, mi abuelo, que se había percatado de la situación, me llamó cerca suyo y me dijo al oído que no me asustara, que tenía un problema para digerir el kétchup, nada más, y que lo había comido en abundancia… Yo le creí.

-Hiciste bien.

-Sí. Supongo que sí. Igual no fue mérito mío. Le creí sinceramente.

-Mejor aún.

-No sé si mejor. Pasó así, no más.

-Claro, eso digo… mejor que haya pasado así.

-Sí, mejor.

-…


II.

-¿Te acuerdas de la Romi…?

-¿Qué Romi?

-La Romi, la chica esa que nos traía vueltos locos a todos, antes de salir del colegio…

-¿La del lunar sexi, cerca de la boca?

-Esa misma.

-Sí… ¿Le pasó algo? ¿Es famosa ahora…?

-No, famosa no, pero le ocurrió una desgracia.

-¿Un accidente…’

-Sí… más o menos… o sea, le dio cáncer.

-¿Cáncer?

-Sí. Es extraño. Parece mentira: el lunar sexi de la chica más atractiva de nuestra generación resultó ser un tumor que le deformó el rostro.

-¿Tanto así…?

-Sí. Le deformo un lado del rostro y creo que llegó hasta el paladar. Tuvieron que extirpárselo.

-¿El lunar?

-No, el paladar. Ahora cuando come le sale comida por la nariz, y el rostro le quedó una mierda.

-Que mal… pero, ¿y el cuerpo?

-El cuerpo lo tiene igual, al menos.

-Sí, es un consuelo.


III.

-¿Te conté que el otro día alguien hizo un rayado en el portón de mi casa?

-No, no me habías dicho.

-Pues eso… me hicieron un rayado, con unas letras medias redondas, como de cabro chico.

-¿Decía algo el rayado?

-Sí, pero es absurdo… no lo entiendo todavía.

-¿No me quieres contar?

-No es eso, pasa solo que es absurdo, y que luego de decirlo no hay mucho que agregar.

-A ver: dilo.

-Es que es extraño y…

-Dilo, no te hagas problemas.

-Jesús se afeita.

-¿Qué?

-Jesús se afeita. Eso dice el rayado. Nada más.

-…


IV.

-La mina era rara, hueón… pero híper rara… Imagínate que yo estaba tomando, re tranquilo cuando ella se acerca y me dice que me ponga un anillo.

-¿Un anillo?

-Sí po, hueón, un anillo… O sea, primero me explica algo sobre mis vibraciones, y me dice que me ponga el anillo…

-¿Y te lo pusiste?

-Sí… no sé bien por qué, pero me lo puse y entonces ella me dijo que si el anillo se ponía naranjo lo haríamos…

-¿Harían qué?

-Eso po, hueón… tener relaciones… sexo…

-¿Ahí en el bar?

-No sé… no especificó y al final no averigüé…

-¿Por qué?

-Porque el anillo se puso medio púrpura… y creo que el púrpura no servía…

-¿Por qué…? ¿Qué indicaba el púrpura?

-No sé… No le pregunté. Solo le devolví el anillo y ella hizo lo mismo con otro hueón.

-¿Y a ese sí le salió naranjo?

-Pues no sé… quizá… la verdad es que no me fijé en nada más… pero me parece que el hueón igual siguió tomando solo…

-Puta la mina rara, hueón…

-Sí po, esa hueá te decía.


V.

-¿Te conté lo que le pasó a Clay?

-¿Quién es Clay?

-El gringo po, hueón… el que llegó a trabajar a la oficina…

-Ah, verdad…

-El hueón me contó que una vez estaba borracho en una playa y que…

-Espera… esa hueá te la conté yo…

-No… Esta hueá es más rara… O sea, el hueón me dio a entender que una vez que estaba re cagao, y había tomado como pa borrarse o pa morirse ahí mismo, sobre la arena…

-¡Si te digo que esa hueá te la conté yo…!

-No, hueón. Escucha bien… Clay contó que se quedó dormido, medio inconsciente, y que de pronto, al amanecer, se despertó al lado de un enorme cuerpo…

-¡Si es mi historia hueón… y era una mina guatona que después…!

-¡No… na que ver! Aguanta un poco: Clay se encontró con eso y apenas podía moverse… pero aún así descubrió en ese bulto un ojo que lo miraba…

-La guatona po, hueón… con unos ojos así como lujuriosos y…

-No. Clay se encontró con una ballena varada.

-¿Una ballena parada?

-No, hueón… varada… echada al lado suyo, justo fuera del agua…

-Chucha.

-Exacto. Eso supongo que dijo Clay… pero el caso es que la ballena se estaba muriendo y ahí no había nadie, salvo Clay.

-Y la ballena.

-Claro, me refiero a que no había nadie más como para arrastrar la ballena hasta el agua.

-Ah…

-Así que bueno… Clay me contó que hizo todo lo posible por arrastrarla, pero estaba aún tan borracho y era un animal tan grande que al final se quedó al lado de ella, mirando como moría… mirándola a un ojo, mientras moría.

-¿Y entonces?

-Entonces murió la ballena po, hueón. Y Clay se vino a Chile.

-¿Y por qué a Chile?

-Porque encontró información sobre esas ballenas… y decía que podría verlas, en nuestra costa…

-Qué rara la hueá.

-Sí, rara.

-A propósito, ¿te conté que tuve un abuelo que se accidentó y que le pusieron una especie de manguera que le salía del tórax…?

-¿Y qué tiene que ver con esto?

-Harto po, hueón… mira, ahora te explico.

sábado, 29 de junio de 2013

Lo que pienso cuando miro a la chica que da el tiempo.

"Vemos el mundo, en definitiva, 
de una forma que nadie más lo ve. 
Por eso, si desaparecemos, 
el mundo que nosotros vemos 
desaparece también, con nosotros".
Otto Wingarden


-¿Sabes que pienso cuando miro a la chica esa que da el tiempo?

-¿En sus tetas?

-Bueno, sí, pero además.

-¿En su culo?

-Bueno sí… y en sus piernas también, pero en qué crees que pienso cuando no me fijo en eso…

-No entiendo.

-Que si sabes en qué pienso cuando miro a la chica del tiempo y no me fijo en sus tetas ni en su culo ni en sus piernas.

-Mmm… pues no sé… ¿en el tiempo?

-Pues no. O sea… más bien sí, pero en otro tiempo… O sea, puede sonar tonto, pero me pregunto qué hará ella en el día…

-¿Cómo?

-Es que piénsalo… sale apenas 3 minutos… son 180 segundos en el día…

-¿Y…?

-Que son apenas 180 segundos… pero la maquillan, la preparan… se debe vestir especial… Es decir, no repite ropa, incluso, ¿te has fijado?

-Sí.

-Pues eso.

-¿Eso qué?

-Eso. Que me pregunto qué hará el resto del tiempo… ¿vivirá todo el día para esos 180 segundos?

-Estás hablando raro, hueón…

-No, si es sencillo… Me refiero si va al gimnasio… si practica frente al espejo… ¿se cepillará los dientes pensando en esos 180 segundos?

-…

-¿Pensará que alguien la mira y se pregunta eso?

-Creo que te enamoraste, hueón…

-No, no es eso… o no sé… pero la otra vez lo pensaba mientras la miraba… cómo será su día… su vida, incluso… me la imaginaba de niña…

-¿Sin tetas?

-Claro… pero si es por eso hasta sin rostro… Me refiero a que la imaginaba fuera de ahí, como una niña simplemente, todo a razón de 180 segundos donde lee palabras que ni siquiera son suyas.

-Sí… debe estar todo leído, de hecho hasta los mapas esos que se ven creo que no están…

-Claro, pero no me refiero a eso…

-¿Y entonces?

-Quiero decir que no son palabras que dependan de ella…

-…

-¿Has pensado si querrá un huracán?

-¿Cómo…?

-Eso… Que si has pensado si querrá un huracán… o tormentas, quizá… Debe ser bello, ¿no crees…? Hacerte cargo de anunciar el fin del mundo…

-…

-“Mañana será el último día, señores televidentes…”, ¿te imaginas la belleza que encierra el poder decir eso?

-O te enamoraste o te está fallando la cabeza, hueón…

-No, no es eso…

-¿Y entonces?

-Entonces nada. “Mañana es el último día”, me la imagino diciendo… “Hagan algo lindo”.

viernes, 28 de junio de 2013

El periscopio.


Porque claro, desde donde está –y casi como un descubrimiento-, él se pregunta a dónde mierda da el periscopio. Puede parecer una pregunta sencilla, es cierto, pero para él es tan importante como descubrir de pronto que es él mismo el protagonista de las aventuras del héroe de su infancia. Y es que ha pasado años mirando por el periscopio –no muy entusiasmado, es cierto-, y si bien cada cierto tiempo ha intuido que aquello que el periscopio revela es una realidad bastante similar a lo que han sido sus experiencias cotidianas, no fue hasta este momento que comprendió que la clave no estaba dada precisamente en la relación de ese otro espacio con el terreno propio, sino que venía a revelar más bien la naturaleza íntima de un mismo territorio, casi cotidiano. Es así como él se sonríe por un momento en la paradoja; es decir, en el borde mismo de esa iluminación que es tan clara como indecible. De haber sabido, piensa él, mientras un impulso lo lleva a mirar nuevamente por el periscopio, alegre como cuando descubrió un musgo naciente sobre unas piedras filosas que alguien había arrojado sobre el techo de su casa. De haber sabido, vuelve a pensar, mientras acerca su ojo a la mirilla, a la ventana… y hasta a su propio corazón.

¡De haber sabido…!

jueves, 27 de junio de 2013

Flores para los muertos.


Un tranvía llamado deseo.

Un detalle específico.

Una mujer vendiendo flores para los muertos.

Entonces estoy yo.

El temor ante esas imágenes.

Y claro, una sensación que parece invadirnos, desde los sentidos.

El olor de las flores podridas, por ejemplo.

Un olor peor que el de la carne muerta.

Y es que a fin de cuentas, no es un mal dilema:

¿Huelen peor las flores podridas que un hombre muerto?

Pues yo creo que sí.

Sinceramente creo que sí.

Sé que es de mala educación contestar mis propias preguntas, pero está hecho.

Además, si no es uno, nadie las contesta.

Puedo dar fe de esto, porque busqué respuestas durante largos años.

De hecho, pienso que quizá fue así, como empezó a formarse mi biblioteca.

No entregó muchas respuestas, es cierto, pero al menos me enseñó a preguntar con sentido.

Por último, me gustaría recalcar que en mi biblioteca no hay flores.

Y claro, tampoco hay hombres muertos, en mi biblioteca.

Es decir, estoy yo, pero no cuento.

¿Flores para los muertos, entonces?

Pues no sé.

No creo…


Algo se detiene fuera de mi dormitorio.

miércoles, 26 de junio de 2013

Vian, el muñeco y el ventrilocuo.


-¿Desde dónde crees que sale mi voz? –dijo el muñeco.

Yo lo miré y me fijé también en el tipo que lo sostenía, quien fingía mirar hacia otro lado.

El hombre y el muñeco, por cierto, estaban vestidos de la misma forma, sentados en el banco de una plaza.

-¿Y bien…? –insistió-. ¿Desde dónde sale mi voz?

Yo dudé si contestar o no, por un momento.

De hecho, de haber estado sobrio, creo que simplemente habría pasado de largo.

-Tu amigo habla por ti –le contesté, indicando al hombre, que lo sostenía.

-No te pregunté eso –insistió el muñeco, sentado en las piernas de aquel hombre-. ¿Desde dónde sale mi voz?

Yo me molesté un poco, ante la insistencia.

-Sale desde el hombre sobre el que estás sentado –contesté, algo molesto-. Eso es lo que te decía.

-Y en el caso de ese hombre, si es cierto... –agregó-, ¿desde dónde sale su voz?

-No sé, hueón –le dije-. Pregúntale directamente, si te interesa.

El hombre que cargaba al muñeco apagó el cigarro, y se dispuso a aclarar.

-Yo no hablo con ese hueón –señaló.

-Supongo que está bromeando… -comenté-. A veces hay diálogos ásperos, pero usted es el primer ventrílocuo que se comporta de manera tan tajante… y hasta agresiva...

-Hablaba con el muñeco –señaló.

-Esperé que sonriera –alguno de ellos, al menos-. Pero nadie lo hizo.

-Nadie sabe de dónde sale tu voz –continuó el muñeco-. Yo a veces creo que hay una estrella que habla por mí, y yo simplemente traduzco.

-¿Una estrella?

-Sí. Una estrella –explicó-. Un día no hablas y de pronto te sorprendes porque tu discurso es lúcido, y hasta parece que alguien hablara por ti… Y hasta te sorprende su discurso...

-¿Eso sientes tú? –pregunté.

-No hablo de sentir… -volvió a decir el muñeco-. Hablo de un origen… de un punto de partida de aquello que decimos… ¿Piénsalo un poco…? ¿De dónde sale tu voz, por ejemplo?

-¿De dónde sale mi voz? –repetí, para ganar tiempo.

El muñeco asintió.

El hombre, en tanto, había vuelto a fumar.

Y bueno… Juro que intenté encontrar una respuesta satisfactoria, pero lo cierto es que no pude hacerlo.

-Creo que no lo sé –confesé entonces.

Entonces, el muñeco se acomodó, sobre las piernas del hombre, y pareció ponerse serio.

-¡Eso es lo primero que hay que saber! –me recriminó, finalmente-. ¡Cómo vas a andar hablando por ahí, sin saberlo…!

Yo bajé la vista.

Por último, el hombre tomó al muñeco y se puso de pie, sin siquiera despedirse y alejándose de forma brusca.

Yo, en tanto, cerré mis ojos y me concentré un momento, para rastrear desde dónde venían mis palabras.

Y claro, no me fui del lugar, hasta que logré entenderlo.

Hay que cambiar algunas cosas, me dije, finalmente.

martes, 25 de junio de 2013

Vian & la buchaca fantasma.


Jugábamos pool con unos amigos. El local estaba repleto. Habíamos esperado largo rato para comenza y ahora estábamos preocupados pues no dejaban de mirarnos y cometíamos un error tras otro.

-Yo me voy apenas terminemos esta mesa… -dijo J.

-Sí… la hueá es incómoda –dijimos los demás.

Así, tras terminar la partida, extrajimos las bolas de las buchacas y nos preparamos para llevarlas hasta el mesón de pago, donde había que entregarlas.

Sin embargo, para sorpresa nuestra, al guardar las bolas nos dimos cuenta que faltaba una de ellas.

-Todas menos la 9 –señalé yo.

Los otros lo comprobaron.

No había forma de que hubiese desaparecido.

-La mesa es superficie y buchacas, nada más… -dijo F.

-Si hubiese caído fuera habría sonado fuerte… -dijo J.

Las observaciones eran ciertas, claramente.

No obstante, para evitar el momento de la devolución y retardar un poco el proceso, decidimos jugar otra partida.

Entonces, casi una hora después de esa decisión volvimos a guardar las bolas, y confirmamos que en esta oportunidad habían desaparecido otras 2 bolas.

-Ahora faltan la 3 y la 11 –dijo L.

-¡Chucha! –exclamó J.

Fue en ese instante, movido quien sabe por qué tipo de revelación mística, que F afirmó:

-Aquí hay una buchaca fantasma.

Todos nos miramos.

Y claro… creo que de cierta forma, todos sentimos que era cierto.

Con todo, nos sentimos tan extraños que, tácitamente, decidimos volver a jugar.

En esa oportunidad, por cierto, desapareció también la bola 6, y la 12.

-¿Qué hacemos? –preguntó L.

-No sé –dijo F.

-Ni mierda –dije yo.

Entonces, nos volteamos para ver qué decía J, y descubrimos que no estaba.

-¡La buchaca fantasma! –insistió F, con voz gutural.

L y yo permanecimos en silencio.

Cerré los ojos para concentrarme.

Analicé la situación.

No llegaba a conclusiones claras.

Fue entonces que F me tocó el hombro.

-Vian -me dijo-, L tampoco está.

Abrí los ojos y lo comprobé.

De hecho, pude observar que alrededor nuestro, también había disminuido notoriamente la cantidad de personas.

Se lo comenté a F.

Él no contestó.

No quise buscarlo, lo di por perdido, simplemente.

Como no sabía qué hacer volví a cerrar los ojos, simplemente.

Al menos no duele, pensé.

Me despedí interiormente de todo cuanto recordaba, por pequeño que fuera.

Adiós caja de fósforos comprada en Praga, pensé.

Era como ahogarse suavecito.

Era como esconderse bajo las sábanas.

El mundo era devorado por la buchaca fantasma.

-Si esto lo quisiera contar –dije para mí, finalmente-, estoy seguro que hasta las palabras faltarían…

Por ejemplo, justo cuando estuviera cerca del final, y hasta yo hubiese comenzado a desaparecer (una mano, un ojo, para empezar), quizá ocurrirí 

lunes, 24 de junio de 2013

Pepitas de oro.

“Si eres tan listo,
¿Por qué no eres rico?”
Refrán popular.


I.

A razón de una pepita de oro por semana
trabajó el señor Campbell.

Treinta años trabajó
y juntó las pepitas en tres pequeños sacos.

No gastó nada, en esos años,
salvo la pequeña herencia de su padre.

Con todo, y sin invertir,
llegó a ser famoso el señor Campbell.

En Canadá, por ejemplo, hay una canción
que habla de este buen trabajador.

No gastó el oro,
pero se gastó la vida, dice el estribillo.

Es una buena canción.


II.

Una vez en un cerro
encontré en un pozo tres extraños sacos.

Ahí, en el pozo,
recuerdo que pensé en lo ahorros del señor Campbell.

Pero claro, yo me metía al pozo
para encontrar cosas distintas a unos puñados de oro.

Era extraño, ahora que lo pienso,
subir a la montaña, me refiero, para meterme a un pozo.

Me gustaba estar ahí, sin embargo,
y de vez en cuando sentía yo que merecía también una canción.

Nunca canté, no obstante,
melodía alguna.

Tampoco, por cierto, hubo sacos ni pepitas,
y nunca, se me ocurrió sin asco la idea de acumular riqueza.

Y es que el sol apenas llegaba unos minutos
al fondo húmedo de aquel pozo… y eso era suficiente.

Ir por esa luz, me refiero, era suficiente.

domingo, 23 de junio de 2013

¿De quién se esconde un niño solo?


Te hacen creer que es sencillo. Que es cuestión de juegos, que era un niño. Enumeran una y otra vez los elementos: una casa sola, un refrigerador nuevo y un niño. La noticia es simple. El niño queda solo. El niño se esconde en el refrigerador nuevo. La puerta no se abre. Ha pasado otras veces, claro. Recuerdo alguna situación similar hace años. En las noticias también lo recuerdan. Los mismos elementos, me refiero. El refrigerador imponente, como una nave. Una puerta que no se abre desde dentro. El niño acurrucado como en un útero robótico. En tv, incluso, diseñan un esquema, para explicar la situación. Un dibujo tridimensional, lo llaman. Y yo observo, por supuesto. Con todo, lo que no consigo situar es la idea de escondite. Es decir, ¿de quién se esconde un niño solo? Porque claro, todo lo demás es sencillo. Sicólogos que cuestionan la responsabilidad de los padres. Escenas del funeral. Algunas opiniones sobre el cuidado de los niños. Todas esas cosas que esconden el verdadero problema bajo la alfombra. El abismo bajo la alfombra, incluso. Porque el problema, como sabemos, es más amplio. Más complejo. Más difícil de nombrar. Y es que acaso, ¿sabe usted de quién se esconde un niño solo? ¿Sabe usted si dejamos, nosotros, de escondernos…? Se lo pregunto porque la puerta no se abre, desde dentro, como creíamos. Y claro, las respuestas no llegan, tampoco, desde ese mismo sitio…

Te hacen creer que es sencillo, sin embargo...

Que es cuestión de juegos, me refiero.

Somos niños.

sábado, 22 de junio de 2013

¿Morirse para el mundo?

“Del mismo modo que en la terminología cristiana
la muerte expresa también la peor miseria espiritual,
aun cuando la curación misma sea morirse,
morirse para el mundo”.
Kierkegaard.



¿Morirse para el mundo?

¿Para qué más puede uno morirse, señor Kierkegaard?

Porque claro, no es que desconozca esa enfermedad de muerte, de la que tan bien habla usted.

Pero.

¿Me permite usted un pero?

Es que ocurre que le doy vueltas al asunto y creo que usted me engañó un poco.

Es decir: todo tan bien expresado y uno tan difuso…

Así, no resultó extraño que quisiese quedarme en sus palabras.

Guardarme incluso, en sus palabras.

En las trincheras del secreto de la desesperación, pensaba entonces.

Ahí se podía estar seguro, imaginaba.

Y claro… todo parecía un poco menos trascendente.

¿Morirse para el mundo…?

Eso ni importaba, casi.

Y es que esa no era la enfermedad mortal, según usted, señor Kierkegaard.

Y quizá me confié un poco.

Y bueno… quizá hasta me morí para el mundo, pensando que no importaba.

No sé si me entiende…

No es que lo culpe, pero al menos usted me hizo creer que un abismo era un refugio.

¿Va a decirme ahora de que otra forma puedo morir, señor Kierkegaard?

¿Va a decirme cuál es esa otra vida que todavía permanece?

Espero una respuesta.

viernes, 21 de junio de 2013

La seguridad de un mundo con taxis a las cinco de la mañana.


La seguridad de un mundo con taxis a las cinco de la mañana.

Me refiero al silencio y al ahorro de preguntas innecesarias, entre otras cosas.

Apoyar la cabeza, ordenar ideas, dar una dirección.

Bajo la chaqueta, en tanto, limpiar el cuchillo.

Que la hoja quede limpia, al menos, y que puedas olvidar que hoy la usaste.

Él, habla de política y comenta una serie televisiva.

De paso, critica un tanto a la sociedad, aunque sin mucha convicción.

No es tan malo el mundo, comentas.

Ambos ríen, pero tú sabes que él no entiende.

No comprende la ironía, piensas.

Él, entonces, te habla de sus hijos.

Uno toca violín en una orquesta y el otro ganó una beca para un magíster en España.

Parecen buenos hijos.

De hecho, son tan buenos que ya no lo necesitan, determinas.

Estarán bien sin él, me refiero.

Las calles son extrañas a esta hora, comenta entonces.

Justo antes que el sol salga, cuando están más vacías.

Y claro… yo miro por la ventana y descubro que es cierto.

Es como alguien que vaciara sus venas, durante el sueño, me digo.

Entonces, él hace un chiste sobre un ovni que sobrevuela la ciudad.

No recuerdo bien la historia, pero hacía referencia a una ciudad vacía.

Es un chiste tan fome que aprovecho la indignación para dar el primer golpe.

Todo se vuelve confuso y te sientes débil por algún momento.

Débil hasta que recuperas poco a poco cierta sensación.


La seguridad de un mundo con taxis a las seis de la mañana.

jueves, 20 de junio de 2013

Siempre vuelve.


-Siempre vuelve –me dijo-. Está acostumbrada. Va de una muralla a otra, nada más.

Yo comía una hamburguesa, mientras él me hablaba.

-No la culpo –continuó-, además debe ser algo familiar.  Yo creo que todo tiene que ver con el incidente ese cuando descubrió a su padre…

-¿Su padre no había muerto? –interrumpí.

-Sí. Pero fue justo entonces cuando descubrió a su padre… Es decir, ella se había ido de la casa, creo que tenía 16 o 17 años, no recuerdo… El punto es que logran ubicarla donde una amiga que la tenía escondida y le dicen que vuelva urgente, que su papá se está muriendo…

-Espera –dije mientras habría una última lata-. ¿De verdad pasó eso?

-Claro –contestó-. Le avisaron y se la llevaron urgente… aunque al final igual resultó ser tarde…

-¿El papá…?

-Sí. Había muerto. Nunca entendí muy bien cómo, pero al parecer había tenido un accidente y no quería salir de casa… me refiero a ir a un hospital.

-Entiendo.

-Entonces –siguió contando-, ella llegó y se encontró de golpe con el papá recién fallecido y la mamá llorando, y etc. Y claro… hasta los policías tomaban declaraciones y preguntaban por qué no habían llevado al hombre a un hospital y hablaban de una ley y hasta de un posible castigo…

-¿Por no llevar al papá a un hospital?

-Claro. Creo que te pueden culpar si hay alguien en peligro y no intentas salvarlo, con atención médica.

-Mmm –comenté.

-Cómo sea… el caso es que ella llegó en ese momento y vio todo eso que te cuento: policías, mamá llorando… y toda la conmoción en la casa.

-¿Y entonces?

-Entonces viene lo mejor. Imagina: ella logra ir hasta la pieza de sus padres y ve el cuerpo del suyo sobre la cama. Además, un doctor había llegado y necesitaban levantar un certificado o algo así… por la muerte… Y claro, debían desnudar a su padre…

-¿Y sufrió una conmoción por ver a su padre desnudo?

-Espera –me dijo-. Sí sufrió una conmoción… pero fue por la ropa interior de su padre.

-¿Cómo?

-Eso. Por la ropa interior –repitió-. Lo que pasa es que descubrieron que el padre llevaba abajo ropa de vestir de mujer, de esas llenas de encaje y…

-¿Me estás mintiendo, cierto?

-No. Fue así, según ella. Policías, madre y ella misma, por supuesto, descubrieron el secreto. De hecho, ella me cuenta que su mamá lloró entonces más que por la propia muerte… o como si recién entonces su padre hubiese muerto, o como si hubiese muerto nuevamente… no recuerdo exacto cómo lo contó…

-Ya… -dije yo-. Pero esto… ¿qué tiene que ver con que va a volver?

-¿No entiendes? –preguntó-. Siempre vuelve. Debe recordar lo del padre y no debe querer encontrar sorpresas. Siempre lo hace así. Se va y luego regresa. De hecho, calculo que ahora mismo ya debe de estar en casa…

-¿Lo han hablado?

-No es necesario –dijo mientras se ponía de pie y dejaba su parte, para la cuenta-. Siempre vuelve. Eso es lo importante.

Fue entonces que pagamos y nos despedimos.

Esto fue hace dos meses, más o menos.

No tenía idea que esa noche, él no había regresado.

Puedo jurarlo, si quieren.

De veras puedo hacerlo.

miércoles, 19 de junio de 2013

En mi iglesia los ciegos no ven.



En mi iglesia los ciegos no ven.

Los cojos no andan.

Los mudos han dejado de hablar.


Nada de recompensas, entonces.

Nada de promesas, ni milagros.

Dios es una figura de yeso, en mi iglesia.

Sin articulaciones, ni detalles.


En mi iglesia hay libros, como fieles.

Voces que creían en algo por lo que valía la pena gritar.

Gritos que chocan unos con otros, es cierto.

Pero gritos, finalmente.


En mi iglesia, el agua bendita está turbia.

Aunque toda agua, ciertamente, se ha estancado.

Hay reservas de cerveza, sin embargo.

Y toda botella que se abre debe tomarse de inmediato.


El Dios de mi iglesia no predica amor.

De hecho, creo que no predica nada.

Blasfema contra sí mismo e injuria a su creación.

Escupe al rostro de sus fieles y casi nunca falla.


Arréglatelas como puedas, me dice.

Pero arréglatelas.

No eres ciego y ves.

No eres cojo y andas.

No eres mudo y hablas.

No esperes la muerte para la resurrección.


Y es que es sabio a su manera, el Dios de mi iglesia.

A veces me da un dato en los caballos.

A veces deja una chica borracha en mi camino.

A veces me tienta para que mande todo a la mierda.


Yo no voy a intervenir, dice siempre, al final de mis sueños.

No esperes el milagro.

Los ciegos no verán.

Los libros no van a ordenarse por sí solos.


Yo no resucito muertos. 

martes, 18 de junio de 2013

A Céline le rompen el cráneo en la primera guerra mundial.


A Céline le rompen el cráneo en la primera guerra mundial.

Y claro, también a otros muchos.

Me quedo con Céline, sin embargo, por los ruidos que sigue sintiendo día a día.

No es que los otros no los sientan –cosa que ignoro-, sino porque el mismo Céline cuenta que eran voces, que se negó a escuchar.

No sé qué querían de mí aquellas voces, dice Céline. Pero me negué a escucharlas pues sin duda les habría obedecido en lo que hubiesen dicho.

Cuenta también Céline que dejó de dormir. De hecho, según consta en los archivos de quienes lo trataron, sus estados de vigilia no se interrumpían por más de diez o doce minutos.

Aún así, Céline estudió medicina durante el día, y dicen que se dedicó a curar a gente pobre, a partir de sus estudios.

Por la noche, en tanto, Céline se dedicó a escribir, y dicen que eso no hizo sino enfermar a la clase más conservadora.

Hoy, sin embargo, todos los enfermos que curó Céline, ya han muerto.

Asimismo –aunque muchos lo nieguen-, cada vez son menos los que leen a Céline.

Además, por lo general, su lectura se encuentra prohibida, por su discurso antisemita.

En una carta escrita a pocos días de su muerte, Céline cuenta que cada día le es más difícil no escuchar las voces y gritos, en su cabeza.

Quizá querían explicarme qué era la felicidad, simplemente. Dice en aquella carta.

Céline murió en un suburbio de París a causa de un aneurisma cerebral.

Igual que otros muchos.

lunes, 17 de junio de 2013

Pinocho, metafísico.


I.  

De puro ocioso mientras Geppetto duerme, Pinocho se pone a jugar frente a un espejo.

Ese soy yo, dice.

Y su nariz crece.

Entonces, quién sabe si para restaurarla,  Pinocho agrega:

Este soy yo.

Pero su nariz vuelve a crecer.

¡Qué mierda…! exclama Pinocho, contrariado.

¡Qué mierda…!


II.

Geppetto sigue durmiendo, así que Pinocho vuelve a indagar.

Mira el espejo.

Mira su piel.

Mira sus dedos recién tallados.                                   

No hay sentido, dice.

Corazón de madera, dice.

Luego guarda silencio.

Piensa en rezar… no lo hace.

Su mente está vacía.

Una vez vio a Geppetto tallar un ataúd, exactamente de su tamaño.


III.

Nariz intacta.

Duerme Geppetto.

Pinocho juega como si fuese un niño.

Se golpea el pecho como si llamase a una puerta.

Toc, Toc, dice Pinocho.

Nadie abre.

Pinocho saca sus poemas, para esperar, pero no hay caso.

Mientras lee en voz alta, crece su nariz exponencialmente.

¿Qué mierda significa exponencialmente?, dice Pinocho, interrumpiendo.

Le responde una voz, que él no escucha.


III.

No vamos a morir, dice Pinocho.

Y observa.

Su mirada vaga por la habitación hasta dar con Geppetto.

El muñeco se queda en silencio.

Lo observa.


Geppetto no va a despertar, dice Pinocho, finalmente.


Dios miente, pero miente lindo.

domingo, 16 de junio de 2013

Mí, no Superman. (Poesía Bizarra)


Ningún sol en la mañana.

Mí no despertar.

Mi no bañar.

Mí no rezar al mal Dios.

Secar las plantas.

Mí abrir ojos para que salga ruido.

Ruido mío no choca con el mundo.

Mí no ser mortal.

Eso no duele.

No me escondo en mí, además.

Nada del corazón de mí es secreto.

No salen estrellas de los ojos.

Mí no Bizarro.

Mí no Superman.

Alguno no sabe el nombre mío.

Alguno no olvidó y despertó y no sueña.

¿Zibarro?

Sobre la tierra no hay semillas.

No parto semillas para no ver soles.

Nada que brille esconde la tierra dentro suyo.

Zibarro, tal vez.

Poco probable.

Mí no debe trabajar si no quiere.

Mí no llamar a Superman.

No envidiar lo no sencillo.

No es decir:

Él no besa la mejilla de ella.

Mí no querer desayuno con tostadas.

Zibarro desordena mejor su biblioteca.

Fuego al rostro.

No sentir:

Superman ser satélite de Bizarro.

Zibarro no ser satélite de sí mismo.

No colocar la mano en el corazón.

No escuchar nada vivo.

Nada de viento.

Nada de agua.

Mí no sentir un pequeño bicho vivo dentro suyo.

Superman no ser poderoso.

Zibarro quiere su poder.

Fortaleza hermosa.

Mí destruye un pequeño castillo.

Una casa pequeña, destruye.

Adentro de mí, no Zibarro.

Bizarro no fue y es.

Superman no murió lleno de sol.

Y se llena de luz, el anochecer.


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